Por
Josué Hernández
Una responsabilidad que tenemos
como hijos obedientes (1 Ped. 1:14) es la de amarnos con sinceridad, fervor y
pureza los unos a los otros (1 Ped. 1:22-25). El apóstol Pedro nos dice que
esta es una razón por la cual hemos sido renacidos. Por lo tanto, el plan de
Dios respecto al amor entrañable entre sus hijos no algo opcional.
“Habiendo purificado vuestras
almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor
fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo
renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de
Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, y
toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor
se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra
que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Ped. 1:22-25)
La importancia del
amor fraternal
La importancia inmediata del amor
fraternal radica en que éste amor, en sí mismo, es una señal, o marca
distintiva, del verdadero discipulado, “Un mandamiento nuevo os doy: Que os
améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con
los otros” (Jn. 13:34,35).
Además de lo anterior, el amor
fraternal es una señal inequívoca de vitalidad espiritual, “Nosotros sabemos
que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama
a su hermano, permanece en muerte” (1 Jn. 3:14).
En fin, el amor fraternal es una
demostración de una saludable relación con Dios, “Amados, amémonos unos a
otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y
conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1
Jn. 4:7,8).
La naturaleza del
amor fraternal
Este amor ha de expresarse: “entrañablemente”
(gr. “ektenos”) “intensamente, fervientemente… la idea aquí sugerida es la de
no desistir en el esfuerzo” (Vine). “Denota con un esfuerzo supremo, con cada
músculo tensado” (David H. Wheaton).
- Un amor persistente, “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Ped. 4:8).
- Un amor permanente, “Permanezca el amor fraternal” (Heb. 13:1: cf. 1 Cor. 13:8,13).
Este amor también debe ser
“sincero” y “puro”.
- Sincero (gr. “anupokritos”), “significa no fingido, sin fingimiento” (Vine). El amor no es un “espectáculo” o “actuación”. “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (cf. Rom. 12:9).
- Puro (gr. “katharos”), “libre de mezclas impuras, sin tacha” (Vine).
¿Cómo es posible
el amor fraternal?
Este amor es posible porque
nuestras almas han sido purificadas, “Habiendo purificado vuestras almas por la
obediencia a la verdad…” (1 Ped. 1:22). Fuimos purificados al obedecer a la
verdad (cf. Hech. 2:38; Rom. 2:8; 6:17; 2 Tes. 1:8; 1 Ped. 4:17), y continuamos
purificados al seguir prestando atención a la verdad (cf. Ef. 4:20-24; Jn.
17:17).
Este amor es posible porque hemos
nacido de nuevo, “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1
Ped. 1:23). Un nuevo nacimiento por la
palabra del evangelio (cf. 1 Ped. 1:25). Ahora entendemos el amor de Dios (Jn.
3:16; 1 Jn. 3:16-18; 4:9,10).
En consecuencia, hemos recibido y
aprendido el amor de Dios, y ahora podemos expresar este amor a nuestros
hermanos porque el amor de Dios nos motiva.
Conclusión
Si no amamos a los hermanos “entrañablemente,
de corazón puro”, tenemos uno de dos problemas: O nunca hemos sido purificados,
es decir, nacidos de nuevo o “renacidos”, o, sencillamente, no hemos permitido
que el amor de Dios nos motive.
Luego, si no amamos a los
hermanos “entrañablemente, de corazón puro”, indicamos que:
- No somos verdaderos discípulos de Cristo.
- No poseemos vitalidad espiritual.
- No tenemos una saludable relación con Dios.
La pregunta del millón es, ¿nos
amamos “unos a otros entrañablemente, de corazón puro”?
“Pero acerca del
amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos
habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; y también lo hacéis así con
todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que
abundéis en ello más y más” (1 Tes. 4:9,10).