Privilegios y responsabilidades de ser cristiano

 


Por Josué Hernández

 
Toda persona tiene eventos importantes que marcan su vida (cumpleaños, graduación, matrimonio). El evento más importante de nuestra vida fue el hacernos cristianos, porque entramos en una esfera de privilegios y responsabilidades para con Dios y nuestros hermanos.
 
Una vida equilibrada contempla no solo los privilegios sino también las responsabilidades. El desequilibrio se produce cuando una de las dos áreas es olvidada, lo cual resulta en la tragedia de enfatizar responsabilidades sin el gozo y motivación de las bendiciones y privilegios, o el enfocar solamente privilegios y bendiciones sin enseñar las responsabilidades que los acompañan.
 
En medio de la vorágine cotidiana, corriendo de un lado a otro, los cristianos no deben olvidar sus privilegios y responsabilidades; y la presente lección enfoca ambas. Sin embargo, no pretendemos mencionar y estudiar todos los privilegios y todas las responsabilidades, sino indicar los inmediatos y generales, aquellos que conciernen a Dios y a su pueblo, dejando al estudiante la tarea de seguir descubriendo en la sagrada Escritura.
 
Dios como nuestro Padre celestial
 
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Jn. 3:1).
 
Muchos privilegios hay por tener a Dios como Padre en los cielos, siendo sus hijos por adopción:
  • Dádivas y dones: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17; cf. Mat. 7:11).
  • Consuelo en la aflicción: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Cor. 1:3,4).
  • Disciplina: “y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Heb. 12:5,6).
  • Cuidado: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Heb. 13:5,6).
 
Las responsabilidades inmediatas por tener a Dios como Padre serían:
  • Someternos: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Sant. 4:7).
  • Acercarnos: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Sant. 4:8; cf. Hech. 8:22; 1 Jn. 1:9).
  • Humillarnos: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Ped. 5:6-11).
 
Jesucristo como nuestro Señor y Sumo sacerdote
 
“para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:6).

“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” (Heb. 4:14).

Grandes son los privilegios de tener a Jesús como Señor y Sumo sacerdote:
  • El señorío de quien tiene el control del universo: “y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc. 1:5,6; cf. Mat. 28:18; 1 Ped. 3:22). *Sin embargo, a pesar de tener la máxima autoridad nos llama “hermanos” (Heb. 2:11,12).
  • Intercesión y mediación: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Rom. 8:34).
  • Socorro: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:17,18; 7:24,25).
 
Las responsabilidades imperativas por tener a Jesús como Señor y Sumo sacerdote serían:
  • Obedecer: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Luc. 6:46; cf. Mat. 28:20; Jn. 15:10,14).
  • Acercarnos: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:14-16).
 
El Espíritu Santo que mora en nosotros
 
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Cor. 3:16; 6:19).
 
No son menores los privilegios por la morada del Espíritu Santo (el lector debe notar que afirmamos la morada del Espíritu Santo, sin discutir aquí el “cómo” de esa morada, lo cual hemos hecho en artículos anteriores):
  • Vivificación: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:11-13; cf. Ef. 3:16,20).
  • Intercesión: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Rom. 8:26,27).
 
Las responsabilidades por la morada del Espíritu Santo serían:
  • Trabajar por mantener y fomentar la unidad: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Cor. 3:16,17).
  • Glorificar a Dios por el uso de nuestro cuerpo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:19,20).
  • Vivir conforme a la revelación del Espíritu Santo: “Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis… Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gal. 5:16-25, LBLA). 
  • Trabajar por, y mantener una, mentalidad espiritual: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Rom. 8:5,6; cf. Ef. 6:17). 
 
La iglesia como nuestra familia
 
“para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15).
 
Son notables los privilegios por ser miembros de la familia de Dios:
  • Una relación de amor que no encuentra en el mundo: “No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza” (1 Tim. 5:1,2).
  • Bendiciones familiares: “Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Mar. 10:28-30; Mat. 12:46-50).
 
Las responsabilidades por ser miembros de la familia de Dios:
  • Consideración: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Heb. 10:24,25; cf. Ef. 4:15,16).
  • Apoyo: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gal. 6:1,2).
 
Conclusión
 
Muchos son los privilegios y responsabilidades que tenemos como cristianos, y esperamos que estos ejemplos nos impresionen y animen.
 
¡Cuán bendecidos estamos los cristianos! ¡Cuán importante es que cumplamos con nuestras responsabilidades para no perder nuestras bendiciones:
 
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación” (Heb. 3:12-15).