Por Josué Hernández
En esta sección del sermón aprendemos que la ansiedad por las
cosas de esta vida no refleja una relación de dependencia confiada para con el
Padre celestial.
Luego de contemplar la severa denuncia del Señor contra
el materialismo (Mat. 6:19-24), los discípulos fácilmente se preguntarían,
“¿qué de las cosas de esta vida que necesitamos para subsistir?”. La presente
lección responde esta pregunta.
La prohibición es inequívoca, “No os afanéis”
(v.25,31,34). Luego, el afán por las cosas de esta vida es una cosa indebida a
los ciudadanos del reino de los cielos.
Afanarse (gr. “merimna”): “probablemente relacionado con
“merizo”, atraer en diferentes direcciones, distraer, y por ello significa
aquello que causa esto, un afán, especialmente ansioso” (Vine). La palabra indica
a un distraído por las preocupaciones, y de ahí, ansioso y lleno de cuitas. Es
decir, y parafraseando, “no dejes que la ansiedad por la comida y la ropa te
distraiga de lo realmente necesario en la vida (cf. Luc. 10:38-42)”.
Somos dueños de nuestro corazón, y podemos decidir
obedecer esta enseñanza (cf. Fil. 4:8). No debemos dejar que el afán nos
distraiga, y las emociones nos impidan razonar. La razón para semejante
prohibición es simple. El afán no sólo es indebido, también es infructífero y,
por lo tanto, es innecesario.
“En este pasaje Jesús ataca la tendencia de centrar
nuestras vidas en torno a los alimentos y al vestido, perdiendo así de vista el
verdadero sentido de la vida. El problema no es tanto qué comemos y vestimos
hoy, sino qué comeremos y vestiremos de aquí a diez, veinte o treinta años. Una
preocupación así acerca del futuro es pecado, porque niega el amor, la
sabiduría y el poder de Dios. Niega el amor de Dios al implicar que Él no se
cuida de nosotros. Niega Su sabiduría al implicar que no sabe lo que está
haciendo. Y niega Su poder al implicar que Él no es capaz de proveer a nuestras
necesidades. Esta clase de preocupación ansiosa nos hace dedicar nuestras
mejores energías a asegurar que tendremos suficiente con qué vivir. Luego, y
antes de que nos enteremos, hemos malgastado nuestras vidas, y hemos perdido el
propósito central para el que fuimos creados. Dios no nos creó a Su imagen con
el único destino que el de consumir alimentos. Estamos aquí para amarle,
adorarle y servirle y para representar Sus intereses en la tierra. Nuestros
cuerpos nos han sido dados para ser nuestros siervos, no nuestros dueños” (W.
MacDonald).
Reflexionemos, ¿qué es más importante? Preguntó Jesús. Un
argumento de mayor a menor (cf. Rom. 8:32). La vida y el cuerpo son más
importantes que la comida y la ropa. Piénselo detenidamente, ¿quién da vida a
nuestros cuerpos? ¡Dios! Si Dios es lo suficientemente poderoso para darnos
vida, ¿no podrá también proporcionarnos comida y ropa para sustentar la vida
que nos da?
He aquí un argumento a favor del cuidado providencial de
Dios. Contemple y reflexione, es decir, “mirad” (gr. “emblepo”), “mirar con
concentración… expresando una intensa contemplación” (Vine).
Las aves son ejemplo elocuente de la capacidad de Dios
para cubrir sus necesidades. Esto no significa que las aves no trabajen para
cubrir sus necesidades (a menudo se muestran ocupadas conforme a su capacidad y
oportunidades). Pero, las aves no son culpables de exagerar como el rico necio
(Luc. 12:16-21).
El punto de Jesús es tremendo. Si sus discípulos e hijos
del Altísimo, que valen más que las aves, usan sus oportunidades y talentos
para trabajar (cf. Ef. 4:28; 1 Tes. 4:11,12), cosa que las aves no hacen, ¿cómo
podrían dudar que Dios no bendecirá la obra de sus manos (cf. Sal. 90:17)?
“¡Seguramente, Dios no podría ser acusado de cuidar a los
gorriones y descuidar a sus hijos! El misterio de cómo Dios se preocupa por las
miríadas de sus criaturas, tanto grandes como pequeñas, es una maravilla
infalible. Cualquiera que esté familiarizado con la vida salvaje es consciente
de la notable continuación de todas las especies de una época a otra. Que Dios
realmente hace esto es una certeza. El peso del argumento de nuestro Señor aquí
es abrumador cuando se recuerda que, de todas las criaturas de Dios, desde los
insectos hasta los grandes animales del bosque, solo el hombre está
constantemente ansioso por su supervivencia en el planeta. Qué vislumbre da
esto de la ruina y la miseria que han resultado del pecado y la rebelión del
hombre contra su Hacedor. La ansiedad, corolario seguro del pecado cometido, ha
invadido cada pensamiento del hombre, ha destruido su serenidad y lo ha hecho
correr en todas direcciones” (J. B. Coffman).
Reflexionemos, “¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”,
un argumento de menor a mayor
(cf. Mat. 10:29-31). Es
decir, si el Padre celestial provee para seres de menor valor, ¿no proveerá
para ti? Si somos imagen
y semejanza de Dios, y si fuimos redimidos por la sangre de Cristo. ¿Por qué dejar que las necesidades
físicas nos distraigan de lo más importante en la vida (cf. Mar. 4:18,19)?
Un argumento que ilustra lo
infructífero que resulta ser el afán en sí. ¿Alguna cosa cambiará simplemente
porque nos afanemos? El afán, por sí mismo, no cambiará nuestro cuerpo, ya sea
de estatura, ya sea de contextura.
“Considere cuán miserable es la
vida que hace que comer y vestirse sea el pensamiento principal. La vida de un
hombre está destinada a ser mucho más segura que esto; y, sin embargo, ¿no hay
algunos que no piensen más allá de esto? El peso de la ansiedad es puramente
secular y físico. Los devotos de la mesa y de la moda hacen que comer y beber
sea todo. Ahora, la idea del pasaje es que nadie está tan circunstanciado como
para verse obligado a pensar solo, o principalmente, en comida y vestimenta. No
hay un hombre pobre que no pueda percibir que nació para pensamientos y cosas
más altas que ‘mantener la olla hirviendo’.” (R.M. Edgar).
El afán por la comida y la ropa no
garantiza que las cosas necesarias para nuestra subsistencia las tendremos
mañana, como las víctimas de huracanes, terremotos, robos, etc., se han
percatado. Debemos aprender a depender de Dios: “El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy” (Mat. 6:11).
Otro argumento a favor del cuidado providencial de Dios. Jesús
dijo, “considerad” (gr. “katamanthano”), “aprender totalmente (kata, abajo,
intensivo; manthano, aprender), de ahí, notar con exactitud, considerar bien”
(Vine). Otro argumento de menor a mayor (cf. Mat. 6:26).
“como crecen” sin el trabajo sosegado que nos caracteriza
(cf. 2 Tes. 3:12), sin embargo, la gloria de los lirios supera la gloria de
Salomón. ¿Cómo es posible esto? Por el
cuidado providencial de Dios quien ordena los asuntos de esta vida para
asegurar que se logren sus propósitos.
Reflexionemos, “¿no hará mucho más a vosotros…?”. En
otras palabras, si Dios puede vestir así la hierba del campo, que hoy está aquí
y mañana ya no, ¿no es capaz Dios de hacerlo por ti? ¿No estará dispuesto el
Padre celestial? ¿No somos sus hijos? ¿No estamos diseñados a pasar la
eternidad con Dios?
“¿…hombres de poca fe?” (cf. Mat
8:26; Mat 14:31; Mat 16:8; Mat 17:20). He aquí la señal distintiva que
fácilmente podemos rastrear en nuestro corazón. Si nos afanamos por la comida y
la ropa, ¿qué somos sino “hombres de poca fe”?
Cuando falta la fe hay duda (Mat. 14:31), y cuando hay
duda, hay miedo (Mat. 14:30). Los “cobardes e incrédulos” siempre van juntos
(Apoc. 21:8; cf. Am. 3:3), tienen mucho en común.
La prohibición: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué
comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?”.
La razón: “Porque los gentiles buscan todas estas cosas”,
“pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas”.
El enfoque: “Mas buscad primeramente”, “el reino de Dios”,
“y su justicia”
La bendición: “y todas estas cosas os serán añadidas”.
“¿No es la vida más que el alimento, y
el cuerpo más que el vestido?” (v.25).
“Mirad las aves del cielo” (v.26).
“¿Y quién de
vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?” (v.27).
“Considerad los
lirios del campo” (v.28-30).
Resumen del argumento de Jesús
(v.31-34).
La enseñanza: “Así que, no os afanéis por el día de
mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”.
Nada debe distraernos del reino de Dios y su justicia
(v.33). Las necesidades físicas no deben distraernos del gobierno de Dios y su
voluntad para con nosotros. Pero, ¿cómo podemos lograr esto?
- Acumulando tesoros en el cielo, usando nuestro tesoro terrenal para ayudar a otros (Mat. 6:19-21; 19:21; Luc. 12:33,34; 1 Tim. 6:17-19).
- Enfocando nuestro corazón en lo que realmente es bueno, verdadero y justo (Mat. 6:22,23).
- Sirviendo a Dios en lugar de servir a las riquezas (Mat. 6:24).
Conclusión