Hemos
leído acerca de la promesa que Jesús hizo “a los apóstoles
que había escogido” (Hech. 1:2), mandándoles que no se fueran de
Jerusalén, “sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les
dijo, oísteis de mí” (Hech. 1:4; cf. Luc. 24:49). Ellos serían bautizados en el Espíritu Santo:
- “Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hech, 1:5),
- “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
Hemos
leído de aquellos discípulos, reunidos unánimes, que esperaban
en oración que tal promesa se cumpliese en los apóstoles (Hech.
1:12-14), instancia en la cual el Señor escogió al sucesor de
Judas, a Matías, quien fue contado con los once apóstoles (Hech.
1:26).
En
Hechos 2 leemos sobre eventos importantes que ocurrieron en un sólo
día, y este fue el día de Pentecostés:
- El derramamiento del Espíritu Santo.
- El primer sermón que abrió las puertas del reino.
- El establecimiento de la iglesia del Señor.
Las
circunstancias del derramamiento del Espíritu Santo
El
día en que el derramamiento del Espíritu Santo ocurrió fue el día
de Pentecostés (Hech. 2:1), una fiesta llamada “La fiesta de las
semanas” en el Antiguo Testamento, la cual celebraba la cosecha del
trigo (Ex. 34:22).
“Pentecostés”
significa “quincuagésimo”, debido a que ocurría cincuenta días
después de la Pascua (Lev. 23:15,16). Este día fue un domingo, es
decir, un primer día de la semana. Jesús había ascendido al cielo
diez días antes (cf. Hech. 1:3,9-11).
Leemos
que “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes
juntos” (Hech. 2:1), pero, ¿quiénes son estos “todos”? ¿Son
los 120 discípulos o son los apóstoles? El antecedente más cercano al que
se hace alusión son los “apóstoles” (Hech. 1:26), lo cual no es
extrañó porque a ellos se hizo la promesa (Hech. 1:4,5,8). Ellos
estaban sentados en la casa (Hech. 2:2). Ellos eran galileos (Hech.
2:7). Los que se pusieron de pie fueron Pedro con los once (2:14). La
multitud se dirigió a Pedro y a los otros apóstoles como “varones
hermanos” (2:37).
“Y
de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que
soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les
aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre
cada uno de ellos” (Hech. 2:2,3).
Hablando de los apóstoles, Lucas dijo: “Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hech. 2:4-11), y
comenzaron a hablar en idiomas extranjeros, lo cual llamó la
atención de los judíos devotos que se habían reunidos para el
Pentecostés. La multitud les oyó hablar de las maravillas de Dios
en sus propios idiomas (cf. 2:6,11). Entonces, los que entendieron
quedaron asombrados y maravillados, aunque perplejos (Hech.
2:7,8,12), y los que no entendieron simplemente se burlaron (Hech.
2:13; cf. 17:32; 26:24). Pedro sencillamente indicó que era
demasiado temprano para que estuviesen borrachos (Hech. 2:14,15; cf.
Rom. 13:13; 1 Tes. 5:7).
El
significado del derramamiento del Espíritu Santo
El
derramamiento del Espíritu Santo fue proclamado por Juan el bautista
(Mat. 3:11,12), anunciado por Jesús a sus apóstoles (Hech. 1:4-8;
cf. Luc. 24:49), y explicado por Pedro en el día de Pentecostés:
- Los eventos fueron profetizados por Joel (Hech. 2:16; cf. Jl. 2:28-32).
- Quien profetizó sobre el derramamiento del Espíritu Santo (Hech. 2:17,18).
- Una instancia de juicio, pero también de salvación (Hech. 2:19-21).
- Lo que vieron y oyeron también fue evidencia de la resurrección y exaltación de Jesús de Nazaret como Señor y Cristo (Hech. 2:32-36).
El
derramamiento del Espíritu Santo fue mencionado por Pablo. Él
apóstol escribió sobre “el Espíritu Santo, el cual derramó en
nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito
3:5-7), indicando “el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo” (cf. Jn. 3:3,5,7; cf. Rom. 5:5; 8:11-13).
Dirigiéndose
a los corintios, Pablo escribió: “Y esto erais algunos; mas ya
habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios” (1 Cor. 6:11). “Porque por un solo Espíritu fuimos
todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos
o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1
Cor. 12:13):
- Este cuerpo “es la iglesia” (Col. 1:18).
- Este cuerpo ha bebido del mismo Espíritu: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Jn. 7:37-39).
Conclusión
Con
el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés:
- La promesa del Padre, tantas veces anunciada, se cumplió.
- Se demostró que Jesús se levantó de entre los muertos y fue exaltado a la diestra de Dios.
- Llegaba un tiempo de juicio pero también de salvación.
Algunos
beneficios fueron temporales, como la investidura de poder sobre los
apóstoles, para revelar y confirmar su testimonio al mundo. Sin
embargo, otros beneficios son duraderos, ofrecen salvación y
santificación a todos los que obedecen. Es decir, la consecuencia del bautismo en el Espíritu Santo, sigue bendiciendo al mundo, y esta consecuencia es la doctrina de los apóstoles de Cristo.
Recuerde
lo que Pedro dijo al auditorio ese día: “...Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para
todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios
llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generación” (Hech. 2:38-40).
“Así
que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron
aquel día como tres mil personas” (Hech. 2:41).
“Y
el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser
salvos” (Hech. 2:47).