Materialismo

 


Por Josué Hernández
 
 
Continuamos avanzando en nuestro estudio en “El sermón del monte”, y vemos que Jesús continúa exponiendo sobre la justicia del reino de los cielos respecto a la relación del hombre con Dios.
 
En la presente lección, en Mateo 6:19-24, aprendemos que el ciudadano del reino de los cielos debe tener el reino de Dios y su justicia, es decir, la soberanía de Dios y sus demandas, como la más grande de las prioridades de su vida, si es que su relación con Dios será lo que debería ser.
 
“La justicia en la relación con Dios exige no solamente una devoción sincera de todo corazón al Padre celestial (6:1-18) sino también una confianza sin límites en él en todas las circunstancias” (W. Hendriksen).
 
En consideración de lo anterior, el corazón del ciudadano del reino de los cielos ha de ser uno que confía en Dios en lugar de las posesiones y a pesar de las vicisitudes de la vida.
 
Motivación: “haceos tesoros en el cielo”, no en la tierra.
 
¿Por qué hacernos tesoros en el cielo en lugar de vivir solo para atesorar en la tierra? Porque en la tierra la polilla y el óxido destruyen, es decir, las cosas materiales son perecederas, y los ladrones entran y roban, es decir, las cosas materiales están sujetas a robo.
 
“…las palabras “polilla” y “orín” representan todos los agentes y procesos que hacen que los tesoros terrenales disminuyan en valor y finalmente dejen totalmente de cumplir su propósito. Así el pan se pone mohoso (Jos. 9:5), las vestiduras se gastan (Sal. 102:26), los campos (particularmente los abandonados) se llenan de malezas (Pr. 24:30), los muros y cercos caen (Pr. 24:31), los techos se deterioran y empiezan las goteras (Ec. 10:18), el oro y la plata se herrumbran y perecen (1 P. 1:7, 18). Súmese la destrucción causada por las termitas, huracanes, tifones, tornados, terremotos, enfermedades de las plantas, erosión del suelo, etc. La lista es casi interminable…
En cuanto a lo segundo, el desfalco, los ladrones minan y hurtan. A través de las paredes de adobe de las casas en que Jesús estaba pensando, el ladrón podía fácilmente hacer un agujero y robar los tesoros mal guardados. La inflación, los impuestos opresivos que pueden equivaler a una confiscación, las quiebras bancarias, las crisis del mercado de capitales, los gastos relacionados con largas enfermedades, estos y otros muchos males similares tienen el mismo efecto. Además, el cuerpo del hombre, incluso el de los más fuertes, se agota gradualmente (Sal. 32:3; 39:4–7; 90:10; 103:15, 16; Ec. 12:1–8). Cuando muere, todos los tesoros terrenales sobre los que había puesto sus esperanzas se desvanecen con él” (W. Hendriksen).
 
Pero en el cielo ni la polilla ni el óxido destruyen (cf. 1 Ped. 1:3,4), y los ladrones no entran a robar (1 Ped. 1:4,5).
 
Este es, por lo tanto, un asunto del corazón: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. En consideración de lo anterior, aprendemos que si su tesoro está en la tierra, su corazón experimentará mucha decepción. En cambio, si su tesoro está en el cielo, su corazón no sufrirá grandes decepciones, porque su tesoro es incorruptible y no se desvanece (cf. Heb. 10:32-34; 13:5,6).
 
Cuando el consejo de Cristo se acepta y se aplica, estamos edificando sobre la roca (Mat. 7:24-27). Las tormentas de la vida no nos abrumarán. Tenemos nuestra “casa” (vida) edificada sobre la “roca” (la palabra de Cristo).
 
La pregunta del millón es la siguiente: “¿Cómo podemos hacer tesoro en el cielo?”. En Primer lugar, debemos nacer de nuevo (Jn. 3:3,5) para tener herencia del Padre (Rom. 8:16,17). Luego, debemos esforzarnos por usar todo medio que tengamos para bendecir a nuestro prójimo (cf. Mat. 10:42; 19:21; Luc. 12:33,34; 16:9; Hech. 9:36,39; Gal. 6:6,10; Sant. 1:27; 1 Tim. 6:17-19).
 
Visión: “la lámpara del cuerpo es el ojo”.
 
He aquí una figura de lenguaje muy elocuente. El “cuerpo” representa a la “persona interior”, y el “ojo” representa la “mirada del alma”, es decir, “al corazón humano”. Cuando el ojo es “bueno” es, por lo tanto, “simple, sencillo, sin complicaciones”, y cuando el ojo es “malo” es, por lo tanto, “malvado, maligno, perverso”.
 
En las sagradas Escrituras la expresión “ojo malo” u “ojo maligno” significa “envidioso, codicioso”. Considérense los siguientes pasajes:
  • “No comas el pan de aquel que tiene ojo maligno, ni anheles sus viandas delicadas” (Prov. 23:6, VM).
  • “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿o es malo tu ojo, porque yo soy bueno?” (Mat. 20:15, VM), “¿O es tu ojo malo porque yo soy bueno?” (LBLA).
  • “los hurtos, las codicias, las maldades, el engaño, la lujuria, el ojo maligno, la blasfemia, la soberbia, la insensatez” (Mar. 7:22, VM).
 
“Jesús no quiere decir que el ojo es la fuente de luz de nuestro cuerpo, sino que es el portador de la luz, el guía del que depende todo el cuerpo para su iluminación y dirección. Es por el ojo que un individuo puede hacer uso de la luz. Por lo tanto, en este sentido secundario, el ojo mismo también podría ser llamado la luz o lámpara del cuerpo” (W. Hendriksen). 
 
La explicación y aplicación positiva de la figura indica que “el corazón es al alma lo que el ojo es al cuerpo”. Si el corazón, o la mirada del alma, es sencillo, en su amor por Dios y las cosas de Dios, entonces, uno estará lleno de luz, es decir, uno estará lleno de la bondad, justicia y verdad (cf. Ef. 5:8-10).
 
La explicación y aplicación negativa de la figura señala que si el corazón, o la mirada del alma, es malo, es decir, perverso, maligno, y, por lo tanto, codicioso, uno estará lleno de oscuridad. Y, la oscuridad, o tinieblas, no son de Dios (cf. Hech. 26:18; Col. 1:13; Jn. 1:5-7).
 
¿Cuál es, por lo tanto, nuestra más grande necesidad? Necesitamos ser ricos para con Dios confiando en él, y siempre, leales a él (cf. Luc. 12:13-21).
 
“La búsqueda de tesoros terrenales es una enfermedad que se alimenta y aumenta sobre sí misma. Si uno está recolectando "miles" o "millones" de dólares, la posesión de cualquier cantidad no satisface al "coleccionista" sino que lo envía ávidamente en busca de más. Esta búsqueda hambrienta de riquezas, o cualquier logro terrenal, traspasa al perseguidor con muchos dolores, tentaciones y lazos, y también lo empuja a muchas concupiscencias necias y dañinas "que hunden a los hombres en la perdición" (1 Tim. 6:9,10)” (J. B. Coffman).
 
Lealtad: “No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
 
Cristo sentenció: “Ninguno puede servir a dos señores”. Sabemos que un “señor” exige lealtad total. Y Dios exige precisamente esto: “Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es” (Ex. 34:14). “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento” (Mar. 12:30).
 
Todos elegimos, y, en consecuencia, todos tenemos algún “señor”. Las “riquezas” (del arameo “mammón”) tiene muchos súbditos (cf. Ef. 5:5; Col. 3:5). Simplemente, si no adoramos al Dios verdadero nos volveremos idólatras al servir a un dios falso.
 
“La imposibilidad de vivir para Dios y el dinero se expresa aquí en términos de señores y esclavos. Nadie puede servir a dos señores. Inevitablemente, uno tendrá la precedencia en su lealtad y obediencia. Así es con Dios y ... las riquezas. Presentan unas demandas rivales y se tiene que tomar una decisión. O bien ponemos a Dios en primer lugar y rechazamos el gobierno del materialismo, o hemos de vivir para cosas temporales y rechazamos la demanda de Dios sobre nuestras vidas.” (W. MacDonald)
 
“El amor de Cristo y su reino, la elección constante de valores espirituales en lugar de carnales, y la preferencia por las cosas eternas en contraste con las cosas materiales y seculares, estas consideraciones marcan los propósitos generales de la nueva vida en Cristo. Las posesiones deben ser poseídas; no deben poseer a sus dueños” (J. B. Coffman).
 
“La persona que ha puesto en mal lugar el corazón (v.21) y ha dirigido mal la mente (v.22,23) también sufre de una voluntad mal alineada, una voluntad que no está en línea con la voluntad de Dios (v.24). Quizás se imagina que puede dar su plena lealtad a las dos metas de glorificar a Dios y de adquirir posesiones materiales, pero se equivoca. Odiará a uno y amará al otro, o viceversa… La tensión psicológica que se produce en el alma de una persona que se imagina por un tiempo que puede amar y servir a ambos maestros llega a ser tan severa e insoportable que tarde o temprano, en actitud, palabra y hecho comenzará a mostrar donde está su verdadera lealtad. Uno de los dos amos saldrá victorioso; realmente ha estado “a la cabeza” todo el tiempo, aunque tal vez el individuo en cuestión no estuviera completamente consciente de ello” (W. Hendriksen).
 
Conclusión
 
Jesús, obviamente, nos está enseñando a elegir a Dios como nuestro Señor porque las riquezas son susceptibles al deterioro y al robo, y nos vuelven criaturas ciegas y egoístas. En cambio, la lealtad y confianza totales en Dios nos permiten atesorar en los cielos, lo cual también nos vuelve personas bondadosas y justas.
 
¿Cuál es la actitud de su corazón respecto a las riquezas? ¿A cuál de los dos “señores” ha elegido como el amo de su vida?