Por Josué Hernández
“Manzana de oro
con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (Prov. 25:11).
Fácilmente podemos predicar la verdad, pero sin amor. Decimos lo que hay que decir, pero con un toque de arrogancia, o con falta de paciencia. Tal vez, solo para ganar una discusión. Al final, el mensaje que predicamos está impregnado de una fea actitud que cubre la verdad. De esta manera, la divina verdad pierde su esplendor y su fuerza, porque no la hablamos cómo es debido.
La palabra de Dios nos enseña que una
palabra bien hablada es como una manzana “de oro en engastes de plata” (Prov.
25:11, LBLA). Una declaración similar encontramos en Proverbios 16:24, donde
leemos, “Las palabras amables son un panal de miel: endulzan el alma y
tonifican el cuerpo” (JER).
Obviamente, debemos prestar
atención a cómo hablamos y a lo que hablamos. Necesitamos apreciar el mucho
bien que podemos hacer cuando nuestras palabras van acompañadas de amor a nuestro prójimo: “El corazón del justo medita sus respuestas, la boca
del malvado esparce maldades” (Prov. 15:28, JER).
Debemos hablar la verdad en amor
(cf. Ef. 4:15) para que nuestra “palabra sea siempre con gracia, sazonada con
sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6).
Decir lo que es correcto, en el
momento correcto, de la forma correcta, y con el propósito correcto, es el plan de Dios para nosotros, y Jesucristo ilustró esto perfectamente.