Por Josué Hernández
El
autor a los hebreos preguntó, “¿cómo
escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?”
(Heb. 2:3).
Perder
la salvación no requiere mucho esfuerzo, sencillamente requiere que
nos dejemos llevar por la corriente del mundo. No tenemos que
blasfemar contra Dios, quemar la Biblia o destruir el edificio de la
iglesia. Ni siquiera tenemos que cometer pecados muy evidentes como
el adulterio o el homicidio. Para perder la salvación no tenemos que
hacer un gran esfuerzo, simplemente debemos descuidar la
salvación.
El
atleta no puede descuidar los deportes si quiere alcanzar la meta. La
dueña de casa no puede mantener una casa limpia y ordenada si la
descuida. El agricultor no puede conseguir una buena cosecha si
descuida su campo. El comerciante no prosperará si descuida su
negocio. El estudiante no se graduará si descuida su carrera. El
predicador no puede presentar buenos sermones si descuida el estudio
bíblico cotidiano. Sin embargo, y lamentablemente, muchas personas,
incluso algunos hermanos en Cristo, actúan como si creyeran que se
puede alcanzar la vida eterna sin diligencia, a la vez que entienden
que todo otro asunto demanda cuidado perseverante.
El
autor a los hebreos escribió, “es necesario que con más
diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos
deslicemos” (Heb. 2:1), “somos hechos participantes de Cristo,
con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del
principio” (3:14), “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo,
para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia”
(4:11), “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”
(4:16), “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de
Cristo, vamos adelante a la perfección” (6:1), “no dejando de
congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (10:25),
“despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante” (12:1).
¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de ti? ¿Estamos descuidando nuestra
salvación?