El primer sermón del evangelio

 


Por Josué Hernández


Con el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés registrado por Lucas en Hechos capítulo dos, las promesas de Joel, Juan el bautista y Jesús, se estaban cumpliendo, lo cual iniciaba un tiempo de juicio y salvación (cf. Mat. 3:12; Hech. 2:21).

Coincidiendo con lo anterior, la iglesia fue establecida, cumpliéndose la promesa de Cristo de edificar su iglesia (Mat. 16:18), y la promesa de que verían “el reino de Dios venido con poder” (Mar. 9:1; cf. Hech. 1:8), lo cual también fue indicado en las profecías de Daniel 2 e Isaías 2.

Al explicar los eventos milagrosos de ese día Pedro hizo un giro en su argumentación, y desvió la atención del auditorio, de los milagros que presenciaron al mensaje del evangelio, un mensaje centrado en Jesucristo como Señor, crucificado, resucitado y exaltado.

El mensaje del evangelio

En primer lugar, el apóstol Pedro indicó las credenciales de Jesús de Nazaret, como un varón aprobado por Dios. Pedro señaló que, por sus milagros, Jesús de Nazaret fue un “hombre acreditado por Dios ante vosotros” (Hech. 2:22, JER; cf. Jn. 3:2).Simplemente, no podían negar las señalas que hizo Jesús mientras vivía, había demasiados testigos (cf. Hech. 10:37,38).

En segundo lugar, Pedro señaló que aquel varón aprobado por Dios fue crucificado, y señaló a los culpables. Ellos lo prendieron y lo mataron mediante los romanos (Hech. 2:23), lo cual cumplió la profecía (cf. Hech. 4:27,28; Is. 53:10-12). Jesús debía morir de una forma predeterminada por Dios (cf. Jn. 3:14; 12:32,33).

En tercer lugar, Pedro indicó que Jesús de Nazaret había resucitado. Sencillamente, la aprobación de Dios no fue frustrada y Dios resucitó a Jesús (Hech. 2:24). Y para probar su argumento, el apóstol señaló tres pruebas de la resurrección de Jesús:
  • La profecía de David (Hech. 2:25-31; cf. Sal. 16:8-11).
  • El testimonio de ellos, los apóstoles (Hech. 2:32; cf. 1:8,21,22).
  • El derramamiento del Espíritu Santo que el auditorio presenció (Hech. 2:33).

En cuarto lugar, Pedro indicó a su auditorio que Jesús de Nazaret ha sido exaltado como Señor y Cristo. El propio derramamiento del Espíritu Santo fue el resultado de la exaltación del Señor (Hech. 2:33).

La exaltación de Jesús fue profetizada por David (Hech. 2:34,35; cf. Sal. 110:1). Jesús de Nazaret es, por lo tanto, Señor y Cristo (Hech. 2:36).

La respuesta al mensaje evangelio

La reacción inicial de la multitud en aquel Pentecostés fue una conmoción emocional por la fe que vino por oír la palabra de Dios. Fueron heridos en el corazón, es decir, convencidos de pecado: “Al oír esto, se compungieron de corazón” (Hech. 2:37), lo cual implica elocuentemente que creyeron el mensaje de Jesús, tal como les fue anunciado: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel...” (Hech. 2:36).

Preguntaron qué hacer: “y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37), entendiendo que eran responsables de hacer algo (cf. Hech. 10:6), lo mismo que otros entendieron (cf. Hech. 9:6; 16:30). La pregunta es, ¿lo entendemos nosotros (1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:7,8)?

Simplemente, la gracia de Dios no se alcanza sin el esfuerzo de obediencia (cf. 2 Rey. 5:10; Jn. 9:7). La obediencia no es incompatible con la salvación por fe (cf. Rom. 1:5; 6:17; 16:25,26; Heb. 5:9; 1 Ped. 1:22). La multitud sabía que debía hacer algo, y Pedro, inspirado por el Espíritu Santo les indicó lo que debían hacer (obediencia) para alcanzar el perdón de los pecados (gracia).

La respuesta de Pedro fue clara. En primer lugar, ellos debían arrepentirse: “Arrepentíos... cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hech. 2:38), lo cual Jesús quería que los apóstoles proclamaran (Luc. 24:46,47). El arrepentimiento es un cambio de mente que produce un cambio de vida, el abandonar el pecado, acudir a Dios y aceptar las consecuencias.

En segundo lugar, y ligado al arrepentimiento (conjunción “y”), debían sumergirse en agua: “y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hech. 2:38), lo cual Jesús quería que sus apóstoles proclamaran (cf. Mat. 28:19; Mar. 16:15,16). Esta es la inmersión para lavar los pecados (cf. Hech. 22:16; 1 Ped. 3:21).

Pedro dijo que los obedientes recibirían el regalo del Espíritu Santo: “y recibiréis el don del Espíritu Santo”, el cual había sido derramado (Hech. 2:33), y es recibido por todos aquellos que obedecen a Cristo (cf. Hech. 2:39; 5:32).

Después de una nueva exhortación (Hech. 2:40), miles recibieron la palabra (Hech. 2:41), y los bautizados fueron añadidos por el Señor a su iglesia (Hech. 2:41,47).

Conclusión

¡Qué día! Jesús fue proclamado como Señor, crucificado, resucitado y exaltado. Miles obedecieron al evangelio.

Para obedecer al evangelio, ¿qué debe hacer el pecador?
  • Creer, con total certidumbre, que Jesús es el Señor quien murió para salvarle (Hech. 2:36).
  • Arrepentirse de sus pecados, lo cual es la decisión (no emoción) de apartarse del pecado volviéndose a Dios (Hech. 2:38).
  • Ser bautizado para la remisión de los pecados y la recepción del don (regalo) que otorga el Espíritu Santo (Hech. 2:38,39), esta es la justificación y todos los privilegios en Cristo.

Cada uno debe preguntarse:
  • ¿Esto es lo que me enseñaron, o me predicaron un evangelio diferente?
  • ¿Esto es lo que yo creí, o abracé una falsa doctrina?
  • ¿Es posible que haya sido bien bautizado si he sido mal enseñado en estas cosas?
  • ¿Puedo confiarme como salvo si no he obedecido a Jesucristo?

Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hech. 2:41).