No desmayamos

 


Por Josué Hernández


En 2 Corintios 4, dos veces el apóstol Pablo dijo “no desmayamos” (4:1,16). Desmayar (gr. “enkakeo”), debe entenderse como “carecer de valor, perder el ánimo, ser de poco ánimo” (Vine). “desmayar, debilitar, i.e. (por implicación) descorazonarse” (Strong). “Perder ánimo, desalentarse” (Tuggy).

Si alguno podría haberse “desanimado” era Pablo (cf. 2 Cor. 11:23-29; 12:7-10). Sin embargo, Pablo dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4:7-9). Pablo decía también, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).

Algunos cristianos se desaniman y desmayan, lo cual es algo extraño y lamentable. Extraño, porque no experimentan lo que Pablo sufría. Triste, porque no cumplen la voluntad de Dios en sus vidas (“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”, Gal. 6:9).

Señales del desaliento

Una señal de evidente desaliento es la falta de persistencia en la oración. Jesús, en reiteradas ocasiones señaló “la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Luc. 18:1; cf. Ef. 6:18; Col. 4:2; 1 Tes. 5:17), ¿perseveramos en la oración velando en ella?

Otra señal que indica desaliento es el dejar de hacer el bien. Sin embargo, la Escritura nos apremia, “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gal. 6:9,10; 2 Tes. 3:13; cf. Heb. 10:24,25). ¿Ya no estamos “firmes y constantes” en nuestro servicio a Dios (cf. 1 Cor. 15:58)?

Razones del desaliento

No tenemos que buscar demasiado, ni viajar lejos, para encontrar razones para el desaliento. Sencillamente hay razones de sobra para decaer en el ánimo y desmayar. He ahí el peligro, el desaliento está al acecho para destruirnos.

Una razón para el desaliento son las tribulaciones. Pablo entendía que las tribulaciones que él sufría podrían desanimar a los santos (Ef. 3:13). Detengámonos a pensar en esto, si las tribulaciones de otro nos pueden desanimar, ¡cuánto más las tribulaciones de uno mismo (cf. 1 Cor. 10:13)! Las tribulaciones tienen el potencial para desalentarnos (cf. Luc. 8:13; Hech. 14:22; 1 Ped. 1:7; 4:12).

Otra razón para el desánimo es la maldad general. La “iniquidad” de la mayoría tiene la capacidad de enfriar el amor (cf. Mat. 24:12). Los impíos pueden desanimar con su levadura (1 Cor. 15:33).

Es más probable que un cristiano se desanime por la impiedad general en lugar de perder el ánimo por las tribulaciones. Es decir, podemos estar firmes en las adversidades, pero decaer por la maldad general.

El secreto para vencer el desaliento

Para no desalentarnos, en primer lugar, debemos apreciar la gloria del ministerio apostólico. Este es el primer punto de Pablo, al relacionar su ánimo con la clase de ministerio que le fue confiado (“Por lo cual”, 2 Cor. 4:1). El apóstol contrastó el Antiguo Pacto con el Nuevo Pacto (2 Cor. 3:5-18). ¡Cuán necesario es el estudio bíblico que nos permite apreciar la gloria de la palabra de Cristo!

En segundo lugar, para no desanimarnos necesitamos revitalizarnos con el poder de Cristo. Pablo de esto habla cuando vuelve a declarar otra razón para su ánimo (2 Cor. 4:16). Él sufrió mucho por Cristo (cf. 2 Cor. 4:8,9), pero en estos momentos el poder de Dios se manifestaba en su vida (2 Cor. 4:7,10,11). Él había aprendido la lección (2 Cor. 12:7-10), ¿la hemos aprendido nosotros?

En tercer lugar, debemos contemplar las cosas que no se ven (2 Cor. 4:16-18), el “más excelente y eterno peso de gloria” (la gloria descrita en 2 Corintios 5:1-5). ¿Por qué? La razón resultará evidente si pensamos como Pablo, “por fe andamos, no por vista” (5:7).

Conclusión

¡Cuántas almas desalentadas viven sin esperanza y sin Dios en el mundo! Y, peor aún, ¡cuántos santos de Dios no están prestando atención debida a las señales del desánimo, y alejándose de la fuente de poder!

¿Qué de nosotros? ¿Nos hemos cansado de hacer el bien? ¿Perseveramos en la oración? ¿Podemos entonar la canción “Yo vivo, Señor, porque tú vives, porque tú vives, Señor, es que yo vivo”?