Llénese de valor

 
Por Josué Hernández


José de Arimatea era miembro del Sanedrín, el consejo judío que condenó a Jesús a la muerte. Era un hombre bueno y justo (Luc. 23:50), y un discípulo de Jesús, aunque secreto (Jn. 19:38), quien no consintió en las acciones del concilio respecto a Jesús (Luc. 23:51).

Marcos nos informa que cuando Jesús murió “vino José de Arimatea, miembro prominente del concilio, que también esperaba el reino de Dios; y llenándose de valor, entró adonde estaba Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús” (Mar. 15:43, LBLA).

Podemos fácilmente comprender porqué José “tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús” (JER). Sencillamente, Pilato estaba claramente perturbado y descontento por los acontecimientos de aquel día, luego de ceder a la presión para entregar a la muerte a uno que él mismo había declarado inocente varias veces. Podemos imaginar fácilmente que Pilato ya había tenido suficiente con el Sanedrín y el pueblo en general, y querría que lo dejaran solo. Pero, más importante aún es el hecho de que José era un discípulo secreto de Jesús “por miedo de los judíos” (Jn. 19:38). Solicitar el cuerpo de Jesús y sepultarlo en su propia tumba seguramente expondría a José al desprecio y la persecución que había procurado evitar, persecución y desprecio que él mismo sabía que Jesús sufrió durante su ministerio.

Cuando José se llenó de valor fue recompensado con el permiso de Pilato para tomar el cuerpo de Jesús. A José se le unió Nicodemo, otro de los miembros del concilio judío, quien antes había venido a Jesús de noche (Jn. 19:39-42; cf. 3:1 y sig.). Tal vez, tenemos un punto aquí: “El valor es contagioso”. Si uno se atreve otros lo harán.

Hay momentos en los cuales nuestro servicio al Señor requiere de valor, osadía, y coraje. Se necesita valor para servir a Jesucristo fielmente, “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Tim. 3:12) y “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hech. 14:22). Confesar nuestra fe en él (Rom. 10:9,10) puede ser especialmente difícil frente a familiares y amigos que no están de acuerdo con nuestra decisión (Mat. 10:34-39).

Se requiere valor para vivir como discípulos de Jesucristo, valor para decir “no” al diablo y al mundo, valor para predicar el evangelio, valor para refutar con paciencia a los que enseñan el error, valor para amonestar con firmeza pero con amor a hermanos que se han apartado de la fe, valor para persistir fielmente cuando nos azotan las pruebas de la vida.

Cristo dijo, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mar. 8:34-38).

Seamos como José, llenémonos de valor para identificarnos con Jesucristo y serle fieles en todo lo que él demanda de nosotros.


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