“Siervo de Dios y del Señor Jesucristo”

 


Por Josué Hernández


Reconociendo que Jacobo, “el hermano del Señor” (Gal. 1:19) fue el autor de la epístola de Santiago es muy interesante que se identifique a sí mismo como “siervo de Dios y del Señor Jesucristo” (Sant. 1:1). Pablo se identificaba de la misma manera (Rom. 1:1; Fil. 1:1), al igual que Pedro (2 Ped. 1:1) y Judas (Jud. 1:1).

El sustantivo “siervo” (gr. “doúlos”) significa “esclavo”. ¿Por qué estos hombres de Dios se identificaban como “siervos”? ¿Por qué nosotros debiésemos vivir como “siervos” de Dios?

Todo discípulo de Cristo debe ser un “siervo”

Jesús destacó esta verdad en varias oportunidades. Por ejemplo, al condenar la falta de espíritu de servicio en los escribas y fariseos (Mat. 23:8-12), al indicar su propio ejemplo (Mat. 20:25-28; Fil. 2:5-8), y cuando lavó los pies de sus discípulos (Jn. 13:12-17).

Es común el hablar de que Dios nos llama, y se enfocan las grandes doctrina de la fe, pero pocos de detienen a pensar que también somos llamados a servir a Dios (Sant. 1:1; Heb. 9:14), servir a Jesucristo (Sant. 1:1; 1 Cor. 4:1), servir a la justicia (Rom. 6:17,18), y servir por amor los unos a los otros (Gal. 5:13; 1 Cor. 9:19-23).

Ser un “siervo” es una marca de madurez espiritual

Una persona inmadura demuestra su niñez en el egoísmo. Por ejemplo, los bebés son muy egocéntricos, y normalmente, cuando la persona madura comienza a considerar a los demás, lo cual es una marca distintiva de vital madurez. En cambio, si alguno se resiste a considerar a los demás, o sencillamente, quiere que le sirvan o “servirse de los demás”, demuestra inmadurez.

Una persona que sirve a otros ciertamente no es egoísta. Se preocupa por las necesidades de los demás. Por lo tanto, demuestra un comportamiento sano, maduro.

La descripción que hace Santiago de sí mismo es tremenda como marca de madurez espiritual sin atisbo alguno de jactancia, pero sí de honra, como veremos más adelante. Con esta carta de presentación Santiago hizo dos cosas. En primera lugar señaló el problema de su auditorio, a la vez que les indicó la meta a la cual apunta su epístola.

Ser un “siervo” involucra tres cosas

Ser un “siervo” involucra “obediencia total”. Sencillamente, en una relación de Amo-esclavo, el esclavo no conoce más ley que la palabra de su amo, el esclavo no tiene derechos, el esclavo es posesión de su amo, y por lo tanto, el esclavo está obligado a una obediencia total.

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:19,20).

Cristo nos ha llamado en sus términos, no en los nuestros: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Luc. 6:46). “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21).

Ser un “siervo” involucra “humildad total”. Sin humildad no hay obediencia. La humillación de la mente nos hace receptivos a la idea de la obediencia total. Considérese la autoestima de Pablo (cf. 1 Cor. 15:9,10; Ef. 3:8; 1 Tim. 1:15).

Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Luc. 17:10).
Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil. 2:14; cf. 1 Cor. 10:10; Sant. 1:19-21).

Ser un “siervo” involucra “fidelidad total”. Una lealtad voluntaria y absoluta, “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal. 1:10).

El siervo fiel es leal solamente a su amo (cf. Mat. 6:24), para cumplir la voluntad de aquel a quien sirve libremente con diligencia y sin pereza.

Ser un “siervo” es un gran honor

Este es el “título” por el cual los más grandes hombres de Dios fueron conocidos: “mi siervo Caleb” (Num. 14:24). “tus siervos Abraham, Isaac y Jacob” (Deut. 9:27). “Josué hijo de Nun, siervo de Jehová” (Jos. 24:29). “Moisés tu siervo” (1 Rey. 8:53). “mi siervo Job” (Job 1:8; 2:3). “mi siervo Isaías” (Is. 20:3). “los profetas mis siervos” (Jer. 7:25).

Podemos ser compañeros de estos grandes hombres de Dios si nos hacemos “siervos” en el sentido absoluto de la palabra, en total sumisión a la perfecta voluntad de Dios.

Conclusión

Somos siervos de Dios y del Señor Jesucristo cuando manifestamos obediencia total, humildad total y lealtad total.

Cuando servimos a Dios y al Señor Jesucristo, e incluso, a los hermanos, manifestamos una marca distintiva de madurez y vitalidad espiritual.

¿Hay alguna cosa de mayor honra que ser un “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”? ¿Es usted siervo en tales términos?