Por Josué Hernández
Al
estudiar el ejemplo de los fieles cristianos del primer siglo
fácilmente apreciamos su gozo inefable y glorioso (1 Ped. 1:8),
quienes a pesar de muchas y grandes dificultades se gozaban por amor
a Cristo (2 Cor. 12:10) y lo hacían siempre (Fil. 4:4). Consideremos
algunos ejemplos.
Los
cristianos en Jerusalén se destacaban por su gozo, “perseverando
unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas,
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios,
y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a
la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:46,47).
Lucas
registra una ocasión en la cual los apóstoles fueron azotados
injustamente, sin embargo, “ellos salieron de la presencia del
concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta
por causa del Nombre” (Hech. 5:41).
Cuando
Felipe predicó el evangelio en Samaria y su predicación fue
confirmada con señales milagrosas que indicaban la aprobación de
Dios, Lucas nos informa que “había gran gozo en aquella ciudad”
(Hech. 8:8).
Cuando
el funcionario de Candace, el etíope, obedeció al evangelio “siguió
gozoso su camino” (Hech. 8:39).
Cuando
Bernabé llegó a Antioquía y contempló cuántos habían obedecido
al evangelio de Cristo, “se regocijó, y exhortó a todos a que con
propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor” (Hech.
11:23).
Al
describir el efecto del evangelio en Antioquía de Pisidia, Lucas
dice: “Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu
Santo” (Hech. 13:52).
Cuando
Pablo y Silas viajaban de Antioquía de Siria a Jerusalén, “pasaron
por Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles; y
causaban gran gozo a todos los hermanos” (Hech. 15:3).
El
carcelero de Filipos, luego de ser bautizado, “se regocijó con
toda su casa de haber creído a Dios” (Hech. 16:34).
Los
cristianos primitivos se conducían llenos de gozo, lo cual fue notorio al mundo.
Vivían regocijándose en Cristo y su verdad, se gozaban por el perdón de sus
pecados y de la comunión con Dios. Ya no vivían en ignorancia y
culpa, eran nuevas criaturas y miembros de la familia de Dios,
disfrutaban de toda bendición en Cristo y esperaban su regreso.
¿Nuestras
vidas demuestran este gozo en el Señor? ¿Pueden otros percibir este
gozo en nosotros? Si no es así, debemos recuperar el valor de la
gracia de Dios en Cristo, y refrescar nuestra perspectiva.