“sino
que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en
aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (Ef. 4:15, LBLA).
Por Josué Hernández
Hablar
“la verdad en amor”, ¿qué imagen nos trae a la mente este
principio de la predicación aceptable a Dios? Tal vez pensamos en un
tono suave y muy gracioso, unido a palabras de ánimo y consuelo, con
una sonrisa positiva, y con una actitud que evite toda controversia.
Si es así, tal vez nos sorprendamos al aprender que, en ocasiones,
hablar la verdad en amor significa todo lo contrario.
Juan
el bautista llamó a algunos de su audiencia “generación de
víboras” y les reprendió por su falta de arrepentimiento (Mat.
3:7,8). Hablar la verdad en amor a veces requiere sorprender al
auditorio con la verdad salvadora que requieren con urgencia.
Jesús
denunció extensamente las prácticas pecaminosas de su época, las
cuales eran contrarias a la voluntad de Dios, siendo algunas normas
morales incorrectas, y otras, prácticas religiosas impropias (Mat.
23:1-36). Hablar la verdad en amor requiere una predicación clara y
directa que no deja duda en el auditorio sobre lo que Dios ha
especificado.
El
apóstol Pablo denunció por nombre a quienes trastornaban la fe de
algunos e identificó su error (2 Tim. 2:17,18). Pablo lo hizo porque
hablaba la verdad en amor, lo cual siempre exige un examen honesto de
la doctrina exponiendo como falso maestro a quien enseña otra cosa y
no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo (cf.
1 Tim. 6:3).
Sin
duda alguna, Jesús, Juan el bautista, y el apóstol Pablo, y los
demás fieles predicadores del Nuevo Testamento, fueron a menudo
amables, positivos y alentadores en lo que tenían que decir, sin
embargo, también fueron firmes y directos, sin miedo a usar un
lenguaje fuerte cuando las circunstancias lo requerían.
En
resumen, hablar la verdad en amor es amar tanto la verdad que uno no
la sacrificaría, pervertiría, o comprometería. El que ama la
verdad no retiene la verdad, aun cuando sea difícil de decir o
desagradable de escuchar.