Lento para la ira

 


Por Josué I. Hernández

 
En Santiago 1:19,20 encontramos un trío de cosas necesarias en la vida cristiana: “pronto para oír”, “tardo para hablar” y “tardo para airarse”.
 
Del contexto aprendemos que estas cosas son necesarias al recibir la palabra de Dios (Sant. 1:18,21). En fin, debemos ser humildes y receptivos a lo que la palabra de Dios tiene que decirnos.
 
Queremos centrar nuestra atención en la tercera amonestación, “tardo para airarse”, y la razón es sencilla, “porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Sant. 1:20). No debemos ir muy lejos para admitir que la “ira”, y su primo el “enojo”, son pecados que impregnan toda relación humana, en todo lugar, y que no logran lo que Dios requiere del hombre.
 
Definición de enojo e ira
 
Debemos detenernos en un primer peldaño en nuestro ascenso de comprensión, para luego avanzar seguros. Necesitamos, primeramente, una definición adecuada de “enojo” (gr. “orge”) e “ira” (gr. “thumos”) para comprender la naturaleza de ellos.
 
“Se tiene que distinguir de orge en que thumos indica una condición más agitada de los sentimientos, una explosión de ira debida a la indignación interna; en tanto que orge sugiere una condición más fija o permanente de la mente, frecuentemente con vistas a tomar venganza. Orge es menos súbita en su aparición que thumos, pero más duradera en su naturaleza. Thumos expresa más los sentimientos internos, orge la emoción más activa. Thumos puede que llegue a la venganza, aunque no necesariamente la incluya. Su característica es que se inflama súbitamente y que se apaga pronto, aunque ello no suceda en cada caso” (Vine).
 
En consideración de lo anterior, podemos asumir que el enojo es la indignación persistente, pero no súbita, y con miras a la venganza. En cambio, la ira es un repentino estallido apasionado, de palabras y hechos, y que muere con la misma rapidez. Lo que hoy llamamos “desahogarse”.
 
¿Qué dice Dios sobre el enojo y la ira en los libros de sabiduría?
 
“Deja la ira y abandona el furor; no te irrites, sólo harías lo malo” (Sal. 37:8, LBLA).
 
“El hombre pronto a la ira obra neciamente, y el hombre de malos designios es aborrecido… El lento para la ira tiene gran prudencia, pero el que es irascible ensalza la necedad” (Prov. 14:17,29, LBLA).
 
“El hombre irascible suscita riñas, pero el lento para la ira apacigua contiendas” (Prov. 15:18, LBLA).
 
“Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad” (Prov. 16:32, LBLA).
 
“El hombre de gran ira llevará el castigo, porque si tú lo rescatas, tendrás que hacerlo de nuevo” (Prov. 19:19, LBLA).
 
“Mejor es habitar en tierra desierta que con mujer rencillosa y molesta” (Prov. 21:19, LBLA).
 
“No te asocies con el hombre iracundo; ni andes con el hombre violento, no sea que aprendas sus maneras, y tiendas lazo para tu vida” (Prov. 22:24,25, LBLA).
 
“No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo se anida en el seno de los necios” (Ecles. 7:9).
 
¿Qué dice Dios sobre el enojo y la ira en el Nuevo Testamento?
 
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Rom. 12:19).
 
“Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gal. 5:19-21, LBLA).
 
“Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así como toda malicia” (Ef. 4:31, LBLA).
 
“Pero ahora desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez de vuestra boca” (Col. 3:8, LBLA).
 
Según podemos leer, el apóstol Pablo concede un lugar para la ira controlada: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:26,27). Este pasaje se ha interpretado como si Pablo dijera “Asegúrate de enojarte, pero no peques”, como si el enojarse fuera un mandamiento. Este no es el significado de las palabras del apóstol. Nuestro caminar en Cristo ha de ser “como es digno de la vocación” con que fuimos llamados (Ef. 4:1), nuestra conducta no debe tender al enojo o a la ira (Ef. 5:1-2).
 
Debemos cuidarnos de pecar cuando llegue el momento en que expresemos el enojo, y debemos cuidarnos controlando el corazón para expresar un enojo dirigido, controlado, y de corta duración, sin desear ni intentar la venganza.
 
“El cristiano debe enojarse al observar el pecado y la destrucción de vidas y almas causada por el pecado. Si amamos la verdad, entonces aborrecemos el error y el pecado. No seremos indiferentes ni hacia el pecado ni hacia la destrucción que éste causa. Sin embargo, el enojo es muy peligroso y tiene que controlarse, pues fácilmente se convierte en resentimiento y en deseo de venganza” (Notas sobre Efesios, W. Partain).
 
Sabemos que Jesús manifestó su desagrado por el pecado con ira y enojo (Jn. 2:13-17; Mat. 23:13-36; Mar. 3:5), y recordamos que Dios se ha revelado a sí mismo como un Dios de ira (cf. Deut. 1:26-46; Sal. 78:49-61; Is. 5:25; 13:5,9), pero, solemos olvidar que Dios cuando se enoja o derrama su ira lo hace perfectamente.
 
Cuando Dios expresa su ira lo hace como una reacción justa al mal, en completa santidad y justicia, y con total comprensión de las intenciones y hechos de los objetos de su indignación, “la ira de Dios se revela desde el cielo… atesoras para ti mismo ira para el día de la ira… ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad” (Rom. 1:18-2:11).
 
Lo mismo que indicamos sobre Dios lo decimos de Jesucristo, Dios el Hijo, quien ha revelado al Padre (cf. Jn. 1:18; 14:9). La ira de Jesucristo revela algo que nuestra sociedad ha olvidado convenientemente del carácter de Dios. ¿Lo recordamos nosotros?
 
Estamos limitados frente a la capacidad de Dios. Simplemente, no podemos airarnos y vengarnos como Dios lo hace. No podemos tomar la justicia en nuestras manos, es decir, sentarnos en el trono de Dios usurpando su lugar (Rom. 12:17-21; Heb. 10:30,31).
 
El principio enseñado por Pablo en Efesios 4:26 está en completa armonía con lo que el apóstol dijo en Efesios 4:31. Por lo tanto, evitaremos pecar cuando nos enojemos, usando de autocontrol para no dar lugar a Satanás (Ef. 4:27).
 
Conclusión
 
La “ira de Dios” puede lograr lo que la “ira del hombre” no puede. Para nuestro asombro y gratitud, el consejo de Santiago nos previene y nos dirige. Que seamos “lentos para la ira” (cf. Sant. 2:24-26), y que no pequemos cuando llegue el momento de expresar el desagrado con enojo santo y controlado.
 
Un día sobrevendrá a todos, este es el “día de la ira” sobre todo aquel que hace lo malo (Rom. 2:5-9). Sin embargo, este día será uno de salvación para los que han acudido a refugiarse en Cristo, “quien nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1:10; 2 Tes. 1:5-10).