Tipos de fe

 


Por Josué I. Hernández

 
La fe es esencial para agradar a Dios y ser salvos. “Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan” (Heb. 11:6, LBLA). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8). “porque por fe andamos, no por vista” (2 Cor. 5:7). “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Rom. 14:23).
 
Para sorpresa de algunos, hay diferentes tipos de fe, y sólo un tipo de fe es aprobada por Dios. En el presente artículo queremos estudiar el argumento de Santiago 2:14-26 y aprender tres diferentes tipos de fe, e identificar cuál es la fe salvadora, es decir, la fe que Dios aprueba y por la cual es conferida la gracia de Dios.
 
La “fe muerta”
 
El primer tipo de fe que menciona Santiago es la fe muerta, una fe que no es acompañada de obras (Sant. 2:14). El hermano “alguno” afirma cosas, expresa verdades, él “dice que tiene fe” a la vez que no hay obras de fe en su vida.
 
Esta clase de fe sustituye hechos, es decir, “obras”, por palabras. Ciertamente, las palabras pueden ser bíblicas y, por lo tanto, correctas, pero, la conducta no acompaña a las palabras. Esta “fe” es sólo un asentimiento mental, una fe “intelectual”, una “fe cadáver”.
 
¿Puede salvar este tipo de fe? Tres veces Santiago enfatiza que “la fe sin obras está muerta” (2:17,20,26). Por lo tanto, cualquier declaración de fe que no resulte en un cambio de vida es “fe muerta” (cf. 1 Jn. 5:12). El peligro de la fe muerta es que adormece, y atonta, a la persona, con una falsa confianza, una engañosa sensación de seguridad.
 
Si el espíritu ha salido del cuerpo lo que tenemos es un “cadáver”, porque ha ocurrido la muerte física. No hay “persona” cuando el cuerpo no tiene espíritu, así también no hay fe aprobada por Dios cuando la fe no involucra “obras de fe”. Santiago es enfático en su argumento práctico, “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Sant. 2:26).
 
La “fe demoniaca”
 
Santiago afirma que los demonios tienen fe (Sant. 2:18,19). Para sorpresa del hermano “alguno”, los demonios creen en Dios, es más, también creen en la deidad de Cristo (Mar. 3:11,12), creen en un lugar de condenación (Luc. 8:31), y creen que Jesús será el Juez (Mat. 8:28,29). Pensaríamos que alguno es aprobado por Dios si acepta tales verdades, pero Santiago dice que la comprensión de tales datos no nos hace mejores que los demonios.
 
Detengámonos a pensar por un momento. La “fe muerta” toca solo el intelecto, con datos e información, en cambio, la “fe demoniaca” toca también las emociones (“creen y tiemblan”). La fe demoniaca, por lo tanto, es una fe más alta que la “fe muerta”, porque involucra tanto el intelecto como las emociones.
 
¿Puede salvar este tipo de fe? Una persona puede iluminar su mente y estremecerse y aún así estar perdida para siempre. Porque la fe aceptable a Dios involucra algo más que conocimiento y emociones. La fe que Dios aprueba involucra una vida transformada.
 
¿Vida transformada por la fe? ¿A qué nos referimos con esto? El hermano “alguno” (Sant. 2:14) dice a Santiago “tu tienes fe”, es decir, “Santiago, tu eres como yo, también tienes fe”. Sin embargo, Santiago le dice, “no es así, yo tengo obras de fe, y no solamente fe”, para luego asestar un golpe mortal a la doctrina de la salvación por la fe sola diciendo: “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Sant. 2:18).
 
Es imposible al hermano “alguno” el mostrar su fe sin sus obras, porque tal fe sería solamente un asentimiento mental que no mueve la voluntad a la obediencia a Dios. La fe intelectual, puede involucrar emociones, pero si no se expresa en obras de fe, es una fe que no involucra todo el ser como lo fue en el caso de Abraham (Sant. 2:21-24) y Rahab la ramera (2:25).
 
La “fe dinámica”
 
Esta clase de fe no es producida mágicamente en el corazón. Viene por oír la palabra de Dios (Rom. 10:17), es decir, por la predicación del evangelio (Hech. 15:7). La voluntad del hombre debe cooperar con Dios para que la certeza y convicción reemplacen a la incertidumbre e incredulidad (cf. Heb. 4:2; 11:1).
 
La fe dinámica involucra al hombre entero, no sólo el intelecto y las emociones. Esta fe se expresa en hechos de obediencia, en obras de fe, porque involucra la voluntad. Dicho de otro modo, la mente comprende la verdad, el corazón se estremece por la verdad, y la voluntad se sujeta a la verdad.
 
La “fe dinámica” no es una contemplación de la verdad, ni el emocionalismo frente a datos bíblicos. Como vemos en el caso de Abraham y Rahab, la fe conduce la voluntad a las buenas obras que Dios requiere de la persona.
 
Conclusión
 
Sólo una clase de fe puede justificarnos, y es la fe que se expresa mediante obras de obediencia y que se perfecciona, o completa, mediante ellas (Sant. 2:22). No es de Dios la doctrina de la salvación “solamente por la fe”, porque según Santiago “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Sant. 2:24).
 
Si el hombre no tiene que hacer nada para ser salvo, ¿serán salvos los desobedientes (Heb. 5:9)? Si el hombre no tiene que hacer nada para ser salvo, ¿por qué Pedro no corrigió a los que preguntaron “qué haremos” (Hech. 2:37)? En lugar de afirmar que el hombre es salvo solamente por la fe, Pedro les dijo “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38).
 
Todo el que preguntó “¿qué debo hacer?” recibió la respuesta adecuada según el registro inspirado (Hech. 9:6; 16:30,31). ¿Saulo fue justificado antes de hacer lo que debía (Hech. 9:6; 22:16)? ¿El carcelero de Filipos fue salvo antes de obedecer al evangelio (Hech. 16:30-34)? Ellos obedecieron al mandato de Cristo para alcanzar la promesa de justificación por gracia, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mar. 16:16).
 
Que examinemos nuestro corazón y vida (2 Cor. 13:5) en el espejo de la palabra de Dios (Sant. 2:25) andando en la fe que es aceptable a Dios, es decir, andando en “buenas obras” (cf. Tito 2:14), siguiendo “las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado” (Rom. 4:12).