La fe es esencial para agradar a Dios y ser
salvos. “Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que
se acerca a Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan”
(Heb. 11:6, LBLA). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no
de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8). “porque por fe andamos, no por
vista” (2 Cor. 5:7). “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque
no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Rom. 14:23). Para sorpresa de algunos, hay diferentes
tipos de fe, y sólo un tipo de fe es aprobada por Dios. En el presente artículo
queremos estudiar el argumento de Santiago 2:14-26 y aprender tres diferentes
tipos de fe, e identificar cuál es la fe salvadora, es decir, la fe que Dios
aprueba y por la cual es conferida la gracia de Dios.
La “fe muerta”
El primer tipo de fe que menciona Santiago es
la fe muerta, una fe que no es acompañada de obras (Sant. 2:14). El hermano “alguno”
afirma cosas, expresa verdades, él “dice que tiene fe” a la vez que no hay
obras de fe en su vida. Esta clase de fe sustituye hechos, es decir,
“obras”, por palabras. Ciertamente, las palabras pueden ser bíblicas y, por lo
tanto, correctas, pero, la conducta no acompaña a las palabras. Esta “fe” es
sólo un asentimiento mental, una fe “intelectual”, una “fe cadáver”. ¿Puede salvar este tipo de fe? Tres veces
Santiago enfatiza que “la fe sin obras está muerta” (2:17,20,26). Por lo tanto,
cualquier declaración de fe que no resulte en un cambio de vida es “fe muerta”
(cf. 1 Jn. 5:12). El peligro de la fe muerta es que adormece, y atonta, a la
persona, con una falsa confianza, una engañosa sensación de seguridad. Si el espíritu ha salido del cuerpo lo que
tenemos es un “cadáver”, porque ha ocurrido la muerte física. No hay “persona”
cuando el cuerpo no tiene espíritu, así también no hay fe aprobada por Dios cuando
la fe no involucra “obras de fe”. Santiago es enfático en su argumento
práctico, “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe
sin obras está muerta” (Sant. 2:26).
La “fe demoniaca”
Santiago afirma que los demonios tienen fe (Sant.
2:18,19). Para sorpresa del hermano “alguno”, los demonios creen en Dios, es
más, también creen en la deidad de Cristo (Mar. 3:11,12), creen en un lugar de
condenación (Luc. 8:31), y creen que Jesús será el Juez (Mat. 8:28,29). Pensaríamos
que alguno es aprobado por Dios si acepta tales verdades, pero Santiago dice
que la comprensión de tales datos no nos hace mejores que los demonios. Detengámonos a pensar por un momento. La “fe
muerta” toca solo el intelecto, con datos e información, en cambio, la “fe
demoniaca” toca también las emociones (“creen y tiemblan”). La fe demoniaca,
por lo tanto, es una fe más alta que la “fe muerta”, porque involucra tanto el
intelecto como las emociones. ¿Puede salvar este tipo de fe? Una persona
puede iluminar su mente y estremecerse y aún así estar perdida para siempre.
Porque la fe aceptable a Dios involucra algo más que conocimiento y emociones.
La fe que Dios aprueba involucra una vida transformada. ¿Vida transformada por la fe? ¿A qué nos
referimos con esto? El hermano “alguno” (Sant. 2:14) dice a Santiago “tu tienes
fe”, es decir, “Santiago, tu eres como yo, también tienes fe”. Sin embargo,
Santiago le dice, “no es así, yo tengo obras de fe, y no solamente fe”, para
luego asestar un golpe mortal a la doctrina de la salvación por la fe sola
diciendo: “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras”
(Sant. 2:18). Es imposible al hermano “alguno” el mostrar
su fe sin sus obras, porque tal fe sería solamente un asentimiento mental que
no mueve la voluntad a la obediencia a Dios. La fe intelectual, puede
involucrar emociones, pero si no se expresa en obras de fe, es una fe que no
involucra todo el ser como lo fue en el caso de Abraham (Sant. 2:21-24) y Rahab
la ramera (2:25).
La “fe dinámica”
Esta clase de fe no es producida mágicamente
en el corazón. Viene por oír la palabra de Dios (Rom. 10:17), es decir, por la
predicación del evangelio (Hech. 15:7). La voluntad del hombre debe cooperar
con Dios para que la certeza y convicción reemplacen a la incertidumbre e
incredulidad (cf. Heb. 4:2; 11:1). La fe dinámica involucra al hombre entero, no
sólo el intelecto y las emociones. Esta fe se expresa en hechos de obediencia,
en obras de fe, porque involucra la voluntad. Dicho de otro modo, la mente
comprende la verdad, el corazón se estremece por la verdad, y la voluntad se
sujeta a la verdad. La “fe dinámica” no es una contemplación de
la verdad, ni el emocionalismo frente a datos bíblicos. Como vemos en el caso
de Abraham y Rahab, la fe conduce la voluntad a las buenas obras que Dios
requiere de la persona.
Conclusión
Sólo una clase de fe puede justificarnos, y
es la fe que se expresa mediante obras de obediencia y que se perfecciona, o
completa, mediante ellas (Sant. 2:22). No es de Dios la doctrina de la
salvación “solamente por la fe”, porque según Santiago “Vosotros veis, pues,
que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Sant.
2:24). Si el hombre no tiene que hacer nada para ser
salvo, ¿serán salvos los desobedientes (Heb. 5:9)? Si el hombre no tiene que
hacer nada para ser salvo, ¿por qué Pedro no corrigió a los que preguntaron “qué
haremos” (Hech. 2:37)? En lugar de afirmar que el hombre es salvo solamente por
la fe, Pedro les dijo “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo” (Hech. 2:38). Todo el que preguntó “¿qué debo hacer?”
recibió la respuesta adecuada según el registro inspirado (Hech. 9:6;
16:30,31). ¿Saulo fue justificado antes de hacer lo que debía (Hech. 9:6;
22:16)? ¿El carcelero de Filipos fue salvo antes de obedecer al evangelio
(Hech. 16:30-34)? Ellos obedecieron al mandato de Cristo para alcanzar la promesa
de justificación por gracia, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas
el que no creyere, será condenado” (Mar. 16:16). Que examinemos nuestro corazón y vida (2 Cor.
13:5) en el espejo de la palabra de Dios (Sant. 2:25) andando en la fe que es
aceptable a Dios, es decir, andando en “buenas obras” (cf. Tito 2:14), siguiendo
“las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado”
(Rom. 4:12).