Con
demasiada frecuencia la gente piensa que la libertad significa hacer lo que quiera,
cuando quiera, y donde quiera. Solo imaginar la realización colectiva de tal
cosa nos indica que es una mala idea. Seguramente, si cada uno hace lo que
quiere, cuando quiere, y donde quiere, el orden dejará de existir para ser
reemplazado por el caos y la anarquía. ¿Recuerda los tiempos de los jueces en la historia del Antiguo Testamento? El autor inspirado
dijo, “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le
parecía” (Jue. 17:6; 21:25). La palabra
de Cristo es la ley “de la libertad” (Sant. 1:25), lo cual indica que Dios
mediante sus leyes proporciona la verdadera libertad que necesitamos, y que
dicha libertad consiste en sujetarnos a la autoridad de Cristo (cf. Mat. 11:28-30;
28:18). En fin, al hacernos esclavos de Cristo somos verdaderamente libres (cf.
Jn. 8:32; 1 Cor. 6:19,20; Gal. 5:13). Piense en lo
siguiente. Ahora mismo, somos “libres” para hacer muchas cosas; por ejemplo,
podemos ir al supermercado que queramos y elegir la comida que más nos guste,
pero esa “libertad” no nos permite llevar a casa los productos que libremente elegimos
sin pagarlos primero, porque la ley que nos da la libertad de elección también condena el robo y lo castiga. Así también, si semana tras semana usamos nuestra
libertad para comer comida chatarra nuestro cuerpo sufrirá las consecuencias,
porque las leyes biológicas dictan esto. El punto es sencillo, la libertad no
es la ausencia de leyes, la libertad no es la ausencia de fronteras y
restricciones. El pez fuera
del agua es libre de los límites que lo restringen, pero morirá si sale del
estanque. La libertad y la vida están unidas en su mundo acuático. Sin zapatos
nuestros pies son libres, pero no podemos ir tan lejos, ni caminar por toda
clase de terreno sin la restricción que los zapatos nos imponen. Al pasar de
la esclavitud del pecado a la esclavitud a Cristo (Rom. 6:17,18) hemos cambiado
de amo, y al cambiar de amo la ley ha cambiado también. Como siervos de Cristo
tenemos a un Señor que nos restringe, pero que nos restringe de aquello que nos
hace daño (1 Jn. 5:3), porque él nos ama, y su ley es una expresión de su
infinito amor por nosotros (Rom. 8:35,37; Ef. 5:2,25; 1 Jn. 3:16). Pedro, el
apóstol de Cristo, dijo, “Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo
bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero
no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como
siervos de Dios” (1 Ped. 2:15,16).