En medio de una generación maligna y perversa



Por Josué I. Hernández

 
Una gran preocupación para cualquier cristiano es la rapidez con la cual nuestra sociedad está cambiando, y claramente para peor. Como afirman muchos, “vivimos en una cultura poscristiana”, tanto socialmente como religiosamente, donde las cosas que se creían y predicaban ya no se creen ni se afirman. Ciertamente, vivimos en medio de una generación maligna y perversa.
 
¿Qué podemos hacer los cristianos en medio de una generación maligna y perversa? La epístola de Pablo a los filipenses proporciona una respuesta adecuada a esta pregunta (Fil. 2:12-16). Escrita a cristianos rodeados de una cultura precristiana, en una ciudad fuertemente influenciada por la cultura romana, con su paganismo, intelectualismo e inmoralidad. Lo que Pablo escribió a ellos, es el mismo tipo de cosas que escribiría a nosotros hoy.
 
Queremos notar lo que Pablo indicó en este pasaje, para agradar a Dios a pesar de vivir en medio de una generación maligna (gr. “skoliós”, retorcida, sinuosa) y perversa (gr. “diastréfo”, distorsionada, corrompida), queremos resplandecer como luminares en el mundo.
 
Ocuparnos de nuestra salvación (Fil. 2:12)
 
El concepto de ocuparnos de nuestra propia salvación suena extraño a más de alguno, porque la salvación es por gracia (Ef. 2:8,9). Pero, la gracia no se alcanza sin el esfuerzo de obediencia (cf. Heb. 11:7; Gen. 6:22), tal cual lo vemos en los casos bíblicos de conversión (ej. Hech. 2:37,38; 9:6; 22:16). En fin, la salvación es condicional (1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:8), y debemos colaborar con Dios (cf. 1 Ped. 1:5; Jud. 21). Podríamos caer de la gracia (cf. 1 Cor. 9:27; 10:12; Gal. 5:4).
 
Aún más extraño es para algunos el que debamos ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor. Un concepto impopular frente al amor de Dios, la paciencia de Dios, y la misericordia de Dios. Sin embargo, este fue el andar de los santos fieles en el primer siglo (cf. Hech. 9:31).
 
Cada cual debe reconocer los tres tiempos de la salvación: Pasado (Mar. 16:15,16; Hech. 2:41), presente (Fil. 2:12), y futuro (1 Ped. 1:9; Heb. 5:9).
 
Si alguno llegó a ser salvo, tiempo pasado, eso no significa que seguirá siéndolo en el presente, a menos que se ocupe de su salvación con temor y temblor. Es decir, podríamos perder nuestra salvación, por ejemplo, al ocuparnos de los problemas de otros y descuidar nuestra propia salvación (cf. Mat. 7:5; Hech. 20:28; 1 Tim. 4:16; 1 Cor. 9:27).
 
¿Qué hacer frente a este peligro? Cada cual debe examinarse (2 Cor. 13:5) y corregirse (cf. Sant. 1:25).
 
El temor de Dios es un concepto medieval para muchos. Del terror y el pánico hemos pasado al irrespeto y aborrecimiento. Se temblaba al pensar en el infierno, y hoy se niega su existencia. Hemos diluido el concepto de temor con definiciones sofisticadas. ¿Temblamos de temor ocupándonos de nuestra salvación?
 
Pablo dijo que el “temor” involucra el “temblor”. “un temblor o estremecimiento por el miedo” (Thayer), “usado para describir la ansiedad de alguien que desconfía completamente de su capacidad para cumplir con todos los requisitos, pero que religiosamente hace todo lo posible para cumplir con su deber” (Ibíd.).
 
El “temor del Señor” involucra, la necesaria reverencia y respeto, el miedo de ofender de alguna manera a Dios, y el terror de saber que ha ofendido a Dios y no ha obtenido el perdón (cf. Heb. 10:26-31; 12:28,29).
 
Jesús enseñó que debemos temer a Dios (Luc. 12:4,5). Sin el debido “temor” no podremos ocuparnos de nuestra salvación. ¿Será la falta de temor la causa de tanta apatía y negligencia en la iglesia?
 
Dejando que Dios haga su obra en nosotros (Fil. 2:13)
 
No estamos solos cuando nos ocupamos de nuestra salvación, porque Dios obra más allá de nuestra comprensión (Ef. 3:20,21), y obra en los que temen (cf. Fil. 1:6; 1 Tes. 2:13).
 
Hay “poder” para el cristiano. Poder como el manifestado en la resurrección y exaltación de Cristo (Ef. 1:15-23). Poder que fortalece al hombre interior (Ef. 3:14-21). Poder que capacita para librar la batalla (Ef. 6:10). Poder para vivir en esperanza (Rom. 15:13).
 
El propósito de este “poder” es fortalecer al santo de Dios (Ef. 3:16), para que el cristiano se ocupe de su propia salvación (Fil. 2:12), capacitándole: Dios “produce” (gr. “energéo”), es decir, obra, trabaja, opera. “Dios es quien obra en vosotros” (LBLA). Es así como Dios nos motiva para “querer”, y para “hacer”.
 
Los cristianos podemos acceder a este poder por medio de la oración (cf. Ef. 3:16; 6:10,18; Is. 40:28-31), y por medio de la palabra de Dios (Ef. 6:10,14,15,17). En cuanto a este último punto, considere detenidamente el argumento de Santiago (Sant. 1:18,21,22), el argumento de Pedro (1 Ped. 1:23; 2:2), y el argumento de Pablo (1 Tes. 2:13).
 
Sin murmuraciones ni contiendas (Fil. 2:14)
 
Queremos resplandecer como luminares en el mundo, y hemos aprendido que nuestro Dios nos ha dado tanto “dirección” como “aliento”. Dirección: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Aliento: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Fil. 2:13). Ahora, nos encontramos con la advertencia del apóstol Pablo, quien instruye a que todo sea hecho sin rezongar y discutir.
 
La murmuración (gr. “gongusmos”) es “un debate secreto entre algunos… desagrado o quejas, más bien en privado que en público” (Vine). El quejarse en voz baja.
 
El peligro de la murmuración lo podemos contemplar vívidamente en la destrucción de Israel debido a la murmuración (1 Cor. 10:10,11). La Escritura indica que la murmuración es una marca de apostasía (Jud. 3,4,16,19).
 
¿Cómo resplandeceremos como luminares en el mundo si vivimos quejándonos? Las circunstancias familiares y sociales, el trabajo, los estudios, los quehaceres del hogar, etc.
 
“Hay muchos que se pasan la vida murmurando; se quejan del gobierno, de la enfermedad, de la pobreza, y de los vecinos. Hay hermanos en Cristo que se quejan de otros hermanos, aunque Santiago nos dice, "Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta" (5:9). Pedro nos dice, "Hospedaos los unos a otros sin murmuraciones" (1Ped. 4:9)” (W. Partain).
 
La murmuración es una indicación de insatisfacción y, por lo tanto, una indicación de ingratitud. Sin embargo, el pueblo de Dios tiene mucho que agradecer (cf. Col. 2:6,7; 3:15,17; 4:2). Seguramente la gratitud nos ayudará a resplandecer como luminares en el mundo, en lugar de murmurar, gruñir y rezongar.
 
La disputa o contienda (gr. “dialogismos”) “denota, primariamente, razonamiento interno, una opinión” (Vine). Según Thayer, esta palabra indica el pensamiento de un hombre que delibera consigo mismo, un pensamiento o razonamiento interior ya sea de propósito o diseño, una deliberación o cuestionamiento sobre lo que es verdad, de ahí, una vacilación o duda y, por ende, el disputar y discutir.
 
“Son razonamientos, diálogos, deliberaciones, argumentaciones carnales cuya fuente son los malos pensamientos (Mat. 15:19, la misma palabra se traduce "pensamientos"). En Lucas 9:46 se traduce "discusión". En 1 Timoteo 2:8 está conectada con la "ira". Entonces son discusiones o contiendas que proceden de corazones llenos de ira y bocas llenas de murmuraciones” (W. Partain).
 
Dios condena el argumentar y disputar carnalmente (cf. 1 Tim. 6:3-5; 2 Tim. 2:14-16; Tito 3:9), como animales irracionales (Gal. 5:15), que son ofensivos en lugar de “inofensivos” (Mat. 10:16). Ciertamente las disputas carnales frustran el plan de Jesucristo (Jn. 17:20-23).
 
Como hijos de Dios sin mancha (Fil. 2:15)
 
Para resplandecer como luminares en el mundo, y cumplir así el propósito de Dios para nuestras vidas, Pablo nos ha dado: Dirección: “ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Aliento: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Fil. 2:13). Advertencia: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil. 2:14).
 
Pero ¿cuál es el objetivo? Pablo responde: “para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo” (Fil. 2:15, JER). “para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha” (LBLA). ¿Habrá otra forma de resplandecer como luminares en el mundo?
 
Es importante reconocer que “irreprensible” no significa: Que es libre de acusaciones (cf. 1 Tim. 5:19,20). Que ha llevado una vida perfecta (cf. Gal. 2:11-13; 1 Ped. 5:1). Que nunca ha pecado (Rom. 3:23).
 
Irreprensible no indica lo que fue (antes), sino lo que es (ahora), es un criterio aplicado a su presente, no a su pasado.
 
No practicamos el pecado (Rom. 6:1; 1 Jn. 2:1; 3:8), y si alguno hubiere pecado se arrepiente y lo confiesa (Hech. 8:22; 1 Jn. 1:9). Al vivir en comunión con Dios el cristiano es “irreprensible” (cf. Jn. 1:7; 1 Ped. 1:16).
 
La importancia de ser irreprensibles debemos reconocerla. Nada obstaculiza tanto nuestros esfuerzos evangelísticos como la hipocresía. No obstante, cuando somos irreprensibles disfrutamos de un ambiente óptimo de edificación, y podremos adorar a Dios aceptablemente. En consideración de aquello, debemos practicar lo que predicamos, es decir, ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor (Fil. 2:12).
 
El adjetivo “sencillo” (gr. “akeraios”) indica aquello que es “sin mezcla, exento de materiales extraños, puro. Se utiliza metafóricamente en el NT de lo que es sin doblez, sincero, esto es, con la simplicidad de un ojo sencillo, discerniendo lo que es malo, y eligiendo solo aquello que da gloria a Dios” (Vine).
 
Sencillo es “sin mezcla de maldad, libre de engaño, inocente, simple” (Thayer). Estar libre de cualquier marca o sospecha de maldad, estar libre de duplicidad e hipocresía, estar libre de violencia hacia un daño potencial.
 
El adjetivo “irreprensible” se usa tres veces en el Nuevo Testamento: “Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas” (Mat. 10:16, LBLA). “Porque la noticia de vuestra obediencia se ha extendido a todos; por tanto, me regocijo por vosotros, pero quiero que seáis sabios para lo bueno e inocentes para lo malo” (Rom. 16:19, LBLA). “para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil. 2:15, LBLA).
 
Resplandecer como luminares en el mundo es posible, si permanecemos “sencillos”, es decir “inofensivos” (cf. 2 Tim. 2:24-26). “sencillos como palomas” (Mat. 10:16). “No dando nosotros en nada motivo de tropiezo, para que el ministerio no sea desacreditado” (2 Cor. 6:3, LBLA). “pues nos preocupamos por lo que es honrado, no sólo ante los ojos del Señor, sino también ante los ojos de los hombres” (2 Cor. 8:21, LBLA).
 
Asidos de la palabra de vida (Fil. 2:16).
 
Hemos aprendido que debemos ocuparnos de nuestra propia salvación con temor y temblor. permitiendo que Dios haga la obra en nosotros, haciendo todo sin murmuraciones y contiendas, permaneciendo irreprensibles y sencillos.
 
Fundamental para hacer todas estas cosas y así resplandecer como luminares en el mundo, es que retengamos la palabra de vida (Fil. 2:16). “asidos” (RV1960), “sosteniendo firmemente” (LBLA) la espada del Espíritu (Ef. 6:17), la cual nos enseña el temor de Dios (Luc. 12:4,5), la cual nos enseña del peligro de murmurar y contender carnalmente (1 Cor. 10:10), la cual nos santifica para Dios (Jn. 17:17).
 
El estudio diligente involucra anhelar la palabra de Dios como un bebé anhela la leche (1 Ped. 2:2), recibir la palabra de Dios con mansedumbre (Sant. 1:21; Sal. 119:11), y estudiar la palabra de Dios cotidianamente (cf. Jos. 1:8; Sal. 1:1-3).
 
El estudio diligente es necesario (2 Tim. 2:14-16), porque sin él los oyentes se perderán, usaremos vergonzosamente la palabra de verdad, y se aumentará la impiedad. Considere las advertencias a Timoteo (1 Tim. 6:3-5, 20,21), y las advertencias a Tito (Tito 2:7,8; 3:9-11).
 
Conclusión
 
He aquí la forma para resplandecer como luminares en el mundo en medio de una generación maligna y perversa.
 
Si hacemos esto, podremos gloriarnos en el día de Cristo de que no hemos corrido en vano ni en vano hemos trabajo (Fil. 2:16).
 
A propósito de ocuparnos en nuestra salvación, ¿ha obedecido usted al evangelio de Cristo?