Buenos oyentes


Por Josué I. Hernández

 
A veces preguntamos si un predicador es “un buen orador” si el hermano es “buen expositor”. Pero, ¿cuántas veces preguntamos si somos buenos oyentes?
 
Los de Berea eran buenos oyentes. Lucas registró, “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hech. 17:11). De este ejemplo podemos destacar algunas cosas muy importantes, que son ejemplares, y dignas de ser emuladas.
 
En primer lugar, aprendemos que los buenos oyentes no tienen prejuicios. No debemos ir muy lejos para encontrar a personas que han decidido lo que creen antes de abrir la Biblia y estudiarla. Algunos están tan apegados a lo que les han enseñado que ni siguiera considerarán la posibilidad de que estén equivocados. Algunos comienzas con lo que quieren hacer, y luego, formulan su punto de vista usando varios pasajes que encuentran y parecen apoyar lo que están haciendo, justificando así su conducta.
 
Nuestro Señor Jesucristo acusó a su generación de cerrarse a la verdad, “Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos, no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane” (Mat. 13:15, RV2009).
 
¿Podría el Señor Jesucristo decir algo semejante de nosotros? ¿Somos buenos oyentes o malos oyentes?
 
En segundo lugar, los buenos oyentes no son crédulos. Pablo vino a Berea predicando que las Escrituras predijeron un Mesías sufriente, y que aquel Mesías es Jesús de Nazaret. Este era un concepto nuevo para la mayoría. Los bereanos, aunque fueron lo suficientemente abiertos como para considerar la posibilidad, no eran crédulos como para aceptar cualquier cosa de un orador persuasivo.  Ellos sujetaron las afirmaciones de Pablo a juicio, y estudiaron las Escrituras por sí mismos. Hicieron lo que Pablo instaba a hacer, “Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1 Tes. 5:21,22).
 
En tercer lugar, los buenos oyentes son celosos por la verdad. Amaban la palabra de Dios, y la honraban como tal. Considérese la complejidad del proceso de estudio en busca de las citas que Pablo pronunciaba. En aquellos días, pocos, si los hubo, tendrían copias de las sagradas Escrituras en sus hogares. Por lo tanto, no es difícil reconocer el esfuerzo involucrado en usar las copias de la sinagoga y así escudriñar cada día las Escrituras, siempre usando aquellos pergaminos grandes y engorrosos, sin capítulos, ni versículos. Ninguno de ellos tenía una copia de las Escrituras como las que usamos nosotros. No tenían concordancias, ni diccionarios bíblicos enciclopédicos. El hecho de que continuaran esos estudios días tras día refleja su celo por conocer la verdad.  
 
¿Qué de nosotros con nuestra gran variedad de herramientas de estudio bíblico? ¿Somos tan perseverantes en nuestro celo por la revelada verdad de Dios?
 
Por último, aprendemos también, que los buenos oyentes son hacedores de la palabra, y no solamente oidores (cf. Sant. 1:22-25). Lucas nos informa de la reacción obediente ante la evidencia bíblica, “Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres” (Hech. 17:12). Sencillamente, los buenos oyentes toman el mensaje de Dios como lo que es, palabra de Dios, y aplican este mensaje a sí mismos, y actúan en base a ello poniéndolo en práctica a diario.

 
A propósito de oyentes, ¿qué clase de oyente eres tú?

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