A veces preguntamos si un predicador es “un
buen orador” si el hermano es “buen expositor”. Pero, ¿cuántas veces preguntamos
si somos buenos oyentes? Los de Berea eran buenos oyentes. Lucas
registró, “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues
recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras
para ver si estas cosas eran así” (Hech. 17:11). De este ejemplo podemos
destacar algunas cosas muy importantes, que son ejemplares, y dignas de ser
emuladas. En primer lugar, aprendemos que los buenos
oyentes no tienen prejuicios. No debemos ir muy lejos para encontrar a
personas que han decidido lo que creen antes de abrir la Biblia y estudiarla.
Algunos están tan apegados a lo que les han enseñado que ni siguiera
considerarán la posibilidad de que estén equivocados. Algunos comienzas con lo
que quieren hacer, y luego, formulan su punto de vista usando varios pasajes
que encuentran y parecen apoyar lo que están haciendo, justificando así su
conducta. Nuestro Señor Jesucristo acusó a su generación
de cerrarse a la verdad, “Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y
con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos, no sea que vean con los
ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo
los sane” (Mat. 13:15, RV2009). ¿Podría el Señor Jesucristo decir algo semejante
de nosotros? ¿Somos buenos oyentes o malos oyentes? En segundo lugar, los buenos oyentes no
son crédulos. Pablo vino a Berea predicando que las Escrituras predijeron
un Mesías sufriente, y que aquel Mesías es Jesús de Nazaret. Este era un
concepto nuevo para la mayoría. Los bereanos, aunque fueron lo suficientemente
abiertos como para considerar la posibilidad, no eran crédulos como para aceptar
cualquier cosa de un orador persuasivo.Ellos sujetaron las afirmaciones de Pablo a juicio, y estudiaron las
Escrituras por sí mismos. Hicieron lo que Pablo instaba a hacer, “Examinadlo
todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1 Tes. 5:21,22). En tercer lugar, los buenos oyentes son
celosos por la verdad. Amaban la palabra de Dios, y la honraban como tal. Considérese
la complejidad del proceso de estudio en busca de las citas que Pablo
pronunciaba. En aquellos días, pocos, si los hubo, tendrían copias de las sagradas
Escrituras en sus hogares. Por lo tanto, no es difícil reconocer el esfuerzo
involucrado en usar las copias de la sinagoga y así escudriñar cada día las
Escrituras, siempre usando aquellos pergaminos grandes y engorrosos, sin
capítulos, ni versículos. Ninguno de ellos tenía una copia de las Escrituras
como las que usamos nosotros. No tenían concordancias, ni diccionarios bíblicos
enciclopédicos. El hecho de que continuaran esos estudios días tras día refleja
su celo por conocer la verdad. ¿Qué de nosotros con nuestra gran variedad de
herramientas de estudio bíblico? ¿Somos tan perseverantes en nuestro celo por
la revelada verdad de Dios? Por último, aprendemos también, que los
buenos oyentes son hacedores de la palabra, y no solamente oidores (cf.
Sant. 1:22-25). Lucas nos informa de la reacción obediente ante la evidencia
bíblica, “Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y
no pocos hombres” (Hech. 17:12). Sencillamente, los buenos oyentes toman el mensaje
de Dios como lo que es, palabra de Dios, y aplican este mensaje a sí mismos, y
actúan en base a ello poniéndolo en práctica a diario.
A propósito de oyentes, ¿qué clase de oyente
eres tú?