Por Josué I. Hernández
El reino de Israel se dividió luego de la
muerte de Salomón. Roboam, el hijo de Salomón, reinó sobre las tribus de Judá y
Benjamín, y Jeroboam se convirtió en rey sobre el resto de Israel. ¿Recuerda la
historia bíblica al respecto?
“Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se
volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer
sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo
se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a
Roboam rey de Judá. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro,
y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh
Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto” (1 Rey. 12:26-28).
Sencillamente, Jeroboam le dijo a Israel que
Dios era demasiado exigente, que eran víctimas de una exigencia pesada. Esta
noción diabólica permanece hasta nuestros días aún entre hermanos en Cristo.
Jesús dijo claramente, “El que creyere y
fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16). Sin embargo, la gran mayoría de
predicadores modernos dicen que el creyente será salvo antes del bautismo, y
sin el bautismo. Para ellos, predicar que es necesario obedecer al evangelio es
exigir demasiado (cf. Hech. 2:38,41; 22:16; 2 Tes. 1:8).
La Biblia dice que el Señor añade a los
salvos a su iglesia (Hech. 2:47) y que todo cristiano debe procurar adherirse a
una iglesia del Señor (Hech. 2:42; 9:26). Sin embargo, algunos que quieren la
salvación, no quieren ser miembros responsables del cuerpo de Cristo (cf. Ef.
4:16). Para ellos, predicar que es necesario ser miembros responsables es
exigir demasiado (cf. 1 Cor. 12:27).
La Biblia dice que los santos de Dios no
deben dejar de congregarse (Heb. 10:25), y todos entendemos lo que significa “dejar”
(cf. Heb. 13:5). Sin embargo, los intentos por quitar la fuerza a este pasaje
continúan. Para los tales, predicar que no dejemos de congregarnos sería exigir
demasiado.
La Biblia instruye a la iglesia local, “que
amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a
los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1 Tes. 5:14), y que “si
alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restauradle con espíritu de mansedumbre” (Gal. 6:1). Luego, “que os apartéis de
todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis
de nosotros… Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a
ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence” (2 Tes. 3:6,14).
Sin embargo, no son pocos los hermanos, e iglesias, que resisten el aplicar la
disciplina cuando alguno de sus miembros rehúsa arrepentirse (1 Cor. 5:4.5).
Para los tales, enseñar sobre la disciplina y practicarla local sería exigir
demasiado.
Jesús enseñó sobre el matrimonio, el repudio
y las segundas nupcias, cuando se le preguntó sobre la legalidad del repudio
por cualquier causa (Mat. 19:3), y el Señor fue muy claro, muy específico, “Así
que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo
separe el hombre… Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por
causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la
repudiada, adultera” (Mat. 19:6,9). Anteriormente, en “El sermón del monte” Jesús
dijo, “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de
fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete
adulterio” (Mat. 5:32). No es difícil encontrar personas que discrepan contra
Cristo. Para ellos predicar la ley de Cristo respecto al matrimonio, repudio y
segundas nupcias, es exigir demasiado.
El antiguo pueblo de Israel abrazó el nuevo
culto promovido por Jeroboam, “Y esto fue causa de pecado” (1 Rey. 12:30). Una
mayoría fue tras lo menos exigente, y que los dejaba cómodos en su pecado. Para
los tales los mandamientos de Dios son una carga pesada que no quieren sufrir, simplemente,
no soportan la sana doctrina y tienen comezón de oír la verdad (2 Tim. 4:3).
“Pues este es el amor
a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1
Jn. 5:3).