La Biblia no registra los mandamientos de
Dios como las órdenes de un tirano que nos quiera hacer sufrir deleitándose en
mantenernos aprisionados a una carga pesada y gravosa. Si prestamos atención
debida, veremos que los mandamientos de Dios están intercalados con
explicaciones de su maravilloso plan para nosotros. Muchas, muchas veces, Dios indica las razones
por las cuales debemos obedecerle, y son tan comunes y abundantes estas
explicaciones que uno se asombra cuando algún estudiante de la Biblia no las ha
notado. Consideremos un ejemplo en la epístola de Pablo a los efesios. “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros
padres, porque esto es justo” (Ef. 6:1). La mayoría de nosotros tiene un
sentido de lo que está bien, y lo que está mal, aunque no siempre esta regla de
la conciencia esté de acuerdo con el estándar perfecto de Dios. Sin embargo,
aprendemos aquí, que mientras obedezcamos estaremos en lo correcto. Simplemente,
al margen de cualquier otra consideración, debemos hacer lo que Dios dice
porque él tiene la razón, y lo que él nos dice es justo, y siendo justo es algo
bueno y beneficioso para todos los involucrados. “Honra a tu padre y a tu madre, que es el
primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida
sobre la tierra” (Ef. 6:2,3). Pablo enfatiza que este es un mandamiento con
promesa. Esta promesa en particular no es absoluta, pero en general es siempre
cierta. La piedad del evangelio contiene promesas para la vida presente y la
venidera (1 Tim. 4:8). Los mandamientos de Dios siempre han sido para el bien
del hombre (cf. Deut. 6:24). “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales
con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no
sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos
de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios” (Ef. 6:5,6). Una especial
aplicación de este pasaje es al cristiano en general. Somos esclavos de Cristo,
y lo sabemos. Él nos compró con su sangre. Perteneciendo a él, y permaneciendo siempre
en deuda con él, el amor a él nos obliga a que le agrademos en todo, “Porque
habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y
en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:20). A los esclavos también les fue dicho, “sirviendo
de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres” (Ef. 6:7). Una aplicación
que podemos hacer de este principio se enlaza con la obligación que tenemos
para con nuestro prójimo en el servicio que le debamos dar, “El amor sea sin
fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Rom. 12:9). La única manera
de servir de buena voluntad a quienes debamos servir, y hacerlo sin
fingimiento, es obedecer a los mandamientos de Dios al respecto. Pablo también escribió por el Espíritu, “sabiendo
que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea
libre” (Ef. 6:8). Es reconfortante y motivador saber que Dios recompensará toda
buena acción. Por supuesto, él también pagará a los malvados conforme a sus
obras, lo cual también es un poderoso motivador para abandonar toda
desobediencia. Mientras estudia la sagrada Escritura, busque
las diversas razones incrustadas, o más bien, entrelazadas, entre los
mandamientos de Dios. Están ahí para motivar la obediencia, para nuestro gozo y
bien.