Razones para la obediencia

 
Por Josué I. Hernández

 
La Biblia no registra los mandamientos de Dios como las órdenes de un tirano que nos quiera hacer sufrir deleitándose en mantenernos aprisionados a una carga pesada y gravosa. Si prestamos atención debida, veremos que los mandamientos de Dios están intercalados con explicaciones de su maravilloso plan para nosotros.
 
Muchas, muchas veces, Dios indica las razones por las cuales debemos obedecerle, y son tan comunes y abundantes estas explicaciones que uno se asombra cuando algún estudiante de la Biblia no las ha notado. Consideremos un ejemplo en la epístola de Pablo a los efesios.
 
“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Ef. 6:1). La mayoría de nosotros tiene un sentido de lo que está bien, y lo que está mal, aunque no siempre esta regla de la conciencia esté de acuerdo con el estándar perfecto de Dios. Sin embargo, aprendemos aquí, que mientras obedezcamos estaremos en lo correcto. Simplemente, al margen de cualquier otra consideración, debemos hacer lo que Dios dice porque él tiene la razón, y lo que él nos dice es justo, y siendo justo es algo bueno y beneficioso para todos los involucrados.
 
“Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra” (Ef. 6:2,3). Pablo enfatiza que este es un mandamiento con promesa. Esta promesa en particular no es absoluta, pero en general es siempre cierta. La piedad del evangelio contiene promesas para la vida presente y la venidera (1 Tim. 4:8). Los mandamientos de Dios siempre han sido para el bien del hombre (cf. Deut. 6:24).
 
“Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios” (Ef. 6:5,6). Una especial aplicación de este pasaje es al cristiano en general. Somos esclavos de Cristo, y lo sabemos. Él nos compró con su sangre. Perteneciendo a él, y permaneciendo siempre en deuda con él, el amor a él nos obliga a que le agrademos en todo, “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:20).
 
A los esclavos también les fue dicho, “sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres” (Ef. 6:7). Una aplicación que podemos hacer de este principio se enlaza con la obligación que tenemos para con nuestro prójimo en el servicio que le debamos dar, “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Rom. 12:9). La única manera de servir de buena voluntad a quienes debamos servir, y hacerlo sin fingimiento, es obedecer a los mandamientos de Dios al respecto.
 
Pablo también escribió por el Espíritu, “sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre” (Ef. 6:8). Es reconfortante y motivador saber que Dios recompensará toda buena acción. Por supuesto, él también pagará a los malvados conforme a sus obras, lo cual también es un poderoso motivador para abandonar toda desobediencia.
 
Mientras estudia la sagrada Escritura, busque las diversas razones incrustadas, o más bien, entrelazadas, entre los mandamientos de Dios. Están ahí para motivar la obediencia, para nuestro gozo y bien.


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