Pronto para oír la palabra de Dios

 


“Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Sant. 1:19-21).

Por Josué I. Hernández

 
La admonición de Santiago de que seamos rápidos para oír, y a la vez lentos para hablar y lentos para airarnos, bien podría aplicarse a un sinnúmero de circunstancias. Sin embargo, en el contexto, este gran consejo indica la forma en la cual hemos de reaccionar a la palabra de Dios. La frase “Por esto” (Sant. 1:19), es una transición a la admonición presente, la cual está conectada con la gran bendición que Dios nos ha proporcionado mediante su bendita palabra (Sant. 1:18). Santiago nos enseña cual es la actitud necesaria para ser un buen oidor de la palabra de Dios.
 
Debemos oír atentamente
 
Santiago contrasta la justicia de Dios con “toda inmundicia y abundancia de malicia”. El pecado no solo es malo, es también repugnante. Debemos estar resueltos a la justicia y la santidad. Cualquier simpatía con el pecado nos indispone para oír adecuadamente la bendita palabra de Dios, porque el pecado necesitará ser justificado, y para ello la palabra de Dios tendrá que ser invalidada. El sustantivo griego usado por Santiago, y traducido “inmundicia” (gr. “ruparia”), se usaba comúnmente en el griego, entre otras cosas, para indicar el cerumen en los oídos.
 
Debemos oír con mansedumbre, humildad
 
Oímos con atención y gran respeto a los técnicos y expertos, ya sean financieros o médicos, porque entendemos que tienen más conocimientos que nosotros. Queremos beneficiarnos de lo que ellos saben, y les oímos con atención. ¡Cuánto más debemos respetar al Dios todopoderoso y atender a su sabiduría!  
 
Debemos oír con ligereza
 
Se requiere de cada cual que sea “pronto para oír” la palabra de Dios. Nunca debemos asumir que lo que Dios dice ya lo sabemos. Debemos estar ansiosos por oír la palabra de Dios, y aprender de ella. Aprovechar cada oportunidad para oír la palabra de Dios proporcionará crecimiento, y salvación (cf. 1 Ped. 2:2).
 
Debemos oír con espíritu sosegado
 
Se requiere de cada cual que sea “tardo para hablar” ante el mensaje de la palabra de Dios. ¡Es muy difícil oír cuando al mismo tiempo hablamos! Pensar en lo que nos dicen antes de responder siempre será un buen consejo, a menudo desatendido. En el contexto presente, la admonición de Santiago indica la necesidad de oír con atención a la verdad divina antes de proferir opiniones que se oponen a la verdad de Dios.
 
Solo un espíritu sereno y reverente permanecerá tranquilo y calmo, es decir, “tardo para airarse”. La palabra de Dios a menudo nos corrige, y es tentador el airarnos por la reprensión o por la verdad que se opone a nuestras preferencias. Sin embargo, “la ira del hombre no obra la justicia de Dios”. La ira se interpone en el camino de la obediencia, cierra nuestra mente, imposibilitando que hagamos lo que debemos hacer.
 
Debemos oír contemplativamente
 
Se requiere de cada cual que reciba “con mansedumbre la palabra implantada”, que aprecie debidamente el mensaje y lo guarde en su corazón. Lo haremos si entendemos el propósito de la sagrada Escritura (2 Tim. 3:16,17; 2 Tim. 4:2) y el beneficio de cada instrucción, cada corrección, cada advertencia, cada promesa, y cada mandamiento.