Responsable de su pecado

 


Por Josué I. Hernández


 
La vida eterna es para aquellos que soportan la tentación y resisten la prueba (Sant. 1:12). Pero, ¿y si alguno falla? ¿Quién es el responsable de que alguno sucumba ante las tentaciones y pruebas? Santiago responde enfáticamente: El pecador es responsable de su pecado.
 
No podemos responsabilizar a Dios de nuestros pecados, porque “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Sant. 1:13).
 
Alguno dirá “Dios me hizo así”, para justificar su mal temperamento o inclinación sexual; una variante de esta afirmación es la siguiente, “así somos los salvadoreños”; otra variante es, “así somos los… (y pronuncian el apellido familiar)”.
 
¿Recuerda lo que dijo Adán pretendiendo evitar su responsabilidad? “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gen. 3:12).
 
¿Recuerda lo que dijo Saúl pretendiendo justificar su desobediencia? “Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto” (1 Sam. 13:11,12).
 
Dios no simpatiza con quienes atribuyen a él las tentaciones, y lo responsabilizan de sus pecados personales. Dios no es atraído por el mal, ni atrae a las personas al pecado para que lo cometan.
 
No podemos responsabilizar al diablo de nuestros pecados, porque no teníamos que seguir sus sugerencias, no teníamos que ceder a sus tentaciones. Ciertamente el diablo es “el tentador” (Mat. 4:3; cf. 1 Ped. 5:8), y Santiago implica la acción del diablo cuando indica la carnada para atraer con seducción (Sant. 1:14). Sin embargo, el pecador no tenía que pecar (Sant. 1:15; cf. Jn. 8:11; 1 Jn. 2:1).
 
Santiago explica el proceso de la tentación usando dos figuras. Primero, en términos de pesca o caza, la tentación es la oportunidad de satisfacer un deseo, satisfacción que se dará fuera de la esfera lícita, más allá del dominio propio. Así como un animal sale de su escondite, es decir la esfera de seguridad, para ir por la carnada, impulsado por el deseo de comerla, así es también con el pecado. En segundo lugar, Santiago indica la concepción. El deseo se fusionó con la voluntad para hallar la satisfacción, el resultado es un alumbramiento, lo que se ha dado a luz es el pecado. El resultado del pecado es la muerte eterna, si el pecador no se arrepiente para alcanzar la corona de vida (Sant. 1:12).
 
El pecador es el responsable de sus pecados, “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no erréis” (Sant. 1:14-16).
 
No es pecado ser tentado (Heb. 4:15). La tentación es la oportunidad de satisfacer algún deseo normal. El pecado es cuando el deseo es satisfecho ilícitamente. Si permitimos que nuestra mente se detenga en el anzuelo de Satanás, es cosa de tiempo para sucumbir a la tentación.
 
Comprender este proceso es útil. La sabiduría demanda que estemos velando en sobriedad, evitando lugares o actividades donde otros sucumben rutinariamente al pecado y sus efectos. Debemos evitar los lugares o actividades donde hemos sucumbido en el pasado.
 
 
“Aborreced lo malo” (Rom. 12:9).
 
“Absteneos de toda especie de mal” (1 Tes. 5:22).