Por Josué I. Hernández
Jesucristo comparó a sus discípulos con
pámpanos, o sarmientos, diciendo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo quita; y todo el que da
fruto, lo poda para que dé más fruto… Yo soy la vid, vosotros los sarmientos;
el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí
nada podéis hacer” (Jn. 15:1,2,5, LBLA).
Luego de indicar esta analogía, el Señor enfatizó
tres puntos, el apego, la fructificación y la poda necesaria.
Un sarmiento necesita
adherirse en total apego a la vid
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el
pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así
tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn. 15:4).
Así como un pámpano, o sarmiento, obtiene
vida por la rica sabia de la vid, nuestra vida espiritual viene de Cristo. Al apartarnos
de él moriremos (cf. Jn. 6:68). La vida que Dios nos da es mediante la fe en
Cristo (Ef. 2:4-9), específicamente cuando llegamos a ser sepultados y
resucitados con Cristo en el bautismo (Col. 2:12,13). La vida nueva en Cristo
(Rom. 6:4) ha de ser una vida de fe (cf. 2 Cor. 5:7; Heb. 11:6).
La permanencia en Cristo no es solamente el
asistir puntualmente a todas las reuniones de la iglesia local. Además de
congregarse (Heb. 10:24,25), el fiel discípulo de Cristo demuestra su vitalidad
en Cristo en todas las facetas de su vida, “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gal. 2:20).
Separado de Cristo el infiel será quitado, “El
que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los
recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Jn. 15:6).
El sarmiento
demuestra su vitalidad al dar fruto
Ciertamente, las plantas ornamentales son maravillosas,
y tienen su lugar en nuestro jardín para nuestra admiración, pues son bonitos
adornos, pero el sarmiento no es un adorno, su destino es el dar fruto, y para
esto ha sido preparado en la vid por el viñador.
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que
lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto... En esto es glorificado mi
Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn. 15:1,2,8).
La Biblia identifica una variedad de frutos que
podemos producir. Mateo 3:8 indica los frutos del arrepentimiento. Romanos 6:22
señala el fruto de la santificación. Gálatas 5:22,23 indica el fruto del
Espíritu. Filipenses 4:17 señala en fruto de apoyar a un predicador del
evangelio. Hebreos 13:15 indica el fruto de los labios. Romanos 1:13 y
Colosenses 1:6 señalan el fruto de almas redimidas.
El sarmiento necesita
ser podado
“…todo aquel que lleva fruto, lo limpiará,
para que lleve más fruto” (Jn. 15:2). Sabemos que la poda somete a las plantas
a un propósito determinado, quitando las áreas improductivas o infectadas, promoviendo
el crecimiento, y por ende, la fructificación. El fiel discípulo necesita esta
obra del Padre en su vida.
La poda en la vida de los fieles se realizará
a través de la palabra de Cristo, “Ya vosotros estáis limpios por la palabra
que os he hablado” (Jn. 15:3). De hecho, la palabra de Dios es una herramienta para
cortar con precisión (cf. Heb. 4:12; 2 Tim. 2:15).
Por la lectura de otros pasajes, sabemos que el
Padre también usará de las pruebas para producir fruto (ej. Hech. 14:22; 1 Cor.
10:13; Sant. 1:2-5; 1 Ped. 1:6,7). Sin embargo, sea cual fuere el método divino
y el dolor momentáneo en el proceso de la poda, el propósito del Padre
celestial es sencillo, que el sarmiento permanezca en la vid dando mucho, mucho
fruto.
¿Estás permaneciendo
en Cristo como pámpano en la vid?