Andando en el temor del Señor

 


Por Josué I. Hernández

 
Sobre la iglesia primitiva, Lucas escribió: “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hech. 9:31). 
 
El apóstol Pablo escribió a la iglesia en Filipos, “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12).
 
El “temor y temblor” en relación con Dios es un concepto impopular. Muchos prefieren oír acerca del amor, la paciencia y la misericordia de Dios. Cuando hablamos de la santidad, la justicia y la ira de Dios, algunos dicen: ¡Mi Dios no es así! Sencillamente, el énfasis actual en un “Dios de solo amor y misericordia” es el extremo al “Dios de ira y castigo” de los tiempos pasados.
 
Pero, ¿qué de nosotros? ¿Hemos perdido el equilibrio (Rom. 11:22)? ¿Reconocemos la necesidad de vivir en temor y temblor? ¿Hemos olvidado a quién debemos temer (Luc. 12:4,5)?
 
Definiendo el “temor del Señor”
 
El sustantivo “temor” (gr. “fobos”), “tenía primariamente el sentido de huida, aquello que es provocado por el hecho de estar atemorizado; luego, aquello que puede provocar la huida: temor, miedo, terror… por metonimia, aquello que causa temor…” (Vine).
 
“temor reverente: de Dios, como motivo controlador de la vida, en asuntos espirituales y morales, no un mero temor de su poder y justa retribución, sino un saludable miedo a desagradarle, temor que ahuyenta el terror que lleva a alejarse de su presencia (Rom. 8:15), y que influye en la disposición y actitud de uno cuyas circunstancias son guiadas por la confianza en Dios” (Ibíd.).
 
El equivalente hebreo es “yir'ah”. W. E. Vine indica que “se encuentra 45 veces en el Antiguo Testamento. Puede significar «temor» a los hombres (Deut. 2:25), alguna cosa (Is. 7:25), situaciones (Jon. 1:10) y Dios (Jon. 1:12); también puede significar «reverencia» hacia Dios (Gen. 20:11)”.
 
En consideración de lo anterior, el “temor del Señor” involucra reverencia y respeto, miedo de ofender de alguna manera a Dios, y el terror de saber que ha ofendido a Dios y no ha obtenido el perdón (cf. Heb. 10:26-31; 12:28,29).
 
No debemos pasar por alto que el “temor del Señor” involucra el “temblor” (gr. “trómos”), es decir, “un temblor o estremecimiento por el miedo” (Thayer). “usado para describir la ansiedad de alguien que desconfía completamente de su capacidad para cumplir con todos los requisitos, pero que religiosamente hace todo lo posible para cumplir con su deber” (Ibíd.).
 
Una buena ilustración de temblor es la siguiente: “Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo” (Mar. 16:8; cf. 2 Cor. 7:15; Ef. 6:5).
 
La importancia del “temor del Señor”
 
Es el principio de la sabiduría, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (1:7).
 
Motiva el aborrecimiento del mal, “El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco” (8:13).
 
Prolonga la vida, “El temor de Jehová aumentará los días; mas los años de los impíos serán acortados” (10:27).
 
Proporciona confianza y es fuente de vida, “En el temor de Jehová está la fuerte confianza; y esperanza tendrán sus hijos. El temor de Jehová es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte” (14:26,27).
 
Impulsa el apartarse del mal, “Con misericordia y verdad se corrige el pecado, y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal” (16:6).
 
Conduce a una vida satisfactoria, “El temor de Jehová es para vida, y con él vivirá lleno de reposo el hombre; no será visitado de mal” (19:23).
 
Remunera a los temerosos, “Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Jehová” (22:4).
 
Sin el “temor del Señor” no podemos agradar a Dios (cf. Is. 66:1,2; Sal. 103:17,18; Rom. 10:2).
o    No alcanzaremos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento de Dios.
o    No estaremos motivados para ocuparnos en nuestra propia salvación.
o    Seremos corrompidos por la injusticia y la impiedad.
o    Existiremos, pero no viviremos (hay diferencia entre “vivir” y “existir”).
o    No tendremos seguridad y confianza de eterna salvación.
o    No tendremos motivación para el arrepentimiento.
 
Desarrollando el “temor del Señor”
 
El temor del Señor viene por oír la palabra de Dios. En otras palabras, así como la fe (Rom. 10:17), así también el temor (cf. Deut. 31:12,13), ambos son imposibles sin la revelación especial de Dios en su palabra bendita.
 
A medida que estudiamos la palabra de Dios, adquirimos como consecuencia un grado saludable de temor del Señor. Considere las palabras de Pablo en Romanos 2:4-11, y las palabras de Pedro en 2 Pedro 3:7-14.
 
La revelación de Dios nos mueve al temor:
o    Su poder (Gen. 1:1; Ex. 20:11; Is. 40:18-28).
o    Su obra (cf. Jer. 9:23,24; Is. 26:9).
o    Su conocimiento (cf. Sal. 139:1-18).
o    Su amor (Jn. 3:16; Rom. 5:7,8).
o    Su gracia (Rom. 3:23-26).
o    Su ira (cf. Rom. 2:4-11; 11:22; Heb. 10:31; 2 Ped. 3:7-14).
 
Conclusión
 
David escribió, “Dios temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él” (Sal. 89:7).
 
Necesitamos desarrollar un equilibrado “temor del Señor” para así ocuparnos de nuestra salvación, y brillar como luminares en el mundo (Fil. 2:12,15).
 
“Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Heb. 4:1,2).
 
“Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Heb. 4:11).
 
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor. 7:1).