La belleza espiritual de la mujer

 
Por Josué I. Hernández

 
Nuestra cultura exalta la belleza física de la mujer, y la ha hecho un objeto sexual para deleitar y seducir a los observadores. La cultura empuja a la mujer a invertir todo lo que pueda en su cuerpo, presionándola a luchar toda su vida contra el paso del tiempo, siendo adoctrinada desde pequeña a “lucir lo que tiene” y a “flirtear”.
 
Dos perros peleaban frente a la casa de un anciano a quien el predicador visitaba para enseñarle la palabra. El predicador le preguntó al anciano si debía detener la pelea de los perros, y el anciano respondió: “ellos pelean todo el tiempo, e incluso yo sé cuál de ellos va a ganar”, luego de un respiro, el anciano agregó, “el perro que ganará es aquel al que yo cuido más”. También esto es verdad en la vida de la mujer. Vencerá la “belleza espiritual” o la esquiva, insatisfactoria, y engañosa, “belleza física”.
 
Con el presente estudio no esperamos proporcionar un caro estiramiento facial, sino un precioso y eterno estiramiento de fe (cf. Heb. 11:1,6).
 
La provisión de Dios para la belleza espiritual
 
En su gracia Dios ha provisto tres elementos para la belleza espiritual de toda mujer. Estos elementos son el lavamiento (Apoc. 1:5; Hech. 22:16; 1 Jn. 2:2), el espejo (Sant. 1:23-25), y las instrucciones cosméticas, “así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres” (1 Ped. 3:5).
 
Frente a esta provisión divina, es el deber de cada mujer el abrir los ojos al engaño del diablo (cf. Jn. 8:44; 2 Cor. 2:11; 11:3,14; Apoc. 12:15) y apreciar la gracia de Dios (Tito 2:11-14).
 
Embelleciéndose para con Dios
 
La belleza espiritual comienza con el nuevo nacimiento (1 Ped. 1:22-25; cf. 1:2; 3:21), y continúa con el crecimiento (1 Ped. 2:2,5).
 
La belleza espiritual se expresa en una vida de servicio, la cual expone la belleza del espíritu de la mujer piadosa: “sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Tim. 2:10; cf. Hech. 9:36,39; Rom. 16:1-5,12; Fil. 4:3; Tito 2:3,4).
 
“sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1 Ped. 3:4,5).
 
La base del servicio piadoso es el temor de Dios, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Prov. 1:7). “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos” (Prov. 31:30,31).
 
El servicio piadoso es producto de la capacitación por el evangelio, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo… de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef. 4:12,16).
 
La capacitación por el evangelio está disponible para la mujer que procura edificarse, capacitarse, aprender, “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1 Tim. 2:11; cf. 2 Tim. 3:7).
 
Cada mujer puede distinguir si es bella según Dios (cf. 2 Cor. 13:5; Sant. 1:25).
 
Conclusión
 
Nuestra cultura exalta la belleza física de la mujer, pero Dios enfatiza la belleza espiritual de la mujer. 
 
La mujer es presionada, aún desde pequeña, para exhibir su cuerpo. En cambio, Dios le invita a algo mayor, superior, a saber, el embellecerse para la eternidad y exhibir las cualidades de un espíritu renovado por el poder de Cristo.
 
 
¿Eres tú hermosa según Dios?

 

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