Nuestra cultura exalta la belleza física de
la mujer, y la ha hecho un objeto sexual para deleitar y seducir a los
observadores. La cultura empuja a la mujer a invertir todo lo que pueda en su
cuerpo, presionándola a luchar toda su vida contra el paso del tiempo, siendo
adoctrinada desde pequeña a “lucir lo que tiene” y a “flirtear”. Dos perros peleaban frente a la casa de un
anciano a quien el predicador visitaba para enseñarle la palabra. El predicador
le preguntó al anciano si debía detener la pelea de los perros, y el anciano
respondió: “ellos pelean todo el tiempo, e incluso yo sé cuál de ellos va a
ganar”, luego de un respiro, el anciano agregó, “el perro que ganará es aquel
al que yo cuido más”. También esto es verdad en la vida de la mujer. Vencerá la
“belleza espiritual” o la esquiva, insatisfactoria, y engañosa, “belleza física”. Con el presente estudio no esperamos
proporcionar un caro estiramiento facial, sino un precioso y eterno
estiramiento de fe (cf. Heb. 11:1,6).
La provisión de Dios
para la belleza espiritual
En su gracia Dios ha provisto tres elementos
para la belleza espiritual de toda mujer. Estos elementos son el lavamiento (Apoc.
1:5; Hech. 22:16; 1 Jn. 2:2), el espejo (Sant. 1:23-25), y las instrucciones
cosméticas, “así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas
mujeres” (1 Ped. 3:5). Frente a esta provisión divina, es el deber
de cada mujer el abrir los ojos al engaño del diablo (cf. Jn. 8:44; 2 Cor. 2:11;
11:3,14; Apoc. 12:15) y apreciar la gracia de Dios (Tito 2:11-14).
Embelleciéndose para
con Dios
La belleza espiritual comienza con el nuevo
nacimiento (1 Ped. 1:22-25; cf. 1:2; 3:21), y continúa con el crecimiento (1
Ped. 2:2,5). La belleza espiritual se expresa en una vida
de servicio, la cual expone la belleza del espíritu de la mujer piadosa: “sino
con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Tim.
2:10; cf. Hech. 9:36,39; Rom. 16:1-5,12; Fil. 4:3; Tito 2:3,4). “sino el interno, el del corazón, en el
incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima
delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas
mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1 Ped. 3:4,5). La base del servicio piadoso es el temor de Dios,
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos
desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Prov. 1:7). “Engañosa es la
gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada.
Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos” (Prov.
31:30,31). El servicio piadoso es producto de la
capacitación por el evangelio, “a fin de perfeccionar a los santos para la
obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo… de quien todo el
cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento
para ir edificándose en amor” (Ef. 4:12,16). La capacitación por el evangelio está
disponible para la mujer que procura edificarse, capacitarse, aprender, “La
mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1 Tim. 2:11; cf. 2 Tim. 3:7). Cada mujer puede distinguir si es bella según
Dios (cf. 2 Cor. 13:5; Sant. 1:25).
Conclusión
Nuestra cultura exalta la belleza física de
la mujer, pero Dios enfatiza la belleza espiritual de la mujer. La mujer es presionada, aún desde pequeña,
para exhibir su cuerpo. En cambio, Dios le invita a algo mayor, superior, a
saber, el embellecerse para la eternidad y exhibir las cualidades de un
espíritu renovado por el poder de Cristo.