“Y Jesús crecía en
sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52).
Algunos afirman que Jesús progresó en “conocimiento”
porque había renunciado a su omnisciencia. Por supuesto, eso no es lo que dice Lucas
en su tratado a Teófilo. Lucas habló de “sabiduría”, no de “conocimiento” (Luc.
2:52). La sabiduría es la aplicación del conocimiento, no el conocimiento en
sí. El apóstol Pablo indicó a los romanos que Dios
posee tanto sabiduría como conocimiento (Rom. 11:33). Al mencionar la “sabiduría”
por separado del “conocimiento”, Pablo señaló una diferencia entre los dos. Cuando
Santiago escribió que el cristiano ore pidiendo “sabiduría” (Sant. 1:5), él no
hablaba de recibir “conocimiento”, como afirmará algún mormón. En fin, hay
diferencia entre la sabiduría y el conocimiento, y la Biblia no afirma que
Jesús tuvo que crecer en conocimiento. El apóstol Juan escribió que el Verbo
encarnado estaba “lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). Es un hecho seguro
que la encarnación no disminuyó el conocimiento del Señor. Después que se hizo
carne estaba siempre “lleno de gracia y de verdad”. Volviendo a Lucas 2:52,
leemos que Jesús creció en gracia.Sin
embargo, y por una lectura
cuidadosa, la supuesta contradicción desaparece. Alguno se ha
confundido al leer que Jesús creció en sabiduría (Luc. 2:52), mientras que
estaba lleno de sabiduría (Luc. 2:40). ¿Cómo podría el Señor estar lleno de
sabiduría mientras crecía en ella? Pensemos en esto. Lucas 2:52 enseña que la
sabiduría de Jesús estaba coordinada con su desarrollo físico, ¿verdad? Por lo
tanto, a medida que Jesús crecía físicamente, de una etapa a otra, en su
desarrollo físico, él manifestaba toda la sabiduría necesaria, es decir, la
aplicación de su conocimiento divino. Pero, Jesús no “crecía” o “progresaba” en
el sentido de adquirir lo que antes no tuviera. Lucas nos indica que el Señor
tuvo que “golpear hacia adelante, abrirse camino hacia adelante, esto es,
progresar” (Vine). El verbo griego “prokopto”, es decir, “progresar” o “abrirse
un camino hacia adelante” es usado también por Pablo en 2 Timoteo 2:16; 3:9,13
y en Gálatas 1:14. Dios el Hijo
aceptó las limitaciones físicas del cuerpo humano, aunque su espíritu
permaneció inmutablemente divino. Y, mientras poseía un conocimiento divino
absoluto, no usó dicho conocimiento sino conforme al momento que coincidiera con
su etapa física y misión. Alguno ha
preguntado, ¿poseía Jesús conocimiento divino mientras era un bebé en el
pesebre? ¡Absolutamente! Jesús de Nazaret era completamente Dios con nosotros
aún en el pesebre (Mat. 1:23). Jesús estaba
consciente de su relación especial y única con el Padre (Luc. 2:49). Jesús
sabía de dónde venía y a dónde iba (Jn. 8:14). Conocía a todos los hombres y lo
que había en el hombre (Jn. 2:24,25). Sabía desde el principio quién creería en
él y quién lo traicionaría (Jn. 6:64). Sabía que el Padre le había entregado
todas las cosas en sus manos y que a al Padre volvería (Jn. 13:3). Sabía todas
las cosas que le sobrevendrían (Jn. 18:4). Simplemente, conocía todas las cosas
(Jn. 16:30; 21:17). El hombre
falible e incrédulo describe a Jesús como “un dios que perdió todo su
conocimiento”, y consciencia divina, cuando vino al mundo. Pero, al estudiar
las sagradas Escrituras aprendemos que Jesús es tanto “el Verbo” encarnado como
“la verdad” personificada (Jn. 1:1; 14:6). Jesús no tenía que estudiar la
palabra para conocerla, él no comenzó su vida terrenal como un ignorante que
fue luego progresando en conocimiento. El Verbo encarnado no creció, o maduró,
espiritualmente. Dios no cambia (Mal. 3:6), ya que Jesús es Dios como el Padre
(Jn. 14:9; Heb 1:3) el espíritu de Jesús no progresó, es decir, no cambió (cf.
Heb. 1:10-12; 13:8). Nuestro
Señor Jesús no preguntaba para aprender, sino para enseñar. Él no hacía
preguntas para adquirir información, sino para motivar la reflexión y el
pensamiento profundo en quienes enseñaba, y esto, sin importar la edad física
que tuviese (cf. Luc. 2:47,48; Mat. 8:26; 9:4,5, etc.). Nuestro Señor Jesucristo nunca aprendió algo sobre
el hombre (Jn. 2:24,25) ni del hombre (Jn. 16:30; 21:17). Dios siempre es Dios,
nunca ha dejado de serlo. Y la maravilla en todo esto es que se hizo hombre
para morir para salvarme a mí.