El prejuicio

 


Por Josué I. Hernández

 
La palabra prejuicio significa exactamente lo que indica, prejuzgar, formarse una opinión de antemano sin examinar la evidencia, y proceder conforme a esta idea preconcebida. A menudo es una evaluación basada en factores tales como la procedencia, la ocupación, el estatus, la apariencia, etc.
 
El prejuicio se expresa en cómo respondemos a los demás. Favorecemos a los aprobados por nosotros, mientras menospreciamos a los desaprobados. Sencillamente, el prejuicio es un error fácil de cometer. Podemos fallar rápidamente sino velamos.
 
Santiago descubrió que el prejuicio se había infiltrado en las iglesias, y por lo tanto, amonestó diciendo: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?” (Sant. 2:1-4).
 
¿Por qué los hermanos tratarían de semejante manera a los visitantes? Una respuesta obvia en este caso es la codicia. El visitante adinerado podría ser fuente de futuros favores. No obstante, los visitantes podrían ser clasificados por otras razones. Una iglesia orgullosa aprobará a los invitados que se ajustan a determinada imagen. Otra iglesia podría reaccionar con miedo frente a los que son diferentes. Sea como fuere el caso, Santiago condena tal actitud marcándola como la expresión de “malos pensamientos” (RV1960) o “criterios malos” (JER).
 
Otra área potencial de prejuicio en las iglesias es el cuidado de nuestros miembros. En la primera iglesia, Jerusalén, “Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana” (Hech. 6:1). Si eso sucedió en Jerusalén, podría suceder en cualquier otra iglesia del Señor. Es evidente que seremos más conscientes de las necesidades de los miembros que están más relacionados con nosotros, por ejemplo, los parientes en la congregación. No obstante, la Biblia nos enseña a ser considerados con todos, “a fin de que en el cuerpo no haya división, sino que los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros” (1 Cor. 12:25).  
 
1 Timoteo 5 aborda el prejuicio respecto al juicio de alguno de los ancianos. Obviamente, la restauración de uno de los ancianos no es el momento para favorecer a los amigos a pesar de que no califiquen, o rechazar a uno que se ha arrepentido porque no es de nuestros parientes o amigos más cercanos. “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad” (1 Tim. 5:21).
 
“Es pecado mostrar preferencias facciosas, o favoritismo según parentela, posición social o de autoridad, u otra consideración humana. Dios no hace acepción de personas; no hemos de hacerla tampoco nosotros” (B. H. Reeves, Notas sobre 1 Timoteo).
 
Dios nos ayude a ser justos, objetivos, imparciales, así como también bondadosos y misericordiosos en nuestro trato con los demás.