¿Somos de la verdad?

 


Por Josué I. Hernández

 
Cuando Jesús se presentó ante Pilato, el gobernador le preguntó, “¿Así que tú eres rey?”, y Jesús le respondió, “Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn. 18:37, LBLA).
 
El gobierno de Jesús está en el ámbito espiritual. Él gobierna en nuestros corazones. Gobierna expresando su autoridad a nuestra mente, pero sin obligarnos, más bien, persuadiéndonos con la verdad. Recordemos, “la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17, LBLA). Jesús es la encarnación de la verdad (Jn. 14:6) y es su portavoz final (cf. Mat. 17:5; Hech. 3:22,23; Heb. 1:1,2). En cuanto la verdad, enfatizamos que Jesús dijo, “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn. 18:37, LBLA).
 
Algunos afirmaban, “Linaje de Abraham somos” (Jn. 8:33), sin embargo, Jesús les dijo, “Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham” (Jn. 8:40). Ciertamente, los hechos de ellos reflejaban un padre diferente, “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Jn. 8:44). Sencillamente, sus deseos los delataban como hijos del diablo, y no como hijos “de Dios” como suponían, porque “El que es de Dios, las palabras de Dios oye” (Jn. 8:47).
 
Ser “de la verdad” señala el parentesco con la verdad, específicamente, ser un hijo de ella, indicando, por lo tanto, a uno que tiene reverencia por ella. El apóstol Pablo conecta el amor de la verdad con la salvación en 2 Tesalonicenses 2:10.
 
Los que son de la verdad están abiertos a la voluntad de Dios. Tienen la disposición de Samuel, “Habla, porque tu siervo oye” (1 Sam. 3:10). Están dispuestos a escuchar toda la verdad porque la suma de la palabra de Dios es verdad (Sal. 119:160). Sin duda alguna, los que son de la verdad en algún momento habrán estado cegados por el pecado. Jesús encontró una audiencia receptiva entre los publicanos y rameras. Jesús dijo, “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mat. 21:31,32).
 
Los que son de la verdad son sinceros con la verdad. No deciden primero lo que van a creer, para luego torcer las Escrituras moldeándolas a su prejuicio (cf. 2 Ped. 3:16). No interpretan un pasaje de la palabra de Dios de tal manera que contradiga a otros pasajes de la sagrada Escritura. No ignoran el contexto, ni redefinen las palabras o las declaraciones sencillas de la bendita palabra de Dios (cf. 2 Tim. 2:15).
 
Los que son de la verdad son sinceros consigo mismos. Muchas veces la verdad duele, sin embargo, no ganamos nada procurando ocultarnos de ella. La verdad nos hace libres (Jn. 8:32). Así como ignorar la realidad de nuestra enfermedad física puede ser fatal, pretender que espiritualmente somos algo diferente a lo que indica la verdad es desastroso.
 
Los que son de la verdad actúan sobre la base de lo que aprenden de ella. Juan enseñó que, por nuestras acciones, no solo por nuestras afirmaciones, “conocemos que somos de la verdad” (1 Jn. 3:19; cf. Jn. 7:21; Luc. 6:46; Heb. 5:9).
 
La apelación de Jesús a la verdad frente a Pilato fue oportuna. Se supone que un juez debe adherirse a la verdad. La gran pregunta que debía responder Pilato, y nosotros, se mantiene inalterable, “¿cuál es mi actitud hacia la verdad?”.