Predicamos a Cristo crucificado

 


Por Josué I. Hernández

 
Pablo dijo, “predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:23). ¿Qué contiene dicha predicación de Cristo crucificado? Queremos responder esta pregunta.
 
La predicación de Cristo crucificado expresa el amor de Dios. Este amor no es mera especulación filosófica o teológica. Este amor es real. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). Piense en esto, si Dios hizo esto demostrando así su amor, ¿qué más hará (Rom. 8:32)?
 
La predicación de Cristo crucificado nos demuestra la fidelidad de Dios. No hay manera más elocuente en la cual podamos ser informados de la capacidad de Dios para cumplir sus promesas. La crucifixión de Jesús fue parte del plan eterno de Dios (1 Ped. 1:19,20). Los eventos del Antiguo Testamento lo presagiaron. Los profetas lo predijeron, y muchas veces con gran detalle. Irónicamente, quienes estaban mejor informados del mensaje que señalaba a Cristo, cumplieron las Escrituras crucificándolo (cf. Hech. 13:27).
 
La predicación de Cristo crucificado enseña la atrocidad del pecado. El pecado nos separa de Dios, y perdonarnos no es un asunto menor para Dios, porque él no puede descartar la culpa y olvidarse de las infracciones en su santidad y justicia. Cristo tenía que morir: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Rom. 3:24,25).
 
La predicación de Cristo crucificado destaca el precio de la salvación. Nuestra salvación costó la sangre de Cristo (cf. 1 Ped. 1:18,19). Si nuestra salvación costó tanto a Dios, no debemos pensar que a nosotros no nos costará nada. Ciertamente, la salvación es por gracia (cf. Rom. 6:23; Ef. 2:8), sin embargo, debemos entregarnos a nosotros mismos, “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). Ninguno puede seguir a Cristo sin pagar el precio del discipulado (cf. Luc. 9:23,24; 14:33).
 
La predicación de Cristo crucificado nos prepara para el rechazo. Si el mundo crucificó al mejor de todos, al único hombre perfecto que jamás hubiere vivido, seguramente nos rechazarán a nosotros también. Sencillamente, no podemos esperar un trato mejor, “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn. 15:20).
 
La predicación de Cristo crucificado alivia nuestros miedos.
La gente teme a la muerte. Sin embargo, Jesús murió, “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Heb. 2:14,15). Además de lo anterior, tememos el juicio de Dios. Y aunque la Biblia nos apremia “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12), también nos exhorta, “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Jn. 2:28).