Hablando de la fe

 


Por Josué I. Hernández

 
La fe es fundamental. Sin fe “es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6). El pecador es salvo por fe (Ef. 2:8,9), y el santo camina por ella (2 Cor. 5:7). La fe se produce en la mente por oír la palabra de Dios (Rom. 10:17). La fe no es, como se indica comúnmente “un salto a ciegas”; todo lo contrario, la fe está basada en la evidencia (cf. Jn. 20:26-31).
 
¿Tengo fe? ¿Cómo puedo saberlo? ¿Qué diría Dios de mi vida respecto a la fe? Santiago en el capítulo 2 de su epístola nos ayuda a responder estas preguntas.
 
Para empezar, debemos hacer más que hablar de fe, “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Sant. 2:14).
 
Hay varias formas en las que alguno podría afirmar que tiene fe. Podría decírselo a sí mismo, podría decirlo a los demás, podría responder preguntas acerca de su fe. Incluso, podría cantar sobre su fe, y participar de las oraciones afirmando que tiene fe.
 
Sin duda alguna, Dios quiere que hablemos de nuestra fe. Debemos confesar nuestra fe en Jesucristo para nuestra salvación (Rom. 10:9,10). Debemos compartir con otros nuestra fe (2 Tim. 2:2). Si confesamos a Jesús, incluso ante nuestros enemigos, el nos confesará delante de su Padre (Mat. 10:32,33).
 
No obstante, Santiago advierte que la expresión de la fe salvadora es más que sólo hablar de ella. La fe debe manifestarse en nuestra conducta, no sólo en nuestras conversaciones. Santiago ilustra su punto de la siguiente manera, “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Sant. 2:15-17).
 
El simple hecho de hablar de la solución a la necesidad de un hermano pobre obviamente no hace nada por satisfacer esa necesidad. Hablar es inútil si no va acompañado de la acción adecuada. Lo mismo ocurre con la fe. Si todo lo que hacemos es hablar sobre ello, nuestra fe es tan muerta como la autoproclamada, pero vacía, preocupación fraternal en la ilustración de Santiago.