La fe es fundamental. Sin fe “es imposible
agradar a Dios” (Heb. 11:6). El pecador es salvo por fe (Ef. 2:8,9), y el santo
camina por ella (2 Cor. 5:7). La fe se produce en la mente por oír la palabra
de Dios (Rom. 10:17). La fe no es, como se indica comúnmente “un salto a ciegas”;
todo lo contrario, la fe está basada en la evidencia (cf. Jn. 20:26-31). ¿Tengo fe? ¿Cómo puedo saberlo? ¿Qué diría
Dios de mi vida respecto a la fe? Santiago en el capítulo 2 de su epístola nos
ayuda a responder estas preguntas. Para empezar, debemos hacer más que hablar de
fe, “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no
tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Sant. 2:14). Hay varias formas en las que alguno podría afirmar
que tiene fe. Podría decírselo a sí mismo, podría decirlo a los demás, podría
responder preguntas acerca de su fe. Incluso, podría cantar sobre su fe, y participar
de las oraciones afirmando que tiene fe. Sin duda alguna, Dios quiere que hablemos de
nuestra fe. Debemos confesar nuestra fe en Jesucristo para nuestra salvación
(Rom. 10:9,10). Debemos compartir con otros nuestra fe (2 Tim. 2:2). Si
confesamos a Jesús, incluso ante nuestros enemigos, el nos confesará delante de
su Padre (Mat. 10:32,33). No obstante, Santiago advierte que la
expresión de la fe salvadora es más que sólo hablar de ella. La fe debe
manifestarse en nuestra conducta, no sólo en nuestras conversaciones. Santiago
ilustra su punto de la siguiente manera, “Y si un hermano o una hermana
están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de
vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas
que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no
tiene obras, es muerta en sí misma” (Sant. 2:15-17). El simple hecho de hablar de la solución a la
necesidad de un hermano pobre obviamente no hace nada por satisfacer esa
necesidad. Hablar es inútil si no va acompañado de la acción adecuada. Lo mismo
ocurre con la fe. Si todo lo que hacemos es hablar sobre ello, nuestra fe es
tan muerta como la autoproclamada, pero vacía, preocupación fraternal en la
ilustración de Santiago.