Jesucristo, nuestra esperanza

 


Por Josué I. Hernández

 
Enfocando a Jesucristo, el apóstol Pablo le llamó, “nuestra esperanza” (1 Tim. 1:1). Este es un título singular que no se encuentra en ningún otro lugar del Nuevo Testamento salvo en Colosenses 1:27.
 
El sustantivo “esperanza” (gr. “elpís”) denota una expectativa gozosa y confiada, algo estrechamente relacionado con la fe (Heb. 11:1).
 
Jesucristo es nuestra esperanza 
para el perdón de los pecados.
 
El hombre tiene un problema con el pecado. Primeramente, todos pecaron (cf. Rom. 3:23; 1 Jn. 1:8,10), y las consecuencias son graves, gravísimas (Rom. 6:23). Aunque todos los pecadores lidian con la culpa del pecado de alguna manera, y algunos intentan ignorarlo y otros justificarlo, e incluso, compensarlo con buenas obras, no hay siquiera una manera de solucionar nuestro problema en el pecado.
 
Donde el hombre es impotente, Jesús es nuestra única esperanza (Jn. 8:24). Él es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). En él tenemos redención por su sangre (Ef. 1:7). En su sangre derramada está nuestra esperanza (Rom. 3:24-26; Heb. 9:14; Apoc. 1:5).
 
La manera de lavarnos en la sangre de Cristo es indicada en el evangelio. El pecador del mundo será lavado de sus pecados al creer y ser bautizado (Mar. 16:16; Hech. 2:38; 22:16; Rom. 6:3-6). Y el cristiano que hubiere pecado, será lavado en la sangre de Cristo al arrepentirse y confesar el pecado (Hech. 8:22; 1 Jn. 1:7,9).
 
Jesucristo es nuestra esperanza 
para la reconciliación con Dios.
 
El hombre desea reconciliarse con Dios. La Biblia dice que este deseo de comunión con Dios fue puesto en nosotros por Dios mismo (Hech. 17:26-28). Sin embargo, muchos tratan de satisfacer este anhelo con posesiones (cf. Ecles. 5:10), con actividades (Gal. 5:19-21), e incluso, con diversas religiones (Col. 2:8,23). No obstante, y a pesar de todos los esfuerzos humanos, todo el empeño involucrado, la sinceridad y las buenas intenciones desplegadas, no hay siquiera una manera de reconciliarnos personalmente con Dios.
 
Donde el hombre es impotente, Jesús es nuestra única esperanza. Él es el único camino al Padre (Jn. 14:6; cf. 1 Tim. 2:5). Sólo en él podemos llegar a conocer a Dios (Jn. 1:18; 14:7-9). En él somos reconciliados con Dios (Rom. 5:1,2; 2 Cor. 5:18-20; Ef. 2:13-16).
 
Jesucristo es nuestra esperanza 
para una vida santa
 
El hombre generalmente desea vivir una vida santa, pura, recta. El hombre antiguo admitía su incapacidad de vivir una vida santa: “Odiamos nuestros vicios, y los amamos al mismo tiempo” (Séneca). “No hemos cumplido con la suficiente valentía nuestras buenas resoluciones. A pesar de nuestra voluntad y resistencia, hemos perdido nuestra inocencia. No solo hemos actuado mal, lo seguiremos haciendo” (Séneca).
 
Los apóstoles describieron la dificultad de vivir piadosamente por nuestros propios medios. Pablo describió la lucha interna de un judío concienzudo bajo la ley (Rom. 7:21-24), y recordó a los gálatas sobre la guerra entre la carne y el Espíritu (Gal. 5:16,17), es decir, entre la vida mundana y la vida en Cristo. Pedro señaló la guerra entre los deseos carnales y el alma del cristiano (1 Ped. 2:11).
 
Donde el hombre es impotente, Jesús es nuestra única esperanza. En Cristo somos libres de la ley del pecado y de la muerte (Rom. 8:2). En Cristo tenemos la fuerza para la hacer el bien por la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones (Rom. 8:11-13), y por la fuerza divina en la persona interior (Ef. 3:16,20; cf. Fil. 2:13; 4:13).
 
Jesucristo es nuestra esperanza 
para suplir nuestras necesidades diarias
 
El hombre se preocupa por suplir sus necesidades diarias: La comida, la ropa, el techo, mientras gime por satisfacción, alegría y paz. En “El sermón del monte” Jesús reconoció esta preocupación común (Mat. 6:31,32).
 
Donde el hombre es impotente, Jesús es nuestra única esperanza. Su Padre conoce nuestras necesidades (Mat. 6:32), y Jesús proporciona el secreto del cuidado de Dios (Mat. 6:33; Mar. 10:28-30). Jesús es la fuente del verdadero gozo y paz (Fil. 4:4,6,7). En Jesús hay contentamiento, sabiendo que él suplirá nuestras necesidades (Fil. 4:11,12,19).
 
Jesucristo es nuestra esperanza 
para vencer la muerte
 
El hombre teme a la muerte. Mucho esfuerzo se ha realizado, y continúa realizándose, por evitarla, retrasarla. Algunos intentan ignorar la muerte, pero saben que viene por ellos.
 
Donde el hombre es impotente, Jesús es nuestra única esperanza. Él vino para librarnos del temor a la muerte (Heb. 2:14,15). Él es la resurrección y la vida (Jn. 11:25). Él usará su voz para traer a la vida a los muertos (cf. Jn. 5:28,29; 1 Tes. 4:13-18; 1 Jn. 3:2,3).

“El Señor Jesucristo es aquí designado como nuestra esperanza… Observemos además Efesios 2:14, donde Cristo es nuestra paz, y Colosenses 3:4, donde Él es nuestra vida. Cristo es nuestra paz, tratando con el problema de nuestros pecados en el pasado; Cristo es nuestra vida, tratando con el problema del poder para el presente; y, Cristo es nuestra esperanza, tratando con el problema de la liberación en el futuro” (W. MacDonald).
 
Conclusión
 
Jesús es muchas cosas para los que lo aman, y debemos asegurarnos de que él sea siempre “nuestra esperanza”.
 

¿Ha hecho de Jesús su esperanza?