La famosa “parábola de los talentos” que
enseñó Jesús (Mat. 25:14-30), es una historia bien conocida sobre el juicio. De
hecho, sobre la base de esta historia nosotros hablamos de usar bien los “talentos”,
o del “talento” que tiene cierto hermano, etc. Usamos la palabra “talento” como
sinónimo de la capacidad de alguno. Originalmente, un “talento” era un peso,
luego una medida de dinero. En “la parábola de los talentos”, un terrateniente
confió sus bienes, o posesiones, a sus siervos antes de emprender viaje a una
tierra lejana. A uno le dio cinco talentos, a otro siervo le dio dos talentos,
y al tercero le entregó un talento. Cuando el amo regresó, saldó cuentas con cada
uno. El esclavo de cinco talentos había ganado cinco más, mientras que el
siervo de dos talentos ganó dos más. Sin embargo, el esclavo que había recibido
un talento enterró el dinero guardándolo para entregarlo cuando su amo llegara,
siempre con la intención de devolverlo tal y como lo había recibido. En el diálogo del esclavo de un talento con
su amo, nos sorprendemos al leer que él acusó a su señor de ser un “hombre duro”
(Mat. 25:24; gr. “skleros”), un hombre difícil y exigente capaz de cosechar
donde no sembró y de recoger donde no esparció, es decir, un hombre que se
beneficiaba indebidamente del esfuerzo de otros. “Dando esta caracterización,
difamó a su señor presentándolo como un hombre cruel y oportunista que
"segaba y recogía" donde no tenía derecho a hacerlo” (J. F. MacArthur). “Recuérdese que este hombre de un talento
aceptó el dinero del señor, y al hacerlo aceptó también su responsabilidad. Por
esa razón estaba sin justificación alguna” (W. Partain). “El fracaso del hombre de un talento es la
carga de la parábola. Sin embargo, no debería suponerse que el fracaso se
asocia invariablemente con individuos de un solo talento. Es cierto que en el
caso que tenemos ante nosotros, fue el menos capaz del grupo el que falló; pero
si las causas de su fracaso hubieran estado en cualquiera de los otros, ellos
también habrían fracasado. Su fracaso no se debió al tamaño de su don, sino a
su incapacidad para usarlo. La historia registra muchos fracasos trágicos de
los superdotados; y el fracaso siempre es triste cuando se trata de los altos y
poderosos, e igual de triste cuando se trata de los pobres y humildes. Dios
condena el fracaso en el ámbito de las cosas espirituales. No hay excusa para
fallar en esos eternos ejercicios del alma en comunión con Dios. La recepción
de un solo talento no era una licencia para el fracaso. Ningún hombre será
excusado simplemente sobre la base de que no tiene mucha habilidad o que sus
dones son menores que los dones de los demás. El menos capaz de los siervos de
Dios, no menos que el más capaz, debe hacer todo lo posible para ser aprobado”
(J. B. Coffman). El esclavo negligente se sentía justificado
de su propio fracaso, ¡porque su fracaso era culpa de su amo! Este esclavo
personifica a todos los que pronuncian excusas por su desobediencia, “tenía
miedo”, “yo no sabía”, “me engañaron”, “como humanos que somos nos equivocamos”,
“de todo lo que hice bien solamente en esto me equivoqué”, “ya pasó, no
rebusquemos en el pasado”, etc. La parábola misma revela lo absurdo de la
acusación del esclavo de un talento. El amo a cada uno le dio generosamente la
oportunidad de trabajar y según la capacidad de cada cual (Mat. 25:15). Ninguno
recibió una responsabilidad desproporcionada. El amo no solicitó sino lo que
correspondía a su inversión inicial. La lógica del siervo negligente fue rechazada
tajantemente por su amo, “Siervo malo y negligente, sabías que siego donde
no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero
a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los
intereses” (Mat. 25:26,27). El siervo negligente fue llamado “malo”, por
tergiversar a su amo, y “negligente”, o perezoso, por no trabajar
diligentemente. Ni siquiera hizo lo más fácil, poner su dinero en el banco para
generar intereses. ¿Cuál es el veredicto del amo? “Quitadle,
pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le
será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y
al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el
crujir de dientes” (Mat. 25:28-30). “Nuestro concepto de Dios tiene mucho que ver
con nuestro cumplimiento o incumplimiento de su voluntad. Para “justificar”
(disculpar) la desobediencia muchos critican a Dios, diciendo que El permite
guerras y mucho sufrimiento, injusticias, etc. Otros quieren justificar su
negligencia diciendo, "Si Dios me hubiera dado el talento o el dinero que
dio al hno. Fulano, yo también habría hecho grandes cosas por El". La
excusa de muchos (la "razón" según ellos) para justificar su
incumplimiento del deber es que el discipulado es duro, exigente, y vienen
persecuciones y tribulaciones. Directa o indirectamente acusan a Dios de ser
injusto” (W. Partain). Jesús es nuestro amo, es decir, nuestro
Señor. Somos sus siervos, es decir, sus esclavos. El Señor nos ha confiado una
responsabilidad correspondiente a nuestra capacidad. ¿Qué estamos haciendo en
su servicio preparándonos para su regreso?