Fe perfecta

 


Por Josué I. Hernández

 
La fe aprobada por Dios (Heb. 11:1,6) es preciosa (2 Ped. 1:1). Sin embargo, la Biblia menciona varias clases de fe: “poca fe” (Mat. 8:26), “grande” fe (Mat. 15:28), “tanta fe” (Luc. 7:9), “fe muerta” (Stg. 2:26), fe naufragada (1 Tim. 1:19), etc.
 
Santiago describe la fe perfecta, una fe que todos debemos procurar, de la siguiente manera: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Sant. 2:21-23).
 
La fe perfecta comienza por oír la palabra de Dios (cf. Rom. 10:17; Hech. 15:7). Ciertamente, podemos creer algo que Dios no ha dicho, pero cuando lo hacemos eso no es fe, sino imaginación e ilusiones, tal vez, terquedad de la propia voluntad, o algo similar.
 
La fe perfecta confía en lo que Dios dice, ya sean sus promesas, ya sean sus advertencias. Abraham creyó a Dios. Esto es algo extraordinario. Dios comunicó cosas notables a Abraham. Prometió que engrandecería a Abraham, que su descendencia se convertiría en una gran nación, incluso, que sería bendición para el mundo entero. Abraham no entendía cómo Dios haría todo esto (Rom. 4:19,20), pero tomó en cuenta la infinita grandeza de Dios y creyó que Dios lo haría (Rom. 4:21) avanzando en su caminar de fe (Rom. 4:12). La fe hace esto.
 
La fe perfecta hace lo que Dios dice. Confía en las instrucciones de Dios con la misma certeza que confía en sus promesas y advertencias. Santiago ilustra lo que quizás es el mandato más difícil que Dios haya pronunciado a un hombre. Isaac era el hijo de Abraham a través de quien Dios cumpliría sus promesas. Sin embargo, Dios le ordenó que tomara a su amado hijo y lo ofreciera en holocausto (Gen. 22:1-18). ¿Era un mandamiento razonable? ¿No parecía contradecir las promesas de Dios? Independientemente de lo que pensemos, esto es lo que Dios mandó y lo que Abraham obedeció sin dudar. El hecho de que Dios detuvo a Abraham en el último segundo de ninguna manera disminuye la fe de Abraham (Gen. 22:10-12). Abraham obedeció a Dios.
 
La fe perfecta justifica. La fe de Abraham fue contada para justicia, es decir, cumplió con la condición por la cual Dios perdona, haciendo al hombre justo (Rom. 4:5-8). Santiago quiere que entendamos que la única fe que justifica es la fe activa y obediente, “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Sant. 2:24).
 
La única vez que la Biblia dice “solamente por la fe” (Sant. 2:24) enseña que el hombre no es justificado solo por la fe. Santiago nos enseña que es necesario que el creyente manifieste una fe perfecta la cual confía en Dios y cumple sus demandas.