Por Josué I. Hernández
Santiago, escribiendo en un estilo
conversacional a sus hermanos, afirmó que la fe sin obras está muerta (Sant.
2:17). Esta es la fe que no puede salvar, que es inútil en todo sentido
práctico (Sant. 2:14).
Santiago describe a un adversario imaginario,
quien representa al hombre de doble ánimo (1:8; 4:8), adversario señalado como
“alguno”, quien replicaría al argumento de Santiago diciendo, “Tú tienes fe”
(Sant. 2:18), es decir, “tú, Santiago, eres como yo, también tienes fe al igual
que yo la tengo”. Sin embargo, Santiago le responde, “yo tengo obras”
(2:18), en otras palabras, “yo no tengo solamente fe, sino también tengo obras
que completan y perfeccionan mi fe” (cf. 2:22). Entonces, en un ataque directo
al argumento del hermano “alguno”, Santiago le desafía, “Muéstrame tu fe sin
tus obras” (2:18). ¿Podría el hermano “alguno” mostrar su fe sin sus obras?
Sabemos la respuesta. Entonces, ya que su adversario no puede mostrar su fe sin
acciones de fe, Santiago agrega, “yo te mostraré mi fe por mis obras”
(2:18).
Para mostrar de una manera más elocuente, la
inutilidad de la fe sin obras, Santiago señaló la fe de los demonios. “Tú
crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas
quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” (Sant.
2:19,20).
“Dios es uno”, esta es una verdad
fundamental. Moisés dijo a los israelitas, “Oye, Israel: Jehová nuestro
Dios, Jehová uno es” (Deut. 6:4). Este versículo, junto con algunos que lo
siguen, es tan fundamental que comúnmente se recitaba como una oración diaria
en las sinagogas judías.
¿Crees en Dios? ¡También los demonios! La fe
de los demonios es expresada de una manera emocional, al punto que tiemblan
ante la perspectiva de enfrentarse a Dios. Sin embargo, la fe de los demonios no
resulta en su salvación.
Para ilustrar la manera en que los demonios
tiemblan ante Dios, recordemos como varios endemoniados reaccionaban ante Jesús
en el registro de Marcos. En la sinagoga de Nazaret un endemoniado dijo a
Jesús, “¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para
destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios” (Mar. 1:24). Otro
endemoniado, “Cuando vio, pues, a Jesús de lejos, corrió, y se arrodilló
ante él. Y clamando a gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios
Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes” (Mar. 5:6,7). Marcos
resumió, “Y los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de él, y
daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios” (Mar. 3:11).
Los demonios tienen más sentido común que los
ateos o agnósticos. Su fe es acompañada con una fuerte reacción emocional, pero
seguramente nadie diría que es suficiente tal reacción emocional para ser
salvos. Siendo este el caso, uno tendría que ser un necio para creer en la
existencia de Dios, pero vivir sin obedecerle. Incluso, si alguno llega a
temblar ante la idea de enfrentarse un día a Dios, su fe no es más que la fe de
los demonios.
¿Qué clase de fe
tiene usted?