La necesidad de la disciplina en la iglesia local



Por Josué I. Hernández

 
La iglesia local tiene una responsabilidad que cumplir cuando sus miembros eligen practicar el pecado. Pablo escribió a los tesalonicenses, “Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2 Tes. 3:14,15).
 
¿Por qué la iglesia local debe practicar la disciplina?
 
1. Porque Dios manda que lo haga. Las palabras de Pablo a los tesalonicenses son un mandato directo, no son una sugerencia. “Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros” (2 Tes. 3:6). La razón por la cual una iglesia de Cristo practica la disciplina es porque la disciplina es doctrina de Cristo.
 
2. Porque los miembros desordenados lo necesitan. La disciplina se ejecuta para lograr la salvación del hijo de Dios descarriado. Santiago escribió, “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Sant. 5:19,20). La disciplina de la iglesia se establece en las sagradas Escrituras como un esfuerzo de los espirituales para restaurar a los que han caído en el pecado (Gal. 6:1). Si la iglesia verdaderamente es de Cristo sus miembros verdaderamente procurarán la salvación de los hermanos en pecado y se esforzarán por disciplinarles en el amor del Señor.
 
3. Porque mantiene la pureza de la iglesia. Otro propósito detrás del ejercicio de la disciplina en la iglesia es el mantener bajo control la práctica y propagación del comportamiento pecaminoso entre los miembros. Pablo dijo por el Espíritu, “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (1 Cor. 5:6). Siendo este el caso, Pablo mandó a los corintios, “Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Cor. 5:13).
 
4. Porque evita la división en la iglesia. La iglesia local está llamada a disciplinar a todos los que promueven una conducta divisionista, abriendo una brecha entre los hermanos. Pablo mandó a Tito, un predicador del evangelio, “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio” (Tito 3:10,11). El mismo apóstol instruyó a los santos en Roma de la siguiente manera, “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Rom. 16:17,18).
 
5. Porque advierte a toda la iglesia. Pablo instruyó a Timoteo con respecto a la disciplina de la siguiente manera, “A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman” (1 Tim. 5:20). Cuando un miembro de la congregación elige el pecado, en lugar de tratarlo como si nada pasara, la iglesia debe notar la infidelidad de ese miembro y procurar restaurarle (Gal. 6:1,2), y si no se arrepiente, la iglesia debe quitarlo cortando todos los lazos sociales con él hasta que se arrepienta (1 Cor. 5:1-13; 2 Tes. 3:14,15). Cuando la disciplina se lleva a cabo correctamente, el temor de Dios gobernará los corazones de todos, y todos serán animados a permanecer fieles.
 
Conclusión
 
Asegurémonos de hacer todo lo posible para cumplir con la responsabilidad que Dios nos ha dado cuando se trata de practicar la disciplina en la iglesia local. Simplemente, no podemos creernos más sabios que Dios al ignorar su consejo. “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Heb. 10:26,27).