El cristiano está involucrado en una buena
guerra (cf. 1 Tim. 1:18; 6:12), la cual es una espiritual (Ef. 6:10-12; cf. Jud. 3). Una guerra que requiere fe
y buena conciencia (1 Tim. 1:19). Es posible que a los cristianos les vaya mal
en esta guerra, cuando rechazan la fe y la buena conciencia, y naufragan en
cuanto a la fe (1 Tim. 1:19). Tal fue el caso de dos hombres mencionados por
Pablo, “Himeneo y Alejandro” (cf. 1 Tim. 1:20; 1 Cor. 5:1-13). Estos varones han
pasado a la historia como desertores de la fe y la buena conciencia que
rechazaron.
Rechazando la fe
La fe debe entenderse como una fuerte
convicción o confianza en algo, “Ahora bien, la fe es garantía de lo que esperamos,
prueba de lo que no vemos” (Heb. 11:1, NC). La fe es la persuasión de la mente
de que cierta cosa es cierta (Eastons Bible Dictionary), y su idea principal es
la confianza (Ibíd.). La fe en nuestro Señor Jesús es una fuerte
confianza en su identidad (ej. Mat. 1:23; Jn. 8:24; 14:6,7), su obra (cf. 1
Cor. 15:3-5; 1 Jn. 2:2), y su palabra (cf. Jn. 5:24; 6:68; 8:51). La fe se produce y se desarrolla por la
palabra de Dios (Rom. 10:17; Jn. 20:30,31), es fortalecida por los consejos y
amonestaciones de la familia de Dios (ej. Rom. 15:14; 2 Cor. 13:11; 1 Tes.
4:18; 5:14; Heb. 3:12-14; 10:24,25), y es confirmada por la obediencia, “El
que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si
yo hablo por mi propia cuenta” (Jn. 7:17). La fe es destruida por descuidar el estudio
de la palabra de Dios, “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó
conocimiento” (Os. 4:6), por dejar el compañerismo con otros cristianos (Heb.
3:12-14), y se vuelve una fe muerta al apartarse de las obras que la
perfeccionan (Sant. 2:20-26).
Rechazando la buena
conciencia
La conciencia es “aquel proceso de
pensamiento que distingue lo que considera moralmente bueno o malo, alabando lo
bueno, condenando lo malo, y así impulsando a hacer lo primero, y a evitar lo
último” (Vine). La conciencia es nuestra “copercepción” (Strong). Contrario a la opinión popular (“sigue tu
conciencia”), la Biblia revela que nuestra conciencia no es infalible, y que
necesita ser educada y corregida. Pablo había servido a Dios con limpia
conciencia durante toda su vida (Hech. 23:1), incluso cuando perseguía a los
cristianos (Hech. 26:9-11). Por lo tanto, nuestra conciencia es como un reloj,
funciona bien si se configura correctamente. Dios desea que tengamos una buena
conciencia (cf. 1 Tim. 1:5; 3:9). La buena conciencia se produce gracias a la
sangre de Cristo. Los sacrificios y ordenanzas del Antiguo Testamento eran
insuficientes para limpiar la conciencia (Heb. 9:9; 10:1-4). Pero, la sangre de
Cristo puede purificar nuestra conciencia (Heb. 9:14; 1 Ped. 3:21). La buena conciencia se desarrolla y mantiene
mediante la obediencia a la voluntad de Dios que vamos aprendiendo, “y al que
sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Sant. 4:17). La conciencia educada y no contradicha es una
gran bendición, “Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra
conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana,
sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con
vosotros” (2 Cor. 1:12). Podemos hacer mucho daño a nuestra conciencia,
al actuar sin convicción, y contra ella (Rom. 14:22,23), podemos corromper la
conciencia (Tito 1:15), y cauterizarla (1 Tim. 4:1,2). Siempre que ignoramos, o
violamos, los dictámenes y estímulos de nuestra conciencia, ¡estamos en terreno
peligroso! Una conciencia culpable pronto conduce a una conciencia endurecida. Por
ejemplo, si la conciencia se endurece respecto a la asistencia a las reuniones,
se endurecerá respecto a la vida piadosa que es una consecuencia de lo primero (Heb.
10:24,25). Debemos procurar siempre tener buena
conciencia, “Orad por nosotros. Confiados en que tenemos buena conciencia y que
queremos proceder rectamente en todo” (Heb. 13:18).
Conclusión
El evangelio fue diseñado para desarrollar y
nutrir la fe y la buena conciencia. El evangelio indica qué creer y proporciona
suficiente evidencia (Jn. 20:30,31), y proporciona los medios para purificar
nuestro corazón y conciencia (Heb. 9:14; 1 Ped. 3:21). Sin embargo, si
rechazamos la fe y la buena conciencia que el evangelio nos ha proporcionado,
entonces naufragaremos en cuanto a la fe. Nótese como se sentía Pablo al final de su
vida, “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe”
(2 Tim. 4:7, LBLA). Esto fue posible porque el apóstol aprovechó la gracia de
Dios para mantener una buena conciencia (Hech. 24:16), y vivió por fe (Gal.
2:20). ¿Estás peleando la buena batalla de la fe? ¿Mantienes
la fe y la buena conciencia? ¿Has naufragado en cuanto a la fe? Y antes que
todo, ¿has obedecido al evangelio de Cristo?