Santiago 4 comienza con un lenguaje sorprendente. Al escribir a los
cristianos, Santiago usa términos que no esperaríamos: guerra, pleito, combate,
matar, combatir, luchar. Fácilmente alguno podría preguntar: ¿Cómo son posibles
semejantes acciones en la interacción de los cristianos? El discurso anterior de Santiago sentó las bases para esto. Santiago
había notado que entre los hermanos se distinguían dos tipos de sabiduría: La sabiduría
celestial, que produce paz; y la sabiduría terrenal, que se caracteriza por los
celos y la ambición egoísta, y que resulta en mucho mal (Sant. 3:16). Los comentarios a menudo descartan una aplicación literal, o física, del
lenguaje de Santiago, asumiendo que los cristianos seguramente no estarían tan
fuera de control. En consideración de la época turbulenta del primer siglo, un
tiempo de violencia y agresividad (cf. Mar. 13:7,8; 15:7; Hech. 21:38), no es
difícil concluir que los cristianos inmaduros a quienes Santiago quería
corregir se justificaran al pensar que su conducta no era tan mala en
consideración del estándar social. Básicamente, las guerras entre cristianos no difieren de las guerras
entre las naciones. Santiago indica el real problema al fondo de la dificultad
general, el corazón. “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre
vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros? Codiciáis
y no tenéis, por eso cometéis homicidio. Sois envidiosos y no podéis obtener,
por eso combatís y hacéis guerra…” (Sant. 4:1,2. LBLA). Según Santiago los conflictos internos, e irresueltos, de nuestro propio corazón son la causa de los conflictos con nuestro prójimo. El apóstol Pablo
indicó este punto de la siguiente manera, “Porque el deseo de la carne es
contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen
el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis” (Gal. 5:17,
LBLA). El apóstol Pedro señaló lo mismo de la siguiente manera, “Amados, os
ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones
carnales que combaten contra el alma” (1 Ped. 2:11, LBLA). Sin rodeos, Santiago dice que el problema ocurre cuando no conseguimos
lo que queremos, señalando a su vez que lo que deseamos fue dictado por nuestro
propio egoísmo. La experiencia confirma el análisis de Santiago. La mayoría de
los conflictos entre hermanos han ocurrido por aquellos que insistían en
salirse con la suya. Es una horrible realidad, nada agradable. El autoexamen es
necesario, es urgente. Jesucristo, nuestro Señor, advirtió que la ira y la amargura contra otro
son equivalentes a un homicidio (Mat. 5:21,22). Simplemente, si tales emociones
no se controlan fácilmente conducirán al asesinato literal. El apóstol Juan
dijo, “Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que
ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn. 3:15).