Recibiendo a Jesús



Por Josué I. Hernández


“De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Jn. 13:20).

 
Con frecuencia se oye de la importancia de “recibir a Jesús como Señor y Salvador personal”. Suena bien, es más, suena lindo. Ciertamente, es una frase encantadora. El dilema es el mecanismo, es decir, el proceso. Dicho de otra forma, ¿cómo uno puede recibir a Jesús como Señor y Salvador personal? ¿Cómo sucede algo así? Ciertamente, necesitamos una respuesta bíblica.
 
Detengámonos un momento en el verbo “recibir” (gr. “lambano”), el cual “denota bien tomar o recibir… asirse de” (Vine). Recibir es una acción deliberada, no es una recepción pasiva. Ninguno podría recibir sin saberlo o quererlo, ninguno podría recibir sin extenderse a ello.
 
Juan 1:12 dice que “todos los que le recibieron” son aquellos que reciben la “potestad de ser hechos hijos de Dios”. El derecho de ser un hijo de Dios es concedido a los que reciben a Jesucristo. Recibir a Jesucristo es llegar a creer “en su nombre”.
 
El verbo “creer” así como es usado en Juan 1:12 no indica solamente una aceptación de la mente, es decir, una convicción sin acción ni compromiso. La fe que salva no es un mero asentimiento mental. Muchos creyentes no son salvos (Jn. 2:23,24; 12:42,43). La fe sin obras es muerta (Sant. 2:26).
 
Recibir a Jesús por la fe se explica con más detalles en todos los casos bíblicos de conversión en el libro Hechos, mediante los cuales aprendemos que el creyente debe hacer algo al recibir. Por ejemplo, en el día de Pentecostés de Hechos 2, los creyentes preguntaron “Varones hermanos, ¿qué haremos?”, y Pedro les indicó lo que debían hacer para recibir al Señor (cf. Hech. 2:37,38,41). Así también, el creyente Saulo preguntó, “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”, y el Señor le indicó que debía hacer algo específico que le sería indicado en Damasco (9:6; “Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”, 22:16).
 
Si el creyente no tiene nada que hacer, Jesús no lo sabía, porque él dijo, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16).  Si el creyente no tiene nada que hacer, ¿serán salvos los desobedientes (2 Tes. 1:8; Heb. 5:9)?
 
El apóstol Pablo explica cómo recibir a Jesús por la fe en su nombre, “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gal. 3:26,27).
 
Los hijos de Dios son aquellos “revestidos de Cristo”. Estos son hijos de Dios porque han recibido al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador al obedecer a su evangelio (cf. Mat. 28:19; Mar. 16:16; Rom. 10:16).