“De cierto, de cierto
os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a
mí, recibe al que me envió” (Jn. 13:20).
Con frecuencia se oye de la importancia de “recibir
a Jesús como Señor y Salvador personal”. Suena bien, es más, suena lindo.
Ciertamente, es una frase encantadora. El dilema es el mecanismo, es decir, el
proceso. Dicho de otra forma, ¿cómo uno puede recibir a Jesús como Señor y
Salvador personal? ¿Cómo sucede algo así? Ciertamente, necesitamos una
respuesta bíblica. Detengámonos un momento en el verbo “recibir”
(gr. “lambano”), el cual “denota bien tomar o recibir… asirse de” (Vine). Recibir
es una acción deliberada, no es una recepción pasiva. Ninguno podría recibir
sin saberlo o quererlo, ninguno podría recibir sin extenderse a ello. Juan 1:12 dice que “todos los que le
recibieron” son aquellos que reciben la “potestad de ser hechos hijos de
Dios”. El derecho de ser un hijo de Dios es concedido a los que reciben a
Jesucristo. Recibir a Jesucristo es llegar a creer “en su nombre”. El verbo “creer” así como es usado en Juan
1:12 no indica solamente una aceptación de la mente, es decir, una convicción
sin acción ni compromiso. La fe que salva no es un mero asentimiento mental. Muchos creyentes no son salvos (Jn. 2:23,24; 12:42,43). La fe sin
obras es muerta (Sant. 2:26). Recibir a Jesús por la fe se explica con más
detalles en todos los casos bíblicos de conversión en el libro Hechos, mediante
los cuales aprendemos que el creyente debe hacer algo al recibir. Por
ejemplo, en el día de Pentecostés de Hechos 2, los creyentes preguntaron “Varones
hermanos, ¿qué haremos?”, y Pedro les indicó lo que debían hacer para
recibir al Señor (cf. Hech. 2:37,38,41). Así también, el creyente Saulo preguntó,
“Señor, ¿qué quieres que yo haga?”, y el Señor le indicó que debía hacer
algo específico que le sería indicado en Damasco (9:6; “Levántate y
bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”, 22:16). Si el creyente no tiene nada que hacer, Jesús
no lo sabía, porque él dijo, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16).Si el creyente no tiene nada que hacer,
¿serán salvos los desobedientes (2 Tes. 1:8; Heb. 5:9)? El apóstol Pablo explica cómo recibir a Jesús
por la fe en su nombre, “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo
Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis
revestidos” (Gal. 3:26,27). Los hijos de Dios son aquellos “revestidos de
Cristo”. Estos son hijos de Dios porque han recibido al Señor Jesucristo como
su Señor y Salvador al obedecer a su evangelio (cf. Mat. 28:19; Mar. 16:16; Rom. 10:16).