La frontera natural es aquella que separa un territorio mediante un
accidente geográfico, como ríos, valles, montañas, etc.; en cambio, la frontera
artificial es calculada mediante coordenadas geográficas, y para marcarla, se
pueden construir murallas, boyas, monumentos, etc. Las fronteras, los límites, las barreras, las cercas, los muros, los vallados,
etc., son esenciales y útiles para todos. Con ellos mantenemos a los intrusos
fuera de nuestro patio, de nuestro hogar, así como también establecemos con
ellos los derechos de propiedad y las responsabilidades. Dios ha establecido fronteras, límites, que debemos respetar. Dios
traslada a todos los que obedecen al evangelio “de la potestad de las
tinieblas… al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). El cruce fronterizo del
reino de las tinieblas al reino de salvación en Cristo sucede cuando obedecemos
al evangelio (Mar. 16:15,16; Hech. 2:37-41,47). Este cruce fronterizo es la
conversión “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios”
(Hech. 26:18). Toda alma noble, que busca la salvación en Cristo, debe anhelar cruzar
la frontera del compromiso con el pecado para ser recibidos en la comunión con Dios,
“Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo
inmundo; y yo os recibiré” (2 Cor. 6:17). Sin embargo, traspasar el límite de la doctrina de Cristo nos hace perder
el derecho de comunión con Dios, “Cualquiera que se extravía, y no persevera
en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de
Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Jn.9). El reino de los cielos está delimitado por la palabra de Cristo. El
límite de la verdad es para nuestra protección espiritual y seguridad de
salvación. Prosperamos espiritualmente dentro de las fronteras establecidas por
el Señor.