Por Josué I. Hernández
Santiago preguntó, “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?” (Sant.
3:13). Antes de responder, detengámonos a pensar un momento. ¿Sobre qué base
responderíamos la pregunta de Santiago?
A menudo relacionamos la sabiduría con la cantidad de información que alguno
tiene, con lo que sabe, es decir con su conocimiento. En consideración de esto
último, es muy posible que alguno simplemente respondiera a Santiago con una afirmación
que no toma en cuenta sus propias acciones, sino la información que domina.
Para nuestra sorpresa, Santiago indica que la sabiduría se demuestra en nuestro
comportamiento, en nuestra aplicación del conocimiento (Sant. 3:13-17).
Santiago dijo, “Muestre por la buena conducta sus obras en sabia
mansedumbre” (Sant. 3:13). En esta sección de su epístola, es posible que
Santiago aún tenga en mente a los maestros (cf. Sant. 3:1). Obviamente, sus
comentarios son apropiados para todos nosotros.
La sabiduría es exhibida en el buen comportamiento, en las obras que
realiza con mansedumbre. Simplemente, cualquiera que actúe con un corazón lleno
de celos y ambición egoísta no es sabio, a pesar del conocimiento que tenga o
las afirmaciones que realice. Estas acciones hacen que la pretensión de
sabiduría sea una mentira. Puede que alguno sea “sabio” para el mundo, pero no
sea sabio según Dios.
Santiago contrasta dos tipos de sabiduría. Un tipo de sabiduría es mundanal,
tanto en su perspectiva como en su fuente, porque es terrenal y sensual, es
decir, natural, haciendo que los sentimientos y el razonamiento humanos sean
supremos. Esta sabiduría es demoníaca. La otra sabiduría es celestial, desciende
de lo alto (cf. Sant. 1:5).
La sabiduría terrenal es celosa y ambiciosa, y a menudo arrogante. Esta
es la sabiduría que nos predica, “Promuévete a ti mismo y a tus ideas”. Al
hacerlo, a la sabiduría terrenal no le importa alguna otra cosa.
La sabiduría celestial opera de manera diferente, muy diferente. Esta
sabiduría divina es primeramente pura, es decir, siempre procura la pureza de
vida. Es pacífica, no hasta el punto de comprometer la verdad, pero opera
pacíficamente tanto como sea posible. Es razonable, incluso, tierna. Esta llena
de misericordia y de buenos frutos, es decir, no solo habla de hacer el bien,
sino que realmente lo hace. Es inquebrantable, en otras palabras, estable, en
contraste con el pensamiento mundano en constante mutación y, por lo tanto,
coherente en aplicación, es decir, imparcial. Esta sabiduría es sin hipocresía.
Nadie se sorprende de que estos dos tipos de sabiduría produzcan efectos
diferentes. La sabiduría terrenal resulta en desorden y malas acciones. Un ejemplo
son las reuniones de los corintios, donde los hermanos exhibían sus dones, pero
todo era un desorden (cf. 1 Cor. 14:40). La sabiduría celestial, por el
contrario, resulta en paz, “Y el fruto de justicia se siembra en paz para
aquellos que hacen la paz” (Sant. 3:18).
Ahora sí,
es buen momento para responder la pregunta de Santiago.