La gracia y el conocimiento

 


“Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Ped. 3:17,18).


Por Josué I. Hernández

 
Es esencial comprender la relación interdependiente entre la gracia y el conocimiento de Cristo. El apóstol Pedro lo demuestra de manera elocuente en su segunda epístola.
 
El auditorio de Pedro tenía el conocimiento adecuado, por lo tanto, ellos sabían lo necesario (“sabiéndolo de antemano”), sin embargo, Pedro les advirtió sobre la posibilidad de la apostasía “por el error de los inicuos”. Esta apostasía sucedería cuando dejaran de ocuparse en crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Pedro no dijo “gracia sola”, él dijo 
gracia y conocimiento.
 
Entonces, crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” es algo que nos protege de ser desviados por el error, a la vez que nos mantiene en el camino a la vida eterna (2 Ped. 1:5-11).
 
La gracia y la paz son concedidas en conexión con el conocimiento exacto y pleno “de Dios y de nuestro Señor Jesús”. Este es el conocimiento, o supremo discernimiento, en el cual el cristiano tiene participación (2 Ped. 1:2), y es por este conocimiento celestial que la donación de Dios “por su divino poder” es dispensada a su pueblo (2 Ped. 1:3). Dicho de otra forma, este conocimiento trata “de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”, invitándonos por su evangelio a disfrutar de “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” (2 Ped. 1:3).
 
La gracia es mayor que el pecado, lo sabemos. Pero, no debemos perseverar “en el pecado para que la gracia abunde” (Rom. 6:1; cf. Rom. 3:8). La gracia no es una licencia para practicar el pecado (cf. 1 Jn. 3:6-9).
 
Crecer en la gracia involucra el trabajo diligente de añadir (gr. “epichorego”) generosa y abundantemente lo que se requiere de la nueva vida en Cristo, dar “fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Ped. 1:5-8). Nuevamente, esto requiere que nos informemos, requiere conocimiento de Dios.
 
“En el drama griego, las piezas teatrales se ponían en escena por el esfuerzo combinado de un poeta (quien escribía la obra); el estado (que proveía el teatro); y algún individuo rico, llamado choregos, quien pagaba los gastos. Esto requería de un esfuerzo generoso, pero a veces muy costoso, de su parte. Según la opinión de Pedro, Dios escribió con la sangre de Jesús la obra cautivadora para la vida de un cristiano; el teatro es el mundo donde se llevará a cabo; pero el creyente debe cooperar aportando sus esfuerzos diligentes para hacer que el texto original cobre vida en una puesta en escena clara” (Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia, Caribe).
 
Crecer en la gracia es aprender lo que ella nos enseña, para vivir con sobriedad, rectitud y santidad en la era presente (Tito 2:11-14; 3:3-7). No hay crecimiento en la gracia sin que aumentemos nuestro conocimiento del 
evangelio de la gracia de Dios (Hech. 20:24) y lo pongamos en práctica. Todas las piezas necesarias para el drama de la vida en Cristo deben estar en su lugar.
 
No basta con haber oído y conocido la gracia, debemos continuar en ella, ejecutando fielmente el rol que nos toca representar en este drama celestial (cf. Col. 1:5-11; Gal. 5:4). El evangelio es la palabra de la gracia de Dios la cual nos concede la herencia eterna (Hech. 20:32; cf. Gal. 1:6-9; 1 Cor. 15:1,2).
 
Podemos ver claramente que la gracia del Señor y el conocimiento de su palabra no se excluyen mutuamente, no son oponentes. Es necesario que crezcamos en el conocimiento de la palabra de Dios para ser fortalecidos por la gracia de Dios (cf. Hech. 13:43; 1 Tim. 4:15; 2 Tim. 2:1).
 
Que nunca separemos a la gracia del evangelio. Dios los ha juntado. Que el hombre no separe lo que Dios juntó.