Por Josué I. Hernández
La sangre de Jesús. “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Heb. 9:22). No sirve cualquier sangre. La sangre de toros y machos cabríos santificaba ritualmente, o ceremonialmente, pero no proveía el perdón real (“santifican para la purificación de la carne”, Heb. 9:13). Como dice el autor inspirado, “porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Heb. 10:4). “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10:12). “y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Heb. 9:12). “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Heb. 9:14). La sangre de Jesús es imprescindible.