Por Josué I. Hernández
Al comienzo del célebre discurso de Santiago
acerca del uso de la lengua, y más bien, del control de ella, Santiago hace dos
observaciones fundamentales.
Primeramente, el control de la lengua debe
ser parte de un control más amplio, “Porque todos tropezamos de muchas
maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también
de refrenar todo el cuerpo” (Sant. 3:2, LBLA). El punto de este versículo
no es simplemente que la lengua es el miembro del cuerpo más difícil de
controlar, aunque bien podríamos asumir eso. La lengua es simplemente un
portavoz. Siendo este el caso, no podemos esperar controlar la lengua cuando hay
aspectos de nuestra vida que no son lo que deberían ser.
¿Tiene problemas por palabras de ira? Trabaje
en su temperamento, desarrolle la humildad, el amor, la paciencia. ¿Tiene problemas
con la mentira? Dado que mentir es a menudo un encubrimiento, mantenga limpia su
vida de todo lo que lo motive a mentir y desarrolle el temor de Dios. ¿Problemas
con el lenguaje soez? Aléjese de las malas asociaciones y limpie su corazón, no
podrá comulgar con un Dios santo si de su corazón salen tales palabras.
¿Problemas con el chisme? Aprenda a usar de franqueza y desarrolle el amor por
su prójimo, deseche de su vida las murmuraciones y detracciones. ¿Problemas por
no saber que decir? Deténgase a pensar en la voluntad de Dios y en el bien que logramos
con ella, y hable de tales cosas, procure edificar con lo que habla.
En segundo lugar, debemos respetar el vasto
potencial de la lengua, el cual es desproporcionado en relación con su tamaño.
Santiago ofrece tres paralelos, “Ahora bien, si ponemos el freno en la boca
de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos también todo su cuerpo. Mirad
también las naves; aunque son tan grandes e impulsadas por fuertes vientos,
son, sin embargo, dirigidas mediante un timón muy pequeño por donde la voluntad
del piloto quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo,
se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño
fuego!” (Sant. 3:3-5, LBLA).
Pequeñas cosas y con gran efecto. Pequeñas cosas
que convierten lo que sería inútil, e incluso, peligroso, en algo productivo y
provechoso. Un caballo podría quitarse de la carga y patear al jinete. Un barco
podría hundirse o ser llevado lejos, y resultar en una pérdida de toda la
inversión. El punto es sencillo pero potente. La gestión es la clave. Los
pilotos y jinetes deben usar de control para actuar, conforme a una dirección y
un método, y lo más importante, deben saber cuándo detenerse. Un comportamiento
tranquilo y estable funciona mejor que uno opuesto. Los maestros de Biblia
necesitan el mismo conjunto de habilidades (cf. Sant. 3:1).
La lengua tiene un maravilloso potencial para
el bien. Con un buen uso de la lengua podemos enseñar, alentar, inspirar,
aconsejar, advertir, sanar, consolar, defender la verdad, o simplemente,
alegrar el día a alguien de manera prudente. Por supuesto, la lengua tiene el
mismo potencial para lo malo y causar mucho daño. Si la lengua se usa
incorrectamente puede promover el error, desanimar, enfurecer, dividir,
difamar, incitar al mal, etc. Cualquiera de los dos efectos es producto de un
mismo miembro el cual no opera solo. Cada cual decide cómo usará su lengua.
Una cosa más. Todo lo que dice Santiago sobre
el uso de la “lengua física” se aplica a nuestra “lengua electrónica”, en otras
palabras, a nuestras publicaciones, me gusta, tweets, etc. Simplemente, lo que comunicamos
en las redes sociales nos responsabiliza delante de Dios al igual que lo que
hablamos aparte de ellas.
“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Sal. 19:14).