Adorar no es entretenido

  


“Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad” (Jn. 4:23,24, LBLA).


Por Josué I. Hernández

 
Vivimos en una cultura que alaba el entretenimiento. Sencillamente, la diversión es el dios de muchos. Se supone que todo debe ser divertido, placentero, y fácil; y según esta cosmovisión algunos “van a la iglesia” esperando un ambiente divertido y dinámico. Tal vez no lo digan abiertamente, sin embargo, esperan un culto divertido que entretiene al auditorio usando como juguete a Dios y las cosas de Dios.
 
Por supuesto, la adoración apropiada, es decir, bíblica, elimina el anhelo por lo entretenido, y también quita la idea de que el culto deba ser emocionalmente activo, encantador y jocoso. No queremos que el incrédulo que nos visita se divierta, buscamos para él otra cosa, “lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Cor. 14:25).
 
La vida cristiana se caracteriza por la adoración y el servicio a Dios, debido a lo cual cada cristiano diligentemente procura que su adoración y servicio sean autorizados por Dios y aceptables a él; y, primeramente, se esfuerza por mantenerse entregado a sí mismo a Dios (2 Cor. 8:5), para luego dar a Dios el culto y la adoración de los cuales Dios es digno. En fin, cada cristiano se esfuerza por ser un verdadero adorador porque “el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:23).
 
La adoración es algo que damos a Dios, no algo que recibamos de él (cf. Jn. 4:23; Hech. 24:14; Fil. 3:3). Dios no necesita que le adoremos, nosotros necesitamos adorarle (Hech. 17:25). La adoración no es algo entretenido por la sencilla razón de que no está centrada en el hombre. El centro de la adoración es Dios, y la razón por la cual le adoramos es porque él es digno (cf. Apoc. 4:11; 5:9; Sal. 18:3; 96:4; 145:3). Simplemente, quien es él, y lo que él ha hecho, nos impulsa a darle gloria, honra y alabanza.
 
“Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos” (Apoc. 5:11-14).
 
 
Dios está interesado en la adoración de su pueblo.
Su pueblo está constituido de los verdaderos adoradores.
¿Soy verdaderamente del pueblo de Dios?