El crecimiento espiritual


 
Por Josué I. Hernández

 
El crecimiento espiritual comienza con el renacimiento espiritual. El muerto en delitos y pecados llega a nacer nuevamente, o ser renacido (1 Ped. 1:23), cuando purifica su alma por la obediencia a la verdad (1 Ped. 1:22). 

La “obediencia a la verdad” es la obediencia al “evangelio” (1 Ped. 1:25; 4:17; cf. 2 Tes. 1:8). Esta obediencia involucra el bautismo que nos salva (1 Ped. 3:21).
 
Al ser renacido la nueva criatura en Cristo debe esforzarse por crecer. Debe decidirse a crecer, y trabajar por ello. Este crecimiento le asegura la “salvación” (1 Ped. 2:2).
 
El crecimiento espiritual es un proceso continuo. Los que crecen “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18) son “participantes de la naturaleza divina” (2 Ped. 1:4). Sin embargo, el crecimiento espiritual requiere que el fiel discípulo permanezca “poniendo toda diligencia” (2 Ped. 1:5). La fe en Cristo es la base para el crecimiento de los rasgos de carácter que el apóstol Pedro enumera a continuación (2 Ped. 1:5-7).
 
Aquellos que trabajan y fructifican “en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Ped. 1:8) recibirán la “herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos” (1 Ped. 1:4), es decir, la salvación del alma (1 Ped. 1:9).