Por Josué I. Hernández
La “obediencia a la verdad” es la
obediencia al “evangelio” (1 Ped. 1:25; 4:17; cf. 2 Tes. 1:8). Esta obediencia
involucra el bautismo que nos salva (1 Ped. 3:21).
Al ser renacido la nueva criatura en Cristo
debe esforzarse por crecer. Debe decidirse a crecer, y trabajar por ello. Este
crecimiento le asegura la “salvación” (1 Ped. 2:2).
El crecimiento espiritual es un proceso
continuo. Los que crecen “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18) son “participantes de la naturaleza divina”
(2 Ped. 1:4). Sin embargo, el crecimiento espiritual requiere que el fiel
discípulo permanezca “poniendo toda diligencia” (2 Ped. 1:5). La fe en Cristo
es la base para el crecimiento de los rasgos de carácter que el apóstol Pedro
enumera a continuación (2 Ped. 1:5-7).
Aquellos que trabajan y fructifican “en
cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Ped. 1:8) recibirán la “herencia
incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos” (1 Ped.
1:4), es decir, la salvación del alma (1 Ped. 1:9).