Por Josué I. Hernández
Jesús no dejó de predicar. A veces su audiencia
no lo entendió (Mat. 13:13). Algunos que le entendieron, no le creyeron (Jn.
8:46). Otros, como el joven rico, lo entendieron, y es posible que en él
creyeron, pero no le obedecieron (Mat. 19:22). Algunos se burlaron de él (Luc.
16:14). Sus enemigos buscaban atraparlo en alguna palabra (Luc. 11:54). Sus
paisanos de Nazaret se maravillaron de él, pero luego trataron de asesinarlo (Luc.
4:22,28,29). A pesar de todo, Jesús no dejó de predicar. A predicar vino a este
mundo (Mar. 1:38; Jn. 1:18).
Jesús no dejó de asistir a sus discípulos.
Judas fue un ladrón (Jn. 12:6), quien por amor al dinero traicionó a su
Maestro. Pedro era inconstante, confesando a Jesús en un momento, reprendiéndolo
al siguiente (Mar. 8:29,32). Jacobo y Juan se exaltaban rápido (Luc. 9:51-56).
En general los discípulos fueron lentos para entender, lentos para crecer, y
lentos para hacer aplicaciones correctas. Sin embargo, Jesús no rompió los lazos
de comunión con ellos. En cambio, se esforzó por guardarles con infinita
paciencia (Jn. 17:12). Dios no nos corta de una vez. Dios tiene planes para
nosotros.
Jesús no dejó de orar. Desde el Jordán hasta
Getsemaní Jesús estuvo en constante comunicación con su Padre. Oró temprano
(Mar. 1:35) y tarde, e incluso, toda la noche (Luc. 6:12). Oró antes de comer
(Jn. 6:11). Oró en público y en privado, a veces brevemente, a veces largamente.
Oró por sí mismo, y oró por los demás. Oró por sus verdugos (Luc. 23:34). Jesús
ilustra elocuentemente la instrucción de Pablo de orar sin cesar (1 Tes. 5:17).
Jesús no dejó de obedecer. Jesús marcó el
tono de su vida cuando dijo a José y María que tenía que ocuparse en los asuntos
de su Padre (Luc. 2:49). Aunque sin pecado, fue bautizado para cumplir todo lo
que se requería (Mat. 3:13-15). Obedecía al Padre al punto de no tener tiempo para
comer, porque la pasión de su vida era hacer la voluntad del Padre y completar
la obra que se le había encomendado (Jn. 4:34). Jesús obedeció lo que el Padre
realmente dijo, no las tradiciones y mandamientos de los hombres. Obedeció
incluso en lo más doloroso y difícil (Heb. 5:8). Jesús no dejó de obedecer,
incluso después de su ascensión. Ahora, está en el cielo cumpliendo la obra que
le fue asignada (Heb. 7:25; 1 Cor. 15:25).
Jesús no se rindió.
Sigamos su ejemplo.