El Verbo



“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1).
 
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14).


Por Josué I. Hernández

 
El relato del evangelio según Juan fue escrito para enseñar acerca de Jesús. El primer capítulo presenta la identidad del Señor, y aprendemos de él a través de las diversas palabras, frases y conceptos que se usan para describirle. El primer capítulo de Juan es un buen lugar para aprender, recordar y enseñar a otros quién es Jesús.
 
Una de las primeras cosas que Juan señala acerca de Jesús es que él es tan eterno como Dios, y que él es Dios. Jesús es presentado como el “Verbo” o la “Palabra” (gr. “logos”, Jn. 1:1). Esto involucra varias cosas.
 
En primer lugar, el sustantivo “palabra” en sí mismo debe entenderse como un anuncio que revela lo que antes no era conocido hasta que la palabra lo indica; “en el significado principal del término, es un recipiente para la transmisión de una idea; y Cristo fue el vaso que transmitió la verdadera idea de Dios a la humanidad” (J. B. Coffman). Jesucristo es la Palabra viva, el más grande y definitivo portavoz de Dios, en estos postreros días (Heb. 1:2). Jesús dijo, “Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho” (Jn. 12:50).
 
En segundo lugar, el sustantivo “palabra” involucra doctrina, es decir, enseñanza, aquello que debemos aprender y obedecer. Jesús es la Palabra doctrinal. Toda autoridad le fue dada, y, por lo tanto, sus discípulos deben observar todos los mandamientos que la Palabra eterna trajo del cielo (Mat. 28:18-20).
 
En tercer lugar, el sustantivo “palabra” indica una dirección, un indicativo a la mente y a la conducta. Jesús es la Palabra que dirige o señala, la Palabra que indica el camino; y, es más, él es el camino. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).
 
Jesucristo no será quien queramos que sea. Como la Palabra, o Verbo, él es divino, y siendo divino él tiene el derecho de imponer su estándar y expectativas sobre nosotros. Debemos conformar nuestras vidas a su voluntad, en lugar de tratar de conformar a Cristo a nuestra voluntad.