La creación de los seres humanos por Dios, a su imagen y semejanza, es
la joya de la corona de su creación (Gen. 1:26-28; cf. Sal. 8:4-9). No hay otra
criatura que lleve en sí misma la semejanza del Todopoderoso. Ni el oro, ni la
plata, ni las piedras preciosas, ni los animales, son semejantes a Dios (Hech.
17:29), el ser humano sí. Trágicamente, algunos distorsionan la hermosa
creación de Dios en imágenes de género que no corresponden con su identidad
natural de hombre o mujer, según los creó Dios. Dios creó dos géneros, masculino y femenino. No obstante, se ha
popularizado la neutralidad de género, e incluso, la fluidez de género.
Ilusiones de la propia identidad en lugar del rasgo natural más básico de una
persona, su verdadero género. La biología determina el género, no las emociones de una persona. Los
cromosomas no son maleables, neutrales o fluidos. Sin ser un científico he
aprendido que el cromosoma XY es exclusivo del género masculino, y el cromosoma
XX es exclusivo del género femenino. Dios, el creador del género, ideó los
cromosomas, aquellas estructuras altamente organizadas, formadas por ADN y
proteínas, que contienen la mayor parte de la información genética de una
persona (cf. Sal. 139:13). Si alguno se autopercibe como Superman eso no nos obliga a tratarlo como
tal, ni a subsidiar su traje de superhéroe con los impuestos. La autopercepción
de alguno no puede imponerse a la generalidad de la población, ni debe
aceptarse. Podemos tolerar que alguno piense diferente respecto a su género, y
mirarle con misericordia por su extravío, pero no estamos obligados a aceptar su
autopercepción equivocada cuando afirma ser de un género diferente al que
indica su asignación cromosómica. Es injusto que un gobierno financie, con el dinero de todos los
ciudadanos, manipulaciones hormonales y cirugías para alterar la apariencia de
género de una persona. Así también, es impropio obligar a la población general
a que use un lenguaje que no corresponde con la asignación de género natural de
la lengua. En lugar de las manipulaciones artificiales, y las cirugías de
alteración de la apariencia de género, contemplemos la sabiduría y el diseño de
Dios de los géneros masculino y femenino, y aceptemos la identidad de género
real de cada persona. Dios creo al hombre y a la mujer como seres únicos, pero
complementarios, cada uno completando y necesitando al otro (Gen. 2:20-24; 1
Cor. 11:11,12). La voluntad de aceptar el género de uno implica, en cierta
forma, reconocer a Dios el creador del género de uno. Estar contento con el
género de uno implica el contentamiento con la sabiduría y el diseño de Dios.
Todo esto nos lleva al problema subyacente. Cuando uno deshonra a Dios, cada
vez será más difícil aceptar ser hecho a su imagen y semejanza, ya sea hombre o
mujer (cf. Rom. 1:21,22), luego, es cosa de tiempo para que la verdad se cambie
por la mentira (Rom. 1:24,25).