Por Josué I. Hernández
Los ancianos y diáconos deben ser hombres
casados (1 Tim. 3:2,12), y sus esposas deben ser “honestas, no
calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo” (1 Tim. 3:11). Preguntamos,
¿no deben serlo también las esposas de los predicadores del evangelio (cf. 1
Cor. 9:5)? ¿No debemos prestar atención al carácter y conducta de las esposas
de los voceros que el Señor ha designado para la edificación su iglesia (Ef.
4:11,12,16)? Dicho de otro modo, Dios tiene altas expectativas para el “siervo
del Señor” (2 Tim. 2:24), y este “hombre de Dios” (1 Tim. 6:11) si se ha casado necesitará la
asistencia de una esposa acorde a su ministerio de predicación.
Ciertamente, las esposas de los ancianos,
diáconos y predicadores deben ser ejemplo en carácter y conducta. Esta es la
manera de ayudar apropiadamente en el ministerio de sus maridos, y de colaborar
para el avance de la causa de Cristo. Pero ¿cuáles son las expectativas de Dios
para la esposa del predicador del evangelio?
Primeramente, la esposa del predicador ha de
ser una “hermana” en Cristo (cf. 1 Cor. 9:5), una cristiana, es decir, una discípula
del Señor (cf. Hech. 11:26), una mujer persuadida (cf. Hech. 26:28) y dispuesta
a sufrir por la causa de Cristo (1 Ped. 4:16). Luego, siendo ella un miembro en
el cuerpo, ha de activar conforme a su capacidad y oportunidad (cf. 1 Cor.
12:12-27).
En segundo lugar, la esposa del predicador ha
de ser fiel en el lugar que le ha asignado Dios:
Toda piadosa discípula de Jesús debería
aspirar a realizarse en este amplio rango de influencia que Dios le ha
preparado, ¿por qué no lo haría la esposa del predicador?
Como todo cristiano, la esposa del predicador
tiene un don particular según la gracia de Dios (cf. 1 Ped. 4:10,11) y ha sido
colocada en el cuerpo para cumplir una función determinada (cf. Rom. 12:4-6;
Ef. 4:16). Dicho de otro modo, no todas las esposas de predicadores serán
iguales, así como no todos los cristianos son iguales en capacidades y
oportunidades de acción. Algunas hermanas serán como Dorcas (Hech. 9:36), otras
como Priscila (cf. Hech. 18:26; Rom. 16:3,4), otras como Febe (Rom. 16:1), y
otras como María (Rom. 16:6), o como Trifena y Trifosa (Rom. 16:12). El trabajo
de algunas será más evidente, como el realizado por Evodia y Síntique, quienes
combatieron juntamente con Pablo en el evangelio (Fil. 4:2,3), sin embargo, todas
estarán en el lugar de oportunidades para desarrollar sus capacidades según
Dios quiso (1 Cor. 12:18).
En fin, las esposas de los predicadores, al
igual que los predicadores, y al igual que todos los santos de Dios, deben usar
sus talentos que han recibido para la gloria de Dios y el progreso del
evangelio.
- Viviendo una vida subordinada al Señor y a su marido (Ef. 5:22-24).
- Ataviándose con pudor, modestia y buenas obras de piedad, mientras permanece en fe, amor, santificación, criando hijos (1 Tim. 2:9-15).
- Amando a su marido e hijos, mientras se muestra prudente, casta y hacendosa en su hogar, en lo cual se capacita para enseñar a las mujeres más jóvenes (Tito 2:3-5).
- Luciendo el atavío de un espíritu afable y apacible (1 Ped. 3:1-6).
- Dispuesta a ocuparse sosegadamente en la oración (1 Cor. 7:5).
- Participando en la capacitación necesaria (2 Tim. 2:2) para ser maestra de sus hijos y nietos (2 Tim. 1:5) y de otras mujeres (Tito 2:4), para aconsejar a propio marido, o corregir a un varón con la prudencia requerida (Hech. 18:26).