“Pero él da mayor
gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”
(Sant. 4:6).
Por Josué I. Hernández
Los lectores de Santiago estaban empapados de
egoísmo. Buscaban satisfacción en las cosas y la conducta mundanas que se
conforma a ellas, pero solo encontraron frustración (Sant. 4:1-4). En el
proceso, se habían convertido en enemigos de Dios. Simplemente, Dios es celoso
de su pueblo y no compartirá sus afectos con nadie (Sant. 4:4,5). Sin embargo,
la verdadera bendición estaba disponible, pero tenían que buscar las cosas
correctas en el lugar correcto, y esta búsqueda comenzaría con una actitud
correcta. Dios concede una gracia mayor, más amplia, más
grande.
El sustantivo “gracia” es “favor”. Puede referirse a una disposición favorable de
la que procede el acto bondadoso o a los obsequios que son el resultado de esa
disposición favorable. Pablo usó el sustantivo gracia a menudo indicar la
salvación, el perdón de los pecados (Rom. 3:24; 6:1; Ef. 2:8; Tito 2:11, etc.).
Santiago usa la palabra “gracia” para indicar las bendiciones generales de la
comunión con Dios. Debemos recordar que todo lo que Dios nos da
es infinitamente más grande que lo que ofrece el mundo. Los dones del mundo no
duran (“el mundo pasa, y sus deseos”, 1 Jn. 2:17; cf. Ecles. 1:2). La conducta
mundana siempre nos dejará frustrados y vacíos, es decir, nos dejará peor,
nunca mejor; y los tesoros mundanos se estropean o se pierden fácilmente (Mat. 6:19),
y si logramos preservarlos, solo tienen un beneficio limitado. Dios, en cambio,
es el dador de “Toda buena dádiva y todo don perfecto” (Sant. 1:17).
Dios es un Padre amoroso y cariñoso, que no duda en darnos lo que es mejor y
superior. Por ejemplo, uno de sus dones más enriquecedores es su instrucción de
gracia (Tito 2:10,11) para preservar “el camino de sus santos” (Prov.
2:8). Dios concede su gracia a los humildes. Aunque en un sentido
amplio Dios bendice a todos (Mat. 5:45), Santiago nos recuerda que la mayor
gracia de Dios es para los humildes (cf. Prov. 3:34). Sencillamente, Dios no
puede colmar a los orgullosos, porque ellos ya están llenos del mundo, y Dios
se opone a esa clase de personas. Como Jesucristo dijo, “Bienaventurados los
pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mat. 5:3). La humildad es esencial para recibir la
gracia de Dios, y esto en tres aspectos. Primeramente, debemos ser lo
suficientemente humildes para admitir esta necesidad. Los autosuficientes no lo
harán jamás (cf. Apoc. 3:17). En segundo lugar, debemos ser lo suficientemente
humildes para buscar y esperar las bendiciones de Dios. Los autosuficientes no
lo harán jamás, porque están lo suficientemente ocupados abriéndose camino. En
tercer lugar, debemos ser lo suficientemente humildes para aceptar la medida de
Dios. Los autosuficientes son egocéntricos, y al preferir su propia sabiduría,
no se contentarán con lo que Dios dice y provee, por lo tanto, idearán medios y
métodos para conseguir sus propias metas (cf. Sant. 4:1-4).